viernes, 24 de septiembre de 2021

Okupas, Argentina, 2000

Este texto no es una reseña de la serie de televisión Okupas (1 temporada, 11 episodios, Ideas Del Sur), hecha en Argentina en el año 2000, dirigida por Bruno Stagnaro. No, es un registro de la impresión que causó en mí, una particular y caprichosa manera mía de vincularme con este tipo de materiales y la pretensión de interpretar los múltiples signos que allí están inscriptos.

De izquierda a derecha: Chiqui, Ricardo, Walter y el Pollo. Los pibes.

No vi Okupas  en su momento. Sé que se dió casi por carambola por una deuda de impuestos que tenía la productora y que pagó así. Suelo rehuir de producciones de mi propio país vaya a saber por qué fobia, particularmente las que abordan de lleno o tangencialmente el tema de la pobreza y la marginalidad. Me suelen parecer 'clasemedieras', prejuiciosas, por demás costumbristas y sub interpretadas. 

La serie está resultando un suceso a nivel mundial desde que la subió Netflix. Ahí la vi, luego de que me la recomendara mi hijo Martín y de 'pispear' algunos momentos, robados a otros menesteres.

Curiosamente, antes de verla, miré ciertas entrevistas al elenco, donde alguno confesaba que improvisaban frente a la cámara mientras Stagnaro les rogaba que dijeran algo, al menos, de lo que en el guión había escrito. No sé si será por esto, pero tiene diálogos muy, muy naturales.

Lo primero que me gustaría decir es que no es sólo una obra sobre la amistad, es una gran síntesis del desastre en el que dejó a Argentina el segundo ciclo neoliberal (Menem-De La Rúa, el primer ciclo fue la dictadura), con signos que parecen reminiscencia anclada a los '70. 

Este segundo ciclo neoliberal culminó en masacre a finales de 2001. Luego vendría un tercer ciclo. Parece que cierta parte del electorado necesita cada tanto un recordatorio de que el neoliberalismo no funciona en un país periférico como el nuestro. Un país que no es subdesarrollado como muchos dicen, pero tampoco es un país desarrollado. Está en un camino pendular entre unos y otros, a veces más cerca de los mas pobres, otras más cerca de los mas ricos. Según quien gobierne.

Precaución Spoilers

Ricardo (Rodrigo de la Serna) el protagonista, viene de familia de clase media-alta y se cayó un par de escalones, descreído de la educación formal y del sistema: dejó sus estudios de medicina y se quiere hacer chorro. Cansado de su abuela, la típica semiaristocracia porteña prejuiciosa y criticona, termina viviendo en (o como cuidador, más bien) una casa que había sido usurpada, herencia en trámite de unos parientes más o menos lejanos. O cercanos, pero no tanto. 

Apenas lleva horas allí cuando unos vecinos empiezan a romper la pared para usurpar la vieja y casi destruida casona (¿pero quien vivía acá?, pregunta apenas llega Ricardo). Para defenderlo llegan, un mucho por casualidad, el Pollo (Diego Alonso), Walter (Ariel Staltari) y el Chiqui (un grandote buenazo y pacifista del cual nunca sabremos el nombre).

El Pollo es un marginal (los cuatro lo son, pero el Pollo lo fue toda su vida), tratando de dejar de ser lumpen. Chiqui también lo es, pero no tiene miras de salir de ahí. Walter es un rolinga del conurbano con ínfulas de porteño prejuicioso (llama bolivianos a los vecinos del interior que intentan usurparlos) que se supone que cayó a la marginalidad no hace mucho.

Los cuatro son un reflejo de la juventud de los noventa, de la resaca del neoliberalismo y la convertibilidad (1 peso = 1 dólar) que dejó un 60% de pobreza y casi 30 de desocupación. Los cuatro han sido corridos a los márgenes de la sociedad por aquel proceso. No tienen casa, no tienen estudio, no tienen trabajo, no tienen ingresos. No tienen nada, como la mayoría de la Argentina en aquel momento. No todos, porque hubo grandes ganadores, para eso están las crisis... y el neoliberalismo.

Poca esperanza tenía de futuro aquella juventud argentina del año 2000. El 2001 sería peor y traería masacres y dolor, en un país quebrado, en default y casi sin aparato productivo remanente. Y sin esperanza. ¿Para qué ibas a estudiar o a producir si los bancos, los chorros o el gobierno de derecha te iba a quitar todo?

Ricardo y sus amigos discuten, se insultan, se cagan a piñas, delinquen, se mandan flores de cagadas.

Ricardo liga una minita, una vecina que es madre soltera, estudiante de secundario, proleta. Es Sofía (Rosina Soto), un poco la voz de la razón. Quiere salir del fondo de la tabla estudiando y en un momento en que confronta al sentimiento anti estudio de Ricardo le dice: Para vos éstas son unas vacaciones raras. Yo viví toda mi vida acá (en esa marginalidad). 

Esa vacación rara es una alegoría de la clase media por aquella época que, estafada, cantaría poco después Piquete y cacerola, la lucha es una sola. En esto la serie es hasta profética. Se hermanaron por un momento los estafados de clase media - alta o alta (las cacerolas, estafados por los bancos y el gobierno), con la gente de los piquetes (los pobres), marginalizados desde (casi) siempre. Al poco tiempo, gracias a la recuperación de la economía, se olvidarían de sus hermanos menos favorecidos y volverían a putear a los de los piquetes. Fin de las vacaciones raras.

Pero se defienden como hermanos distópicos. Sufren el embate de banditas narco medio pelo, de financistas de corazón de piedra, de la policía. Y, sobre todo Ricardo, corren. Corren, escapan de la policía y de otros delincuentes. Parecen correr casi como actividad predominante. En realidad, fueron corridos, a la manera en que hablaría Heidegger: No corren, fueron corridos. 'No interpretan, son interpretados'.Tenemos un malo, el Negro Pablo (Dante Mastropierro), violín, narco - ladrón de poca monta, violento y provocador. Tiene a su propio Mulo (Sergio Podelei), un pibito medio tarado. El Mulo es un descerebrado básicamente violento y no tiene todos los caramelos en la bolsa. Pablo lo verduguea a Ricardo a la primera oportunidad, lo veja sin piedad a pesar de que el pibe no le hizo nada. Llega casi a violarlo justo cuando es rescatado por los amigos. Me parece que tienen mucho de las bandas parapoliciales y la triple A de los '70.

Los parientes de Ricardo, unos garcas, financistas, ceos, tratan de que Ricardo o sus amigos (básicamente, el Pollo) arreglen la casa para venderla lo más rápido posible y que los pibes se vayan a la mierda. Adonde sea, eso es lo que no les importa. Sólo quieren ganancias y los venderían a ellos mismos si pudieran.

En algún momento, Ricardo cree tener la protección de Miguel (Jorge Sesán), un amante de la violencia y las armas que termina dejándolo de garpe, traicionado. El tipo vivía en la casa antes del desalojo primigenio (¿dictadura?). Aquella vez se fue y dejó a su mujer e hijos a la deriva y ni sabe donde están. Hmmm, me hace acordar a algo. Tal vez a cierta conducción de orga que dejó a sus militantes tirados, luego de venderles una contraofensiva que nunca fue más que una cacería de patos, librados a las balas de los milicos. Y esa conducción, mientras tanto, se fue a tomar sol a Méjico...

Luego de un fallido intento del Pollo de eliminar la amenaza de Pablo, finalmente ocurre lo inevitable. Pablo, el Mulo y su bandita encuentran la casa y los emboscan para matarlos. Logran escapar por un pelo, pero los mierdas matan la mascota de la casa, el inocente perrito Severino que es enterrado en el lugar glorioso del Chiqui, un baldío secreto mitad basural, mitad paraíso vegetal urbano.

Viene la venganza de los pibes, pero como en toda tragedia griega, la venganza deja una víctima para los propios. El más inocente y pacífico de los pibes, Chiqui, le pone el pecho ('poner el pecho' es una metonimia muy usada en el ambiente, en el sentido de poner el cuerpo, arriesgar y trabajar) a una bala por proteger a Ricardo. Agonizante, Chiqui (que desde siempre fue huérfano y vivió en la calle) pide que no lo lleven al hospital, que lo lleven a la casa

La casa para mí es nuestra patria, es esa Argentina que vaya a saber quién dejó en ruinas y que el pueblo esta reconstruyendo siempre (como en el mito de Sísifo) contra la ambición de la oligarquía de volver a venderla.

Chiqui, el grandote buenazo y pacifista, la más pura alegoría del pueblo, es enterrado en una tumba sin marcas ni nombres, en un no - lugar velado por la lluvia y las lágrimas. Como los caídos en Malvinas. Como un desaparecido. 

El grupo de amigos se separa bajo una lluvia aturdidora, ya sin Chiqui ni Severino. 

Fundido a negro.




Esteban Cámara

Septiembre de 2021

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