Hoy se festeja el día de la madre en Argentina y Bielorrusia, conmemoración que mundialmente se celebra con una gran dispersión, aunque es mayoritaria en el mes de mayo.
Quiero homenajear especialmente en este día a las Madres de Plaza de Mayo quienes son justicieramente consideradas como ejemplo de lucha pacífica y tenaz no sólo por los derechos humanos de sus hijos, desaparecidos, sino por los de todos.
Las Madres de Plaza de Mayo se empezaron a reunir en abril de 1976 para lograr una entrevista con el entonces dictador, hoy encarcelado de por vida como responsable de centenares de desapariciones, torturas, asesinatos, robos, usurpaciones de indentidad y apropiación ilegal de hijos de detenidos y desaparecidos, Jorge Videla. Estando en la Plaza de Mayo, incialmente los viernes, luego cambiado a los jueves, en una de las primeras reuniones los uniformados de la represión les ordenaron circular y ellas comenzaron a marchar alrededor de la pirámide de la Plaza de Mayo, símbolo de la república. Al día de hoy siguen marchando simbolizando el movimiento de una lucha que marcó a fuego la democracia argentina y que no va a detenerse jamás.
Las primeras madres fueron Azucena Villaflor de Vicenti, Berta Braverman, Haydée García Buelas, María Adela Gard de
Antokoletz, Julia Gard, María Mercedes Gard y Cándida Gard (4 hermanas),
Delicia González, Pepa García de Noia,2 Mirta Baravalle, Kety Neuhaus, Raquel
Arcushin, Sra. de Caimi. Luego se sumarían Hebe de Bonafini y muchas más.
Tuvieron desapariciones como la fundadora, Azucena Villaflor de Vincenti, entregada por la infame rata llamada Astiz, asesino de adolescentes indefensas, infiltrado en los organismos de derechos humanos, desaparecedor y torturador de la Esma y, como colofón de una vida contraria a todo lo que es digno y enemigo de su propio pueblo, cobarde entregador de las Islas Georgias sin disparar un sólo tiro en 1982.
Previo al secuestro de Azucena, el grupo de asesinos 3.3.2, de Astiz, había secuestrado a Esther Ballestrino. María Ponce de Bianco, compañeras de ella en las reuniones de la iglesia.
“La desaparición de Azucena, de Mary y de Esther, casi nos
hizo tambalear a este grupo que recién se armaba. Lo hicieron para liquidarnos,
ellos no pensaron que nosotras íbamos a seguir. De esas Madres lo que hay que
saber es que se llevaron las tres mejores Madres que teníamos, porque nosotras
veníamos todas de no saber nada [...] Azucena venía de una familia peronista
muy combativa, que ya había vivido mucha presión la familia Villaflor, ella ya
había sido sindicalista, trabajaba en una compañía de telefonía y era del
sindicato; Mary Ponce trabajaba en la base de la Iglesia del Tercer Mundo y Esther
Balestrino de Careaga era una bioquímica que venía huyendo de Paraguay. Ella
vino y nos dijo que se llamaba Teresa [...] era una mujer súperinteligente.
Ella siempre me enseñaba muchas cosas, me decía: «Mirá, Hebe, cuando vos vas a
una reunión y hay uno con un micrófono, te tenés que dar cuenta que ese es el
que va a dirigir la reunión y la va a mandar, porque el micrófono le da el
poder, pero vos sabés qué tenés que hacer, aunque sea pararte arriba de una
mesa, pero no lo dejes porque vos tenés fuerza para eso» y un día yo la vi a
ella en una reunión en Familiares parada arriba de una silla discutiéndole a
Cata Guagnini, por el tema del micrófono. [Tiempo después] apareció la hija y
ella siguió con las Madres. Nosotras le decíamos que teníamos miedo, porque le
decíamos que «si apareció tu hija, ahora qué va a pasar», pero le había quedado
el yerno desaparecido. Ella tenía un convencimiento político impresionante:
conocía todo, sabía de todo, te explicaba todo."
Especialmente quiero dedicarle este homenaje a una madre, la mía: La Coca, Elsa Leda García, madre de tres hijos, maestra rural durante muchos años, directora de escuela y sindicalista. Coca nos dejó de herencia las dos cosas más valiosas del mundo: La lectura, la capacidad de trabajo y la sinceridad a toda costa. Crecimos carecientes de muchas cosas. Ella, con su magro sueldo de maestra, básico (estafada por los curas de la escuela en donde ella era, de hecho, la Directora doble turno, y de "recibo", la Vice de la mañana) pudo pagar la hipoteca de la casa, mandarnos a la universidad a los tres y sostenernos a los 4, frente al abandono y/o maña leguleya de mi viejo. Durante mucho tiempo no cenábamos, salvo pan y alguna infusión y escuchábamos a Mamá llorar porque el sueldo, injusto, no le alcanzaba para pagar la cuenta del almacén. Es la misma madre que peleó como una leona los casi 5 años que Ana estuvo presa de la dictadura infame, visitando innumerables despachos, viajando a Buenos Aires, a la cárcel de Villa Devoto sin saltearse una sola visita. Rasguñaba monedas de dónde podía, pero iba. Ella fue otra víctima no reconocida de la represión, tanto que, una vez libre Ana, cayó en una profunda depresión de años, con sus defensas sencillamente agotadas por luchar contra tanta barbarie. Ella provenía de una familia "bien" de Santa Fe, del Yatch Club y la escuela religiosa y siempre fue muy sensible a la injusticia, aunque debo reconocer que en algún momento estuvo contaminada por los prejuicios de su clase.
Coca falleció en julio de 2002, tras varios ACV. Habiendo sido casi toda su vida católica, echó al cura de la terapia intensiva, sin miedo a la muerte, fiel al ateismo al que había adherido en sus últimos años, el mismo de sus hijos. Sus últimas palabras fueron, orgullosa: "Son muy alegres mis hijos", luego de rememorar nuestros luminosos y coloridos paseos por las quintas cercanas a casa, con Ana, mis sobrinos, mis hijos y la querida boxer Sol.
Pero más allá de estos ejemplos de lucha social, todas las madres se merecen el homenaje, porque aunque no hubieran luchado por todos, al menos lucharon por uno.
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