martes, 17 de julio de 2012

El "discurso perfecto"

Hace casi dos décadas, cuando cursaba un posgrado, empecé a identificar un discurso muy particular: Hipercrítico, seguro, compacto, severo, erudito. La verdad, quedé bastante impresionado con él. Los emisores de ese discurso eran siempre los mismos, hablaban con singular calidad, obtenían las mejores calificaciones y siempre parecían decir lo que el profesor esperaba, aunque a veces, en un aparte, lo expresado cambiaba drásticamente. Sus informes y exámenes solían ser brillantes.

Cuando, poco después, empecé a ver a esas personas trabajar, el desencanto fue absoluto. En los hechos, invariablemente, se volvieron dubitativos, reactivos, lentos, faltos de convencimiento, improductivos y “a remolque” de otros. Llegaban tarde y no se comprometían y si se los instaba a hacerlo, siempre alegaban algún otro compromiso. Pero la cosa cambiaba cuando lo que debían hacer era evaluar o comentar el trabajo ajeno, allí sí desplegaban todo su talento quirúrgico y las palabras se volvían enormes, lapidarias, despiadadas. Otra componente habitual en estos actores consiste en plantear únicamente “Proyectos macro”, 'masterplanes' y 'cambios estructurales' que por una razón o por otra nunca empiezan, siquiera, a ejecutarse.

Casi de inmediato empecé a denominar a esta práctica “El discurso perfecto”. Específicamente, luego de largos años de observar a las personas que lo enuncian puedo definir algunas características típicas:

 El discurso es totalizador, abarca todos los aspectos de la situación y no deja resquicio, no deja dudas. El veredicto es invariablemente malo.
 El emisor nunca debe tomar la iniciativa de nada. No debe hacer absolutamente nada.
 La culpa de lo que salió mal siempre es de otro. Y es cierto, atendiendo al punto anterior, dado que el del discurso perfecto jamás hizo nada.

Si hacemos una arqueología de las decisiones y de los pequeños y grandes actos, nunca el emisor del discurso propuso nada, siempre los planes fueron ajenos y él tampoco nunca es de los que se convierten en abanderados de los mismos. El emisor del discurso nunca tuvo ninguna responsabilidad y si en algún momento la asumió, por algún otro compromiso nunca pudo llegar a hacerse cargo por completo. El del discurso perfecto siempre está posicionado 'por encima y afuera' de los hechos.

Uno de los marcos en donde ocurre cotidianamente este discurso perfecto es cuando algún intelectual del primer mundo analiza lo hecho en el tercer mundo.

Un efecto conmovedor de este concepto lo proporciona el diseño digital de superficies: La apariencia de realidad de una montaña, un glaciar, una pared, una piel, una superficie cualquiera diseñada por algún programa, consiste en la existencia de pequeñas imperfecciones. La falta total de ellas conspira contra la percepción de realidad de los usuarios.

Para evitar caer en el “discurso perfecto” basta con hacer algo. Dejar de planificar todo a la perfección y ponerse a trabajar, derivar en las cosas, poner manos a la obra, des-enamorarse de las palabras y finalizar los productos a tiempo. ¿De qué sirve un informe absolutorio perfecto que llega 5 minutos después de la ejecución de un inocente? Al instante de recibir una crítica por algo que hizo, justa o no que sea esa crítica, el perfeccionista a ultranza seguramente comprenderá esto.

En definitiva, pareciera que el discurso perfecto nace precisamente del perfeccionismo extremo y su consiguiente, la nulidad de actos.

Hace un par de meses escuchaba a Cristina Fernández contar que Dilma Roussef le había dicho algo así como: "Qué curioso ahora pretendemos mucho menos que antes, pero obtenemos mucho más". Tal vez esos logros sean precisamente por esto que digo, por haber abandonado los universos platónicos del lenguaje y el discurso teórico y meterse al barro de la historia, a los hechos imperfectos.

Pretendo desde estas líneas hacer una defensa de los actos, de los proyectos mínimos y modulares, de las acciones efectivas y sustentables pero siempre y cuando esas acciones estén insertas en un determinado marco ideológico y fueran atravesadas por la ética. Todo gran proyecto puede ser descompuesto en estos pequeños actos impuros, aunque impuros solo cuando son interrogados desde la perfección académica, no desde la ética. Toda acción, en definitiva, será imperfecta porque los universos platónicos y los campos conservativos de la física, no están en la esfera de lo material: Están en las ideas, en las matemáticas, en las palabras. Por lo tanto, si nos obligamos sólo a hacer cosas perfectas, no haremos nada. La perfección es una búsqueda insoslayable, pero que muere en el mismo momento de salir al mundo material, de dar a luz un hecho.



Esteban Cámara


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