Íbamos a cazar pajaritos por todo el barrio, pero sobre todo por la casilla de ese viejo gordo, de cabellos largos y barba blanca. Estaba medio apartada, lejos de la villa, rodeada por varios árboles y, por vaya a saber qué, estaba siempre repleta de pajaritos y otros animales.
Cuando el viejo nos veía con las gomeras salía enseguida a gritarnos que dejemos tranquilos a los pobres bichitos. En realidad no nos gritaba, pasa que nosotros salíamos corriendo y tenía que levantar la voz. Tampoco le escuchamos nunca una sola puteada, nada que ver con los conchetos del barrio docente de ahí cerca que nos decían de todo. Nos insultaban de lo lindo y a nuestras madres y hermanas. Negros de mierda, nos decían. Se quejan de llenos, también les salía de las bocas sucias.
Siempre creímos que lo que en realidad le molestaba al viejo era que los tiros de piedra de la gomera le dieran en las chapas de la casilla. Después supe que no era así. Vaya si lo supe.
¡Gordo puto!, le gritábamos. Y salíamos corriendo. Y el viejo nos hablaba, nos rogaba con su palabra turbia de alcohol. Nunca prestamos mucha atención a qué decía. Un poco le teníamos miedo y otro poco, desprecio. Era un viejo, era gordo, estaba solo y era más pobre, aún, que nosotros.
Una sola vez lo ví fuera de la casilla. Fue justo esa tarde de la tormenta terrible, en la avenida. Veníamos con mis hermanos y varios amigos y, boludeando como siempre, no ví que el Eze se iba para el lado de la boca de tormenta con otros pibitos como él, de tres o cuatro años. Mi hermano se metió en el agua, jugando, y la correntada que se tragaba la boca de tormenta se lo fué llevando hasta una muerte segura. Pero entonces apareció el viejo solitario, nadie lo había visto. Tal vez estaba siempre por ahí sin que nadie lo viera. Y se metió en el agua, casi se lo lleva a él también si no se hubiera agarrado de la columna de luz. Le pasó al Eze a la Yami, mi hermana mayor. El Eze tosía y lloraba por el agua tragada pero ni se imaginaba qué cerca estuvo de morir. El viejo se las arregló para zafar del agua y desapareció sin que nos diéramos cuenta. Como siempre, bah.
Fue hace varios años, yo nunca volví por la casilla del viejo. Tampoco cacé nunca más un pajarito y eso que yo era el mejor tirador.
El otro día el Eze me dijo de que lo lleve a cazar. Dale, Mencho, me decía y lloriqueaba.
No, le decía y se me partía el alma. No hay que hacerle daño a esas criaturitas, Eze.
Esteban Cámara
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