Está de pie, inmóvil
El rostro serio, concentrado.
Imperturbable.
No sabe de música, no sabe de historia del arte
Siente.
Sabe que es hermoso.
Un hombre toca el piano al lado de ella
para ella.
Y ella es una anciana arrugada y correosa de otro universo
Tiene 83 años de una vida dura
El hombre del piano es un infrecuente
ejemplar de una especie cruel, sorda al dolor causado.
Ése hombre es bueno y la cuidó en su peor momento
y ella sabe que él la está homenajeando.
Y lo que hace es hermoso, esos calmos sonidos
que ella escucha con serio respeto.
Ella sabe el olor del cuerpo de ese bípedo bueno,
de su aliento único
que de niña supo reconocer.
Una elefanta le lleva a su hijo al hombre que la curó
espera a que su cría huela el aliento de ese otro piadoso
infrecuente
de esa especie asesina que los destruye a veces
por un colmillo.
Una elefanta sabe escuchar el murmullo suave
de un río varios metros bajo la seca sabana.
Esa otra música que salvará a su grupo.
Ella (muchas) saben donde cayeron sus queridos
compañeros.
Retornan a esos lugares y huelen los huesos
tratan de que su cariño los reviva
pero no pueden.
Se lamentan, lloran, los acunan.
Y nunca los abandonan del todo.
Una elefanta sabe defender a su cría y a su grupo
de los feroces
colmillos y garras infinitos.
Una elefanta sabe lo bueno
una elefanta no sabe palabras
una elefanta sabe
lo que debe hacer.
Yo no se nada de los elefantes
pero sé que es necesario
dejar este homenaje.
A una elefanta.
Esteban Cámara
Santa Fe, julio de 2020
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