Basado en (varias) historia(s) real(es) de Santa Fe, Argentina, barrio del noroeste, 2018.
Mariela se pasó la
noche casi sin dormir, se ve que una intuición oscura le estaba dando vueltas. Algo feo
había soñado, un monstruo negro, con colmillos y cola, pegajoso y amorfo que se retorcía en un
líquido viscoso. No había leído a Lovecraft, pero la bestia parecía sacada de
allí.
Cambió a
Lucas, el de cinco, para llevarlo al preescolar, con sus ropitas
gastadas y las zapatillas que no daban más. Sin lápices en la
cartucherita, apenas una birome que sacó de quién sabe donde. Y en una bolsa de plástico con el cuadernito de calificaciones. Poco más. Les dió un
poco de leche aguada a Lucas y al bebé, dos años. Para ella no había nada de comer. Le cambió el pañal al
chiquito y se dió cuenta de que era el penúltimo de los que le habían
regalado. Le puso un enterito bastante chico y rotoso, no había nada
más. Limpio, no. Ciro lloriqueaba, hace días que venía comiendo
únicamente leche aguada. Mariela estaba sin trabajo estable desde hacía más de dos
años, cuando había cerrado la cooperativa y el papá de los nenes se había fugado, dicen que al sur. Igual,
era albañil y trabajaba un día sí y tres no. Mariela changueaba lo que podía, limpiando casas, generalmente, pero cada vez salía menos laburo. Vivían en una piecita que
les habían prestado porque nadie la iba a alquilar, a 5 cuadras del
asfalto. El papá de ella, también albañil, había reventado en una obra no hacía mucho y el
gobierno de mierda que había le negó ayuda para cobrar la indmnización y el seguro y le negó cualquier ayuda. La mamá había
muerto joven cuando ella era chiquita y no le dió hermanos. Mariela
llevó al nene a la escuela a pesar de la lluvia y del barro aunque
generalmente lo dejaba porque no iba ninguno de los compañeritos en aquel barrio olvidado por la municipalidad. A
Ciro lo dejó con una vecina joven, su mejor amiga, que tenía también un bebé y que a
veces laburaba y el papá del hijo de ella le pasaba bastante plata,
además de que vivía con su madre y guiso no faltaba por ahí. Seguramente
hasta leche sin agua le iban a dar a Ciro, como siempre. Fue hasta el dispensario y se hizo
ver por el ginecólogo porque había estado con vómitos y los pechos
duros. Hacía unas semanas había salido con un pibe, también desocupado y
se les había roto el forro. Salió del dispensario dos horas después
pálida, transfigurada. Pasó por la casa de la vecina y le pidió que le cuide al Ciro un
par de horas. Le dijo que iba a ir de nuevo hasta lo de la ex patrona
para ver si le daba de nuevo algo de trabajo. Misión difícil porque la tipa se
había cabreado, mal, ya que ella faltaba seguido cuando el bebé tuvo
broncoespasmo y llovía y las cinco cuadras de barro eran un obstáculo imposible para una piba cansada con un bebé que lloraba y tosía paroxísticamente. 'Me cansaste, Mariela', le había dicho la última vez. Mariela nunca usó pañuelo
verde, ni celeste y blanco, era como si no los viera (al celeste y blanco como una escarapela recordaba haberlo visto en casa de la ex patrona). Le pasaba por encima a todo eso, a la
política, a los sindicatos. Todos eran la misma mierda. Eso le decían la
ex patrona, la televisión, la maestra de Lucas, el almacenero. Y para
ella no había otra. Tal vez hubiera notado que la amiga y sus hermanas tenían pañuelo verde, pero no sabía bien lo que significaba. Igual, Mariela no fue a la casa de la patrona, fue a
la ferretería, que el dependiente era un ex compañerito de escuela (ella
había sido abanderada y él escolta). El pibe era gay y ella siempre lo
defendió, cosa no muy frecuente. Le pidió fiado 'para arreglar el
tendedero'. Nunca le había pedido nada a nadie, enseñanza de su orgulloso padre. Volvió a la piecita. Paredes de ladrillo desnudo, techo de
chapa con vigas de madera expuestas. No daba más. Se colgó apenas llegó,
para no empezar a pensar en Lucas y Ciro y arrepentirse.
Esteban Cámara
Santa Fe, 12 de junio de 2019
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