El 30 de junio pasado, luego de otra amarga decepción con las organizaciones políticas (y van...), escribí el siguiente artículo. A la luz de los resultados eleccionarios de ayer 11 de agosto, resultó sumamente profético.
La política
Algo potente ocurrió en la Argentina desde 2003 a la fecha.
Entre 1990 y 2001 el neoliberalismo se había enseñoreado sobre los trabajadores argentinos, sobre el aparato productivo del país, destruyendo las economías regionales y desarticulando o malvendiendo el capital productivo del país. El país se endeudó, el tipo de cambio se mantuvo exageradamente alto y se bajaron al mínimo los aranceles de importación de manufacturas. Se privatizaron los ferrocarriles, por ejemplo, uno de los más importantes recursos de un país que, con más de 2 millones de kilómetros cuadrados es obvio que no puede crecer sin ellos. Se desguazaron prácticamente todas las industrias pesadas o básicas, salvo aquellas productoras de materia prima como la minería y el petróleo que fueron privatizadas o concesionadas al capital extranjero. El país entró en una fase de neocoloniaje como no se veía desde el siglo XIX.
Uno de los componentes culturales de aquel período, tal vez el más importante fue lo que se ha denominado la “ANTIPOLÍTICA” o, lo que es lo mismo, la demonización de la política, del político y del militante. Es esta antipolítica, propagada y reproducida hasta el hartazgo desde los medios de comunicación masivos, la que le dio sustento cultural a la expoliación y dejó inermes a las grandes mayorías. De allí, de la antipolìtica, surgió el ‘que se vayan todos’.
Algunos conceptos que sintetizan lo que representa la ANTIPOLÍTICA:
La “clase” política: los políticos son aquí representados como una raza o clase o casta decadente provista de privilegios a la manera de una especie de nobleza. Este concepto incluye, desgraciadamente, a los militantes de base.
Esa pseudo ‘clase’ se caracteriza principalmente como egoísta, individualista, especuladora y ávida de bienes y lucro.
A la ‘clase’ política no le interesa la vida de la otra clase, la 'clase ciudadana’, los que se dedican a trabajar para mantener a semejante ‘casta de vagos’.
La ‘clase’ política se dedica sólo a rosquear para conseguir cargos públicos y para que nada cambie.
La ‘clase’ política es 'la peor lacra de la vida democrática'.
Esta caracterización, particularmente, entiendo que se aplica perfectamente a una parte importantísima de los dirigentes políticos, aunque no a todos. Éste es un recorte que siempre hice.
Una digresión: Es propia de ignorantes hablar de ‘clase’ política. Toda persona tiene ideas y objetivos políticos. Los que usan ese término ‘clase’ política se creen politólogos cuando ni pasaron por la puerta de una facultad y no leyeron ni un solo libro de Ciencia Política en su vida. No hacen más que citar, repetir como monos, a pseudoperiodistas a quienes les conviene mantener la creencia de la antipolitica en beneficio propio y de sus patrones. No existe, ni la persona sin ideología, ni la persona apolítica, salvo extremos patológicos de incapacidad intelectual. Las personas que creen ser apolíticas suelen ser individuos que sólo se preocupan por sí mismos y, en el mejor de los casos, por sus familiares o personas más cercanas. Y eso, claramente. también es un posicionamiento ‘político’. No existe posibilidad de diferenciación drástica entre seres humanos que amerite la definición de 'clase' respecto de polìtica. No es una clase social como la oligarquía o el proletariado, ni es una clase como definición estatutaria, tampoco existe un límite o barrera que defina, habilite o restrinja el ingreso o egreso libre de los individuos fuera y dentro de esa categoría o clase.
Volviendo a la introducción: El resultado del neoliberalismo en Argentina es bien conocido, y es el mismo que causó su fin: Como consecuencia de la extranjerización, la depresión económica y la concentración de la riqueza, con la lógica consecuencia de empobrecimiento y desempleo, el país estalló a fines de 2001.
Luego de un período de transiciones, un nuevo modelo político comenzó a gobernar el país desde la endeblez de haber obtenido apenas un 22% de los votos en mayo de 2003.
Este modelo invirtió, quebró, desestructuró, casi simétricamente, lo estructurado por la práctica político-económica del neoliberalismo, en movimiento casi simétricos y en las antípodas. Al poco tiempo, la miseria empezó a bajar (60% en 2002, menos de un 7 % en 2009), aunque en menor medida, también se redujo el desempleo (27% en 2002, 8% en 2009) y el trabajo ‘en negro’ (54% a 34%). Y a esto lo logró operando y gestionando firmemente desde un marco cultural, político e ideológico nacional, popular y de izquierda.
Ahora bien, este éxito de lo que podríamos denominar “La Política” debe ser cuidadosamente analizado, puesto que el autor de este texto no considera que, verdaderamente haya cambiado TODA la Política, sino sólo la mera expresión de la relación entre el estado y la sociedad. Ésta es sólo una parte de la Política. Hago mía en este texto la discriminación de los politólogos anglosajones, de ‘la’ Política, entendida como relaciones de poder en la sociedad y ‘las’ políticas, la forma de gestionar y producir interinstitucionalmente y/o de cara a la sociedad.
Falta cambiar la Política ‘hacia adentro’, hacia adentro de las instituciones políticas, de las agrupaciones, de los movimientos, los partidos y los frentes.
La praxis política se sigue desenvolviendo bajo moldes totalmente perimidos: Cacicazgo, verticalismo, acuerdos de cúpulas, organizaciones que son manejadas al vaivén de las necesidades personales o de la opinión exclusiva de las ‘mesas chicas’, con una marcada sordera y desprecio respecto de la voz del militante.
No está mal apostar a la calidad de la gestión y a los logros del modelo. Hay mucho para profundizar: La aplicación plena de la ley de medios, la democratización de la justicia, la profundización de la distribución del ingreso, entre otras.
Pero falta algo.
Como consecuencia de esto que falta, no dejábamos de advertir a partir de fines de 2011 la sensación de pérdida del espacio público y la falta de movilización militante por parte de los aparatos de sustento político de esa nueva relación política estado-sociedad: El Kirchnerismo. La ‘calle”, definida como espacio de expresión y participación popular, empezó a ser discutida por grupos que, históricamente, la habían eludido ante sus reiterados fracasos por, siquiera, abordarla.
Las organizaciones kirchneristas, parecen haber cristalizado en estructuras verticalistas con una clara ‘división del trabajo’: Las cúpulas, las ‘mesas chicas’, cuando no un liderato unipersonal, piensan, negocian, definen, acuerdan, deciden por el conjunto. La militancia, entonces, no tiene más que obedecer-ejecutar: pintar, pegar afiches, repartir panfletos o publicaciones y concurrir a las movilizaciones. Y esto es muy triste, ya lo vivimos, ya fuimos derrotados dos veces en nuestra historia (1955-1976) por proceder de esa misma manera.
Néstor Kirchner vio éste problema y trató de actuar contra él. Lamentablemente, en algún momento de los primeros 3 o 4 años de desenvolvimiento del modelo, claudicó ante las viejas formas de la praxis política pactando, por ejemplo, con los barones del conurbano bonaerense. Hoy las organizaciones kirchneristas, a las cuales han abrevado recientemente infinidad de jóvenes y no tanto, cuadros nuevos o personas que se habían alejado de la militancia debido a sucesivas decepciones, se han dado una estructura propia de la vieja política de cabezones y trenceros. Esto prefigura una derrota a mediano plazo en el horizonte político nacional, por ser suaves.
Es preciso cambiar las prácticas internas de las organizaciones: Consultar, escuchar, OBEDECER a la militancia. El militante es el que está más cerca del pueblo llano y de sus necesidades. El militante no va a pensar solamente en sus necesidades porque entiende que, como él, hay miles. El funcionamiento de las estructuras polìticas debe ser asambleístico y horizontal, consensuando siempre. Los líderes deben coordinar, informar, explicar, proveer de sustento teórico. Nunca decidir en soledad. Deben negociar, pero sobre la base de los parámetros establecidos por consenso en el seno de la organización.
Personalmente dudo que, de seguir así con esas prácticas este sector, al que adhiero, vuelva a ganar en 2015. Y si, por ventura lo logramos, en 2019 la derrota puede ser trágica, para el sector nacional y popular todo.
Aclaración: Este texto surgió luego de conversaciones con compañeros y militantes políticos, mayormente de la juventud, pero siendo sólo mía la gravedad del diagnóstico de la situación y del pronóstico mismo.
Esteban Cámara
Santa Fe, 12 de agosto de 2013
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