viernes, 1 de febrero de 2019

Los cambios


Entro al maxiquiosco y el pibe está escuchando por la radio a un hombre, supongo que joven, que repite una y otra vez, bastante exaltado, cosas como:
  • Yo estoy de acuerdo, pero no puede ser que se pida así. No puede ser que se enchastre, se destruyan monumentos, por lograr un cambio
  • ¡Ningun cambio se logra con violencia!”, repite una y otra vez, con voz crispada, tensionada.
  • ¿Qué revolución se hizo destruyendo todo?”, finaliza preguntando ya con la voz totalmente histérica.
Lo miro al chico que atiende y le digo, TODAS. Me mira y no me contesta. Insisto. Le pregunto quién es el que habla en la radio. “Un pibe”, me responde, evade. No quiere decir.
Mientras tanto elijo el agua saborizada que buscaba y voy hacia la caja a pagarla.
Cuando le pago y me da el vuelto, recién se anima a decirme. “Sí, hay ejemplos”, me dice tímidamente.
¿Cuáles?, le pregunto. Decime uno, agrego.
Después de unos instantes de buscar y rebuscar (todos los adherentes al pensamiento hegemónico, como aquel que expresa que ninguna revolución se hace ‘de malos modos’, tambalean cuando se les pide que fundamenten lo que dicen), me dice: "El veinticinco de mayo".
¿En serio?, le digo. El veinticinco de mayo dio lugar a 20 años de guerras y muertes.
'Bueno', me dice el chico. 'Pero al principio fue pacífico'.
Ja, ja. Me reí y me retiré. Fue pacífico los primeros días porque la correlación de fuerzas española-criollas (con España conquistada por las tropas napoleónicas y sin rey desde 1807) no permitía ningún intento de resistencia, máxime con los criollos proclamando su adhesión al heredero español (Fernando VII), muchos de los cuales esperaban una constitución y un régimen parlamentarista respetuoso de las libertades cívicas y del ‘evangelio de los derechos del hombre’, como gustaba decir José de San Martín. Tal vez otros manifestaban adhesión al rey de manera oportunista o con motivos ulteriores, imposible saber. Pero ese factor es importante para entender que el desarrollo de las acciones fuera bastante lento.
Luego, como era dable esperar, y más pronto que demorado, comenzó el derramamiento de sangre por parte de los 'pacíficos' artífices de nuestro 25 de mayo: el 26 de agosto en la hoy provincia de Córdoba fueron fusilados Liniers (un héroe en la reciente reconquista de Buenos Aires de manos inglesas) y otros connotados leales a la metrópolis. El pacifismo de los patriotas de mayo duró apenas un par de meses, tanto como las acciones de la reacción comenzaron a ensombrecer las posiblidades de los revolucionarios.
A eso le siguió una guerra no de 20, pero sí de 15 años. En un principio las acciones se limitaron a la periferia de lo que es hoy Argentina y a los países limítrofes, pero los combates no tardaron en producirse en tierras interiores (octubre de 1810, ataque fluvial de la guarnición española en Paraguay a Corrientes, invasión a la misma ciudad en abril del año siguiente). Los combates se siguieron produciendo en lo que hoy es Uruguay mientras que a fines de 1811 comenzó la contraofensiva española por el norte del país originando el éxodo jujeño y la batalla de Tucumán en donde a pesar de casi duplicar el número de tropas y luego de acciones suficientemente confusas, los españoles se retiraron.
Como resultado de esta prolongada guerra y sus enfrentamientos conexos (Federales-Unitarios, LusoBrasileños-Rioplatenses, independencia de los pueblos vecinos), murieron miles en escenarios tanto terrestres como fluviales y marinos. Numerosas propiedades fueron destruídas. Los sucesos de la independencia argentina de ninguna manera pueden considerarse como pacíficos.
Otros ejemplos
Fin de la era de los reyes: Francia 1789, Toma de la Bastilla y demás, una revolución enormemente cruenta con marchas y contramarchas, guillotinas y combates por toda Europa.
Comuna de París, 1848. Decenas de miles de comuneros asesinados, mayormente como venganza, por la reacción en este primer intento de revolución anarco-socialista.
Liberación de los esclavos en los EEUU: guerra de secesión 1862/66 (620.000 muertes). Paralelamente, y no menos importante, esta guerra configura la derrota de la clase terrateniente y agroexportadora y el establecimiento del país como potencia industrial desarrollada.
Primera revolución marxista, Rusia 1917 y una guerra de 3 años con cientos de miles de muertos. También aquí podemos enmarcar la derrota simultánea de la oligarquía terrateniente y la industrialización y desarrollo del país. Esta lectura es crítica para entender el rol actual de Rusia en el mundo.
La semana trágica, Argentina 1919: si bien no fue una revolución exitosa, los sindicatos buscaban instaurar la jornada de ocho horas para los trabajadores. En la reacción oligárquica se asesina a 900 trabajadores y se produce el primer pogrom americano, adjudicando los grupos reaccionarios a la influencia judía el activismo por los derechos proletarios. Finalmente, las empresas y el gobierno aceptan lo pedido por los sindicatos.
Independencia de VietNam, 1920-1976. Millones de muertes, emancipación solamente terminada con la derrota militar del imperialismo yanqui.
Revolución Cubana, 1959. Aquí debemos contabilizar los muertos del Moncada y el Céspedes, la campaña de la Sierra Maestra y su extensión a occidente cubano y la derrota a la invasión mercenaria yanqui a Playa Girón (1961) que cierra el ciclo con la victoria de los revolucionarios. Miles de muertos.
Casi todos estos ejemplos atañen a revoluciones políticas, o sea a revoluciones que cambiaron el signo del poder, o intentaron hacerlo.
Pero existen otra clase de cambios (personalmente me resisto a llamarlos revoluciones) se trata de los cambios culturales.
Recientemente leía a un filósofo queer inglés, Grayson Perry que dice: “Soy reacio a utilizar la palabra (se refiere a revolución), porque siempre hay jóvenes barbudos (suelen ser hombres quienes recurren a tales métodos) que tienden a caracterizar la revolución como una sacudida violenta, pero esto no es más que otro cliché inútil. Diría que las revoluciones que realmente suponen un cambio duradero se producen de forma reflexiva en tiempos de paz”. En el mismo texto se revela la puja que existe en el concepto de revolución versus cambio. En realidad, está hablando de los cambios culturales. 
Pero para que ese cambio reflexivo, el cambio cultural se produzca, debe haber un espacio político que lo permita ya sea que ese espacio político se dé por la propia dinámica de la evolución social y cultural de los colectivos o porque ese ‘campo de difusión’ que permita el cambio cultural se haya dado por una revolución previa.
Uno de esos cambios culturales se produjo en mi ciudad, Santa Fe (Argentina) entre la década del setenta y la de 2010 a 2020. En mis años de adolescencia, los primeros mencionados, la gente respondía a la cultura implantada por el catolicismo y era represiva en lo sexual, homofóbica, anti relaciones extramatrimoniales, y consideraba al matrimonio, indisoluble, entre conceptos del mismo cuño. Por ejemplo: en los años 1976-83 -dictadura militar- estaba prohibido que los hoteles y otros albergues ciudadanos alquilaran por horas. O sea, no se podía coger. Salvo que uno tuviera auto y pudiera acceder a los moteles de la periferia, pero eso era inalcanzable a las personas de escasos ingresos. Había que ir a garchar a las plazas y baldíos, a riesgo de sufrir violentos robos e incluso violaciones. Los alojamientos que incumplían esta norma (doy fe que los había) se arriesgaban a ser clausurados, y las parejas con ganas de tener relaciones sexuales sin pasar por el altar podían ir a parar a la comisaría.
Paulatinamente, una vez restablecida la democracia, se aprobó el divorcio y se empezaron a discutir los basamentos de la cultura católica.
Luego vino otro período de liberalización cultural, con la aprobación del matrimonio igualitario y la identidad de género, propiciado por un gobierno progresista. Las ideas prendieron en la juventud y se produjo un gran avance en el encuadre intelectual de género y sexualidad. Sin ir más lejos, la vecina Paraná, a mi juicio, no experimentó un avance similar, tal vez debido a la condición de Santa Fe de ciudad universitaria, con afluentes de personas de mayor formación intelectual y nivel de discusión.
Hoy en Santa Fe existe un fuerte núcleo antipatriarcal, pro separación de iglesia y estado y favorable a la libertad de disposición de las mujeres respecto de sus vidas y sus cuerpos. Salvo en familias que se quedaron en los siglos anteriores, culturalmente, las personas ya no discuten las relaciones sexuales extramatrimoniales, algo impensado en mis tiempos de adolescencia. Este cambio no hubiera sido posible sin la derrota de las fuerzas políticas más retrógradas, impulsoras de la coacción de la subjetividad y la sujeción de las personas a mandatos culturales perimidos, derrota que se verificó desde 1983 hasta 2015. O sea, en el período democrático.

Otro ejemplo es Cuba, en donde primero hubo que hacer la revolución política para luego producir el cambio cultural. Pregunte a cualquier cubano respecto de lo indiferente que es un argentino cuando ve a un semejante en problemas y la diferencia con la reacción solidaria de un cubano común. Obvio, hay excepciones a la norma tanto en Cuba como en Argentina: pero es la variabilidad natural en la cultura.
Resumiendo, hay cambios que no se imaginan sin violencia, que son los cambios políticos sistémicos. En contrapartida, los cambios culturales no se imponen por la vía violenta, son producto de esa producción intelectual reflexiva de la que habla G. Perry. Pero para que ese avance cultural se produzca debe haber un campo político que no le fije barreras, que no se lo impida, coaccionando desde los factores de poder intra y extra comunicacionales (es fundamental el rol de los medios de comunicación, casi siempre en manos retrógadas). Es necesario siempre  para el cambio cultural un campo de difusión, un espacio de reflexión libre, un campo político favorable al cambio, o al menos neutro.
Los procesos políticos de evolución social, política y cultural configuran una complejidad y secuencialidad de diferentes momentos de paz reflexiva y de violencia, con avances y retrocesos, con herramientas y producciones muy diferentes en cada una de esas fases. Reducir toda la explicación de las revoluciones a una o a otra de sus fases es desconocer la complejidad de las dinámicas de cambio.
Para lograr ese campo que posibilite el cambio importante, el cambio cultural, los gestores del futuro harán lo que haya que hacer.





Esteban Cámara
Santa Fe, enero de 2019

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