Visitaba a
un viejo compañero de facultad a su casa de la isla, pasando varios puentes y
ríos. La casa estaba en la parte más alejada de la isla, en el final de un
tortuoso y angosto camino de tierra. La zona, muy poblada y animada, tenía algo
de las sierras de Córdoba mezclada con las islas del Paraná en el ancho valle
aluvional que hace de frontera entre Santa Fe y Entre Ríos.
El tiempo
estaba fresco y lloviznaba, típico de esta parte del año: Mediados o fines de
otoño.
Estando
allí, la televisión empieza a alertar sobre un grave cataclismo que haría crecer
varios metros los ríos de la zona. Me marcho inmediatamente mientras mi amigo,
que vivía allí con un hijo de unos 14 años y su otra visita, un residente de la
zona, optaban por quedarse en el lugar. Creían que iban a estar protegidos en
la sólida casa del primero.
Yo me voy
con mi moto y cuando llego a la autopista encuentro una larga fila de camiones
y otros vehículos varados en un embotellamiento antes de llegar al puente más
grande, el que separa de las tierras altas. No obstante, las perspectivas eran
buenas: Faltan al menos 12 horas para la gran creciente y el problema del
tránsito se va a solucionar en menos de una hora.
Mientras
espero allí no dejo de pensar en mi amigo y su hijo: los comentarios son que su
poblado va a ser arrasado por el aluvión, que los científicos calculan
furibundo. Decido volver para intentar convencerlos de marcharse conmigo, tal
vez no sepan de la gravedad de lo que se prevé.
El camino
de tierra está ya semi inundado y debo dejar la moto mucho antes de llegar a la
casa de él. Llego caminando y, afortunadamente, veo que su hijo ya ha sido
evacuado por unos vecinos. Sin embargo mi amigo y su vecino siguen firmes en su
propósito y por más que intento, no consigo convencerlos. Es como hablarle a una
pared.
Horrorizado,
veo algo que no había percibido: el vecino está con un pequeño de unos 5 años.
Le ruego que, al menos, me deje llevar a la criatura para no exponerla a lo que
yo sé que es una muerte segura. Aunque sin mucha expectativa de mi parte, el
hombre accede y, preguntado, el huraño infante sorpresivamente me mira con inmediata
simpatía y accede.
Mientras el
vecino prepara un bolso para su niño, mi amigo me muestra algo que yo no sabía:
Un entrepiso en su casa es más sólido de lo acostumbrado. No se trataba, como
parecía, de un cielorraso de yeso, sino de una loza de cemento con sólidas planchas
de acero que lo encadenan a las paredes. En el cómodo espacio entre ésta y el
techo hay comodidades y provisiones para mucho tiempo e instalaciones para la
higiene personal.
No me
tranquiliza demasiado: La inundación, si bien no se supone que llegue a superar
la altura del refugio, sí vendrá con una furia superlativa y puede que derrumbe
todas las casas isleñas, aún las más sólidas.
Salgo de
allí triste pero con una pequeña esperanza y una enorme responsabilidad.
Mientras llevo de la mano al pequeño hijo del vecino, caminando hasta la moto
distante nos cruzamos con un grupo de lugareños. Todos son hombres y de edad
mediana. Se ven alegres, inconscientes, tal vez algo alcoholizados. Llevan en
sus manos bolsas de provisiones de
última hora. Y bastante cerveza.
En los
últimos metros antes de llegar a la moto hay un empinado y barroso terraplén
que subir. Dudo unos instantes pensando en como hacer para trepar con el bolso
y el pequeño, pero el tranquilo y perspicaz niño ya vio una especie de
escalera: Una capa de placas de cemento o baldosones, con salientes escalonadas
y rectangulares, afirmados en la cara del terraplén a la manera de refuerzo
destinado a evitar la erosión producto de un desagüe aledaño. El niño se dirige
confiadamente hacia esos inesperados escalones y comienza a subir. Yo lo sigo,
aliviado. El horror queda atrás, espero.
En eso, me
despierto. Estoy en mi casa, con mis hijas durmiendo a salvo en la habitación
contigua.
Esteban
Cámara
Santa Fe,
domingo 13 de mayo de 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios son en su totalidad moderados. No se admiten mensajes de odio, descalificaciones, insultos, ofensas, discriminación y acusaciones infundamentadas. El autor se reserva el derecho de no publicar comentarios anónimos.