Cierta
noche viajé algunos quilómetros para visitar a Victoria, a quien conocía desde hacía muchísimo: Una hermosa "morocha argentina". Traicionando viejas prácticas fui en
colectivo, ella me había pedido ayuda para ... algo.
De alguna manera, terminé pasando la noche solo en su casa, cuidando de alguna
mascota. Recuerdo encontrarme algo anonadado sentado en un sofá mirando la
tele, sin poder dormir. Ella había salido con un amigo.
En
el comienzo de la mañana, veo entrar al pasaje que terminaba en la entrada de
su casa a un auto gris oscuro, casi negro. Era un hatchback algo así como un
Suzuki o un Nissan. Vicky bajó, con los ojos llorosos, pero el auto no se fue
enseguida. Supongo que el conductor se quedó un par de minutos mirando hacia
adentro de la casa, curioso de ese hombre barbado sentado en el living con cara
de desorientación y sueño.
Luego,
ella me acompañó a un par de cuadras de su casa, a una esquina de la avenida de
circunvalación por donde pasa el colectivo que me llevaría de vuelta a mi
ciudad.
En
ese momento decidí no volver a verla.
Vicky
estaba muy contenta, me tomaba el brazo y me abrazaba. Gorjeaba como un
pichoncito en una mañana de primavera y hacía planes para que vayamos el sábado
siguiente a Santa Fe a un gran concierto de rock. Yo sabía que no se iba a dar,
aunque más no fuera porque yo no iba a ir con ella. De ninguna manera.
Mientras
nos dirigíamos a esperar el transporte en esa mañana tan clara, caminando por
senderos de hormigón de una especie de parque poco cuidado y casi sin plantas,
ella me abrazaba por momentos. Siempre es un placer tocar a alguien querido, ya
sea ese sentimiento correspondido o no.
Me
lamentaba de no haber ido en moto. Su casa, que no conocía hasta entonces, resultó
que contaba con un patio lo suficientemente resguardado como para guardar seguro
el vehículo. Pero ya era un dato inútil.
Amo
la libertad de movimiento que me da la moto. Odio la impuntualidad y la demora
de los colectivos, la grasitud desaprensiva de los choferes y las invasiones de
los demás pasajeros. Soy bastante “Asperger”, sepan.
En
un momento dado Vicky, ni sé de qué estaba hablando mientras pensaba en motos y
ómnibus, me besa en la boca de improviso, húmedamente. No rechazo ese placer,
mas bien adhiero, lingual. Seguimos así sin comentarios ni explicaciones
durante varios minutos. A pesar de la caricia, sigo pensando en no verla más,
confío en cumplir con esto que sé que es tan necesario. Seguir mi vida, y van…
Vuelvo
a escucharla: Está planeando cosas juntos. Empiezo a ver la necesidad de
aclarar las cosas.
Pero
ella no me da tiempo: Su ánimo decae instantáneamente, decepcionada supongo que
de sí misma. “Bajón”, pienso. Nada raro en ella. El rostro ensombrece y los
ojos se achican levemente mientras se ponen brillantes.
“No,
no va”, me dice y yo ya lo estaba esperando. “Vuelvo a repetir viejos errores.
Es siempre la misma mierda. Empiezo una relación pero en el fondo me da igual.
Consigo que me ayuden con esto o lo otro o simplemente me dan el tan necesario
contacto humano, de piel. Sexual”.
“Pero
no los quiero, no siento pasión fuera del calor transitorio de las hormonas que
hacen que el cuerpo pida un orgasmo a los gritos, sudando y jadeando con las
extremidades enrredadas y los corazones a punto de salirse de su caja de
huesos entrelazados.” Así estaba ella, locuaz como nunca en toda su puta vida.
“Ahí
empieza la espiral descendente. ¿Te das cuenta?”, decía. Pero yo sabía que hablaba con
ella misma. Yo sólo pasaba por allí y estaba en primera fila. Curiosamente,
seguíamos abrazados: Yo la amaba desde que la ví, disculpen que no haya avisado. Mi amor por ella era como una llovizna silenciosa,
invernal. De gotas apenas suspendidas, ligeramente más densas que el rocío.
Partículas de afecto casi como las que vienen de un estornudo. Creo que sabía de
antemano todo lo que me iba a decir. Seguía decidido a no volver a verla nunca
más, de depender de mí.
“¿Por
qué será tan fácil”, decía. “Basta un llamado, una mirada, una caricia y tengo
alguien más o menos digno al lado, dispuesto a arreglarme el auto o la canilla.
A llevarme a donde fuera o acompañarme de viaje.”… “Pero no los amo.”
Yo
la miré fijamente y le dije que ya lo sabía, pero que la culpa no era de “la
facilidad”. Lo tremendo era no sentir. - Y sos vos la que no te dejás sentir,
le dije. Uno se permite amar o no. VIcky. ¡Vos no te das permiso para amar! Yo
me voy, a pesar de amarte puedo alejarme. Igual, avisame si necesitás algo.
Haré lo que pueda, incluso si implica verte. Pero no va a nacer de mí, no si
cumplo la promesa que me estaba haciendo mientras veníamos hacia acá.
No
me miraba, tenía la vista perdida a mi derecha y un poco hacia abajo, como
cruzando la ruta. Tenía todavía los ojos húmedos y una expresión de sorpresa
desagradable, como al recibir una multa. Sé que no me escuchaba: Estaba perdida
en su íntimo descubrimiento. Debe ser terrible descubrir ser un lisiado en el
amor.
Entonces
la amé más: Me había dado la explicación de tantas de mis relaciones fallidas.
Ahí lo comprendí: Hay personas (mujeres, hombres, heterosexuales, gays) que no pueden amar y
se dedican a captar los sentimientos ajenos. Son como medusas del afecto.
Captan las corrientes y se dejan llevar por ellas y por el movimiento de otros
seres que no son de su especie. Se aferran un rato mientras obtienen nutrientes
y calor. Y luego se sueltan. Son parásitos del afecto.
Pero
los afortunados son los otros, los huéspedes. O sea yo y millones más. Siempre
sufrimos, nosotros, pero amamos. Apasionados, vamos a la guerra: queremos
conquistar el mundo, hacer la revolución, salvar a los niños de la miseria.
El corazón, emparchado mil veces, nunca
cicatrizado del todo: ¡ardiendo!
Esteban
Cámara
Santa
Fe, 24 de mayo de 2012.
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