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Lo fuerte en el Club Liberpul eran las bochas, aunque también había cancha de basquet y fútbol 5 para alquilar, un par de salones para que las viejas hagan gimnasia y el típico bar de club de barrio, con huellas de caminos de cucarachas en el piso de baldosas y cáscaras de maní por todas partes.
La zona del club supo ser un barrio de obreros, pero con el progreso de la ciudad hacia el norte se había convertido en casi el centro geográfico. Había prosperado, se habían mudado comerciantes y profesionales y las casas bonitas estaban ganando la batalla contra los pequeños chalets de techo a dos aguas que fueron la norma en un principio.
Una mañana de sábado, cuando me estaba levantando, siento golpes y gritos que venían del lado del club. Me pareció distiguir la voz del Píter, un flaco un poco mayor que yo que estaba de sereno allí a cambio de habitación. Era un buen tipo, callado y un poco lento, tal vez a causa de los litros y litros de alcohol que tomaba con disciplina espartana.
Volviendo a esa mañana, la cosa no me gustó nada y me puso en alerta. Pocos segundos después, cuando me disponía a ir al club a ver qué pasaba, vi una silueta que se metía en mi casa viniendo del tejido roto que separaba del club. Me agazapé detrás del bargueño y esperé, luego entraron dos más. Uno parecía mayor, de cerca de 30 años o más, corpulento y tenía una pistola en la mano. Los otros dos eran chiquitos, adolescentes. Uno de ellos tenía un revòlver viejo y el otro un cuchillo.
Para colmo la noche anterior había ganado en el casino mucha plata, nunca había visto tanta. Esto fue una casualidad, nadie sabía que yo había ganado eso, era un empleado con ingresos medios, bastante amante de la joda y nunca me sobraba nada a fin de mes. Lo del asalto doy por descontado que fue al boleo. Seguramente entraron al club por las botellas de vino del bar y lo que hubiera en la caja registradora. Al ver mi casa, quisieron reducir a quien estuviera allí: Son oportunistas: Vieron la vivienda bastante equipada, salvo la medianera y creyeron encontrar mejor botín.
Vi que mi única posibilidad era sorprenderlos saliendo a la atropellada y escapando por el pasillo hacia la calle. En eso uno viene hacia donde estaba yo, aunque sin verme. Salí a todo vapor por el otro lado de la mesa, hacia la puerta que conecta el living con el patio y la inexistente medianera con el club. El pibe dio la alarma a sus compañeros con tan mala suerte para mí que justo el tipo mayor estaba yendo hacia la misma puerta por la que yo necesitaba salir. Me atajó con sus brazos y enseguida me cayó encima uno de los pibes, el otro se quedó mirando mientras los dos restantes me pegaban y amenazaban.
- ¡Quedate quieto, puto! Me gritaban y me insultaban también.
Yo siempre fui corpulento y de hacer mucho deporte (boxeo y taekwondo, entre otros) y les opuse mucha resistencia. Pegué tanto como recibí, tal vez mas, gracias a rapidez de manos y acostumbramiento al castigo. Después caí en la cuenta de que debían haber perdido las pistolas en el forcejeo.
- ¡Danos la plata y no te vamos a hacer nada!, repetían, pero yo, o no les escuchaba o estaba muy aturdido.
Estaba enfurecido, impermeable a todo lo que no fuera la rabia que sentía, mezclada con miedo y dolor por los golpes. Pero había mucha rabia.
En eso encuentro el adoquín que uso para que la puerta del patio no se cierre, en verano. Sin pensarlo le di un fuerte golpe en la cabeza al tipo más grande. Justo unos segundos antes les había dado a cada uno sendas fuertes piñas en la cabeza. En ese momento vi que el tercero había recogido una de las pistolas y, esperando a que se defina el combate cuerpo a cuerpo, me apuntaba...
(fragmento, link para descarga: https://El Liberpul.pdf)
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