domingo, 28 de octubre de 2018

El ciclo populista-neoliberal, rama empresarial

Me he dado cuenta de que, además del ciclo populismo-neoliberalismo de los trabajadores, existe otro.

Repasemos (sin mayor detalle) el primero: en la parte populista, el trabajador que estaba en la pobreza, sin empleo, consigue trabajo, se compra auto, equipa su casa, viaja por primera vez al extranjero, recibe mejoras salariales y derechos laborales y empieza a sentirse rico. Entonces vota a un partido de derecha que, ya en el gobierno, hace que quede en la calle o, en su defecto, baja drásticamente su ingreso y nivel de vida. Tiene que vender el auto, no viaja al exterior nunca más y luego recomienza el ciclo.

Ahora, muy recientemente, me he dado cuenta de que hay otra parte del mismo ciclo populismo-neoliberalismo: la parte empresarial, no tan clara como la anterior, pero tal vez más nefasta porque va deteriorando la capacidad productiva del país.

Y vamos a analizar esto desde un ejemplo muy cercano: la crisis del año 2001, que dejó a muchos empresarios quebrados o al borde de ello. Ese sería T=0.

Llega ahí un proceso populista y empieza a reconstruir, pone encaje a los capitales especulativos, traba importaciones de bienes de consumo, reorienta la riqueza hacia los trabajadores y los pobres fortaleciendo el consumo y con ello, la producción local. En definitiva, las pequeñas empresas empiezan a ser rentables, aparecen muchas otras, pequeñas y medianas y esto genera empleo ... y riqueza.

Entonces, algo en esos emprendedores hace click y lo convencen de que hay demasiadas trabas al crecimiento y regulaciones laborales, inseguridad, los trabajadores se hacen demasiado fuertes y los más pobres ya no quieren cortarle el past 'por un plato de comida' y hay inmigrantes de piel oscura que lo ponen incómodo. Empieza a mirar con cariño, con más cariño que nunca, a la derecha. Extrema derecha, de ser necesario. Y la vota.

Ahora viene la parte fea: la derecha que llega al gobierno con su voto y financiación abre las importaciones y se encuentra que los chinos fabricaban un artículo como el suyo pero a una fracción del precio. O mejor. Encima, el mercado se les hace más chico porque la gente tiene menos empleo. Y menos plata.

La desregulación laboral no le sirve de mucho porque tiene que despedir al 90 % de la planta de empleados. Y la seguridad... ¡se pone cada vez peor!

En resumen, se funde, vende las máquinas y se convierte en importador. O le tiene que vender la empresa a otro más grande, tal vez a un extranjero.

Como resultado de esto la economía se concentra y se extranjeriza, haciendo más débil y vulnerable a la nación en su conjunto.

En resumen: Con el populismo el empresario hacía, daba empleo y crecía. Con el neoliberalismo se achica, se funde y se convierte en importador o comerciante o jubilado (o sea, deja de hacer). O vuelve a ser un empleado. 




Esteban Cámara
Santa Fe, octubre de 2018

lunes, 15 de octubre de 2018

Abuelita

El único recuerdo que tengo de abuelita Felipa es el de una pequeña viejita de espaldas, inmóvil, parada frente a una pared en una casa ajena. Tiene el pelo corto y sólo reconoce, a duras penas a mis dos tías solteras, quienes la cuidan desde hace décadas. No tengo idea precisa desde hace cuánto.

Tiene demencia senil, hace mucho mucho murió mi abuelo, la estafó el cuñado y se fue a vivr con mis tías a otra provincia. Pusieron una hostería, se fundieron y se tuvieron que ir a vivir de prestado a la planta alta de un laboratorio donde mis tías ayudaban al bioquímico y limpiaban. Beba y Daisy, las hermanas de mamá Coca.

Mis otros tres abuelos ya habían fallecido antes de mi nacimiento.

Aquella era una casa antigua, señorial, con ascensor y zaguán. Con ese olor a décadas y sombra y maderas viejas y bronce.

Ni siquiera estoy seguro de que sea un recuerdo verdadero (hay una enorme cantidad de recuerdos falsos, construidos o reconstruídos de relatos ajenos). Pero debe ser cierto, porque no recuerdo que nadie me haya contado nada de eso. Tal vez yo tuviera allí unos 7 u 8 años, no más de 11, porque la muerte la alcanzó más o menos ahí.

No hablaba, no sé si se movía voluntariamente, supongo que la llevaban y la sentaban y le daban de comer y la limpiaban. 

Sospecho que fue una buena madre, aunque la queja de mamá era que la preferida de ella era Daisy, la menor, mientras que la preferida de abuelo Lorenzo era la mayor, Beba. 

Mamá y Judith, las del medio, se sentían un poco a la deriva. Sin embargo, fueron las que estudiaron y se labraron una vida independiente. Tal vez por eso mismo, tal vez a pesar de aquello. Vaya a saber.

Creo que sueño con esa escena de la viejita de espaldas frente a la pared o frente a la cocina o a una pileta de lavar los platos. Justamente, lo que mamá siempre decía es que era una gran cocinera. Pero nunca le veo la cara de ojos claros, perdida.

Supongo que esa fue la vez que viajamos a Córdoba, una de las pocas, porque no nos alcanzaba la plata y fuimos a mar chiquita con Papá, antes de la separación. Sé de ese viaje porque hay fotos de papá, mías y de mis hermanos embarrados del lodo de la laguna que se pretendía curativo. 

O tal vez es de la otra vez que fuimos sólo con mamá y yo era un poco más grande, nada más que a visitar a la familia, ese pequeño muñón de afecto que le quedaba a mi madre para aquella época. De este otro viaje, de existir en la realidad, sólo guardo unos fugaces pantallazos y ninguna foto. Una vieja estación de bus, un ascensor, una chirriante puerta de hierro, bronce y vidrio, unos soportes de pipetas de eritrosedimentación con reloj incluido en el laboratorio y tal vez una viejita inmóvil y de espaldas.

Desde hace tiempo, cada varios años me acosa ese sueño. Quiero dar vuelta y ver la cara de mi abuela, de la que no tengo recuerdo. Anhelo ver sus ojos claros, su boca, su nariz a la que supongo tan parecida a la de mi mamá. 

Pero nunca llego a traspasar el imaginario plano frontal: siempre quedo un poco detrás del codo. Y el sueño y esa cara escapan hacia el infinito tal vez por otra década.




Esteban Cámara
Santa Fe, 16 de octubre de 2018