Julieta, mi hija, volvía de Itapema (Brasil) ese día, en colectivo tras un largo, largo, viaje. Era miércoles 11 de marzo de 2020, año del coronavirus y hacía poco más de una semana que sabíamos que el virus había llegado a nuestro país, si bien había unos pocos casos en el país y ninguno en nuestra provincia.
Mucho más tarde sabríamos que ese preciso miércoles 11 de marzo murió la primera víctima de Nueva York. Víctimas que sumarían miles pocas semanas después, merced a la estupidez de su presidente y a la codicia de sus millonarios.
Yo había quedado encargado de cuidar a Lola, la perrita mestiza de mi hija y desde el domingo a la tarde tenía a Alexis, mi nieto de cuatro años. Habíamos ido al predio con pileta de mi gremio, el lunes a la tarde. El martes, no. Alexis había disfrutado muchisimo el lunes y el martes un poco se fastidió cuando no fuimos. Entonces decidí que volveríamos el miércoles a la mañana porque suponía que mi hija retornaría a la ciudad al mediodía y no sabía si iba a tener que llevar a Alexis con ella inmediatamente.
El día era muy claro y alrededor del agua había solamente un par de señoras. Alexis fue directo al agua, aún fría. Yo fui un poco detrás y enseguida quiso ir 'a la una', como le decía él a la parte más honda, donde hay una escalera. Olvidaba que, yendo para el agua, corriendo por la ansiedad se ganó un reto del guardavidas.
Jugó un buen rato, saliendo del agua por la escalera y volviendo inmediatamente a zambullirse. Nadaba hacia mí a un metro y medio de la escalera y volviendo a ella. Le sugerí que hiciera brazadas más tipo crol, en lugar del estilo perrito y algo de eso hizo. También fuimos al extremo norte, nadando yo y él a cocoyito.
En eso llegó una niña con su padre y se acercó a ver cómo jugábamos abuelo y nieto. El padre de la niña no se acercó al agua.
Salimos un rato y le compré un helado en el negocio del predio. Mientras lo tomaba, le saqué unas fotos mientras le mandaba algunos mensajes de whatsapp a mi hija que para ese entonces estaba ya en Paraná.
Julieta me contaba que, justamente, el colectivo fue sometido a limpieza y servicio en Paraná, así que se iba a demorar en llegar.
Volvimos a la piscina y seguimos el juego. Alexis disfrutaba, evidentemente, como nunca. La luz de ese mediodía era increíble, deslumbraba sin producir calor, como el resplandor de un foco de luz no del todo de este mundo. No hacía calor y el agua estaba bastante fría, pero la felicidad me desbordaba.
Esa tarde llevé a Alexis y a Lola con Julieta quien, para mi sorpresa, no había descansado nada. Por alguna razón a mí los viajes me agotan enormemente, me estresan y me dejan acabado. Tengo que descansar varias horas al llegar, aún si fuera el viaje más corto posible.
El sábado siguiente fui a nadar solo, a entrenar. A eso no lo puedo hacer cuando estoy con Ale, porque no le puedo sacar la vista de encima ya que es muy chiquito. No obstante, se maneja bastante bien en la pileta. Nadé un poco más de dos kilómetros en el día claro, casi tan claro como el miércoles anterior, pero algo faltaba. Era más temprano, sí. Tal vez fueran unas pocas candelas de fulgor menos, por el avance del otoño y el horario. ¿Podría ser?
Seguramente, no, no se debería notar. O tal vez fuera que faltaba Alexis, iluminando el aire con su aguda voz y su inocente vitalidad.
En esos días, el coronavirus avanzaba triunfante y mortal en el mundo y en Argentina, aunque aún no llegaba a mi ciudad.
El domingo pensé en ir de nuevo, porque tal vez fuera el último día de natación en mucho tiempo, no tanto por el incipiente final del verano (la piscina suele dotarse de cobertura y calefacción en el invierno) sino por el avance imparable de la pandemia. Lamentablemente, ése domingo me dormí y no fui a mi cita con el ejercicio.
Mi mal presagio llevaba razón: esa tarde la administración del predio suspendió todas las actividades y el gobierno anunció una serie de medidas destinadas a atenuar fuertemente los contagios. Distanciamiento social, le llamaron. Al día siguiente decidí declararme unilateralmente en cuarentena. El jueves 19 a la noche el gobierno intensificó el distanciamiento social, lo que la gente considera el inicio de una cuarentena que para mí ya llevaba unos días.
Pienso en ese deslumbrante miércoles 11 con Alexis en el agua fría y en la luz furibunda y me doy cuenta de que a veces vamos como quien camina confiado y feliz por un lago congelado y no se da cuenta de que de sus talones surgen rayos como cicatrices zigzagueantes que relampaguean sobre el hielo frágil con un siseo apagado.
Hoy lamento no haber sacado ni una sola foto de ese instante de blanca luz en la piscina, uno de los más felices de mi vida en compañía de mi pequeño nieto.
Esteban Cámara
Abril de 2020
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