lunes, 12 de septiembre de 2022

Universidad y clase: algunas anécdotas

En mis primeros años de trabajo, cuando aún me faltaba media carrera para recibirme de bioquímico, me gané la vida como técnico de laboratorio en un hospital. Tenía 22 años. Obviamente, mis jefes eran profesionales que algún día iban a ser mis colegas.

Normalmente, los argentinos alardeamos de nuestras universidades gratuitas y fantaseamos con que son para todos. En aquellos años de estudiante-obrero pude ver que no es tan así.

El objeto de este texto es dar cuenta de una idea existente en el imaginario de algunas personas de clase media que estudiaron en la universidad. No sé que tan extendida está, pero apostaría por MUCHO.

Parte del Campus de la Universidad Nacional del Litoral, El Pozo, Santa Fe, Argentina. Foto del autor, 24 de abril de 2022

Yo, ingenuamente, creía que era socialmente loable que una persona trabajara durante sus años de estudio (por mi experiencia personal y algunas estadísticas que he visto, un 15-20% de los estudiantes universitarios argentinos trabajan para pagar sus estudios), pero a los pocos meses de trabajar allí, una bioquímica me lanzó una diatriba que me hizo cambiar de opinión.

Muy seriamente, casi como un reto, esta agradable persona me dijo que ella consideraba a los de mi clase como parásitos que le quitaban el lugar de estudio a los chicos de buena familia que querían estudiar. Estudiar sin trabajar al mismo tiempo, se entiende.

No fue la expresión de un momento de enojo, de hecho me lo repitió un par de veces en los años subsiguientes. Muchos escucharon el comentario, pero nadie jamás expresó opinión ni a favor ni en contra del mismo.

Un poco más adelante (ya bastante más cerca de la graduación), de otro colega que algún momento fue bastante amigo y que evidentemente se consideraba a sí mismo como un profesional de excelencia, docente universitario por añadidura, me llegó el comentario de que para qué carajo yo me quería recibir si ya trabajaba en un laboratorio. Lo mismo le dijo a otro estudiante y amigo en común que se ganaba la vida en otro hospital. La verdad, supongo que en aquel momento no quise interpretar demasiado el concepto, más allá de que me pareció bastante bizarro.

Finalmente, muchos años después y ya con varios posgrados a cuestas, una ingeniera en sistemas con la que trabajaba, luego de un comentario inocente mío respecto de mi extensa antigüedad y cantidad de aportes a la seguridad social, me dijo un poco a la defensiva, 'claro, pasa que algunos esperamos a empezar a trabajar a habernos recibido. Es ahí donde (ustedes) nos hacen trampa'. Normalmente, un profesional universitario empieza a realizar aportes jubilatorios entre 5 y 7 años después de lo que lo hice yo.

Creo haber comentado en otros textos, las barreras para-académicas interpuestas por el sistema universitario a los estudiantes-obreros (barreras de horarios, material de estudio, desorganización y otras). También hay otras barreras por fuera del ámbito universitario: económicas, geográficas y de calidad educativa en las escuelas de barrios populares, cuyo resultado es impedir o dificultar el acceso de las clases más desfavorecidas a la educación superior.

Sumando una cosa y la otra, la conclusión para mí es clara: La universidad argentina, más allá de no estar arancelada, está de forma larvada orientada a su usufructo por parte de la clase media o alta. 

Un aspecto no menor es que las universidades son autónomas. Pero autónomas de los gobiernos (o más o menos) pero no autónomas de las clases sociales. La autonomía universitaria se basa en un consejo académico que está integrado por docentes (clase media o alta), egresados (igual clase social) y alumnos (nuevamente, la misma clase). No hay representación allí del proletariado, ni siquiera de los empleados no docentes de la universidad. Una importante forma de corregir la visión clasista de la universidad sería garantizar que la mitad de los consejeros provengan de la clase trabajadora.

Para los gobiernos que realmente quieran universalizar el acceso de todos a la universidad la lucha es ardua, debiendo establecer medidas estructurales, educativas, culturales y coyunturales que tomen en serio y en sentido amplio esta problemática de barreras para arancelarias. Mucho de bueno se hizo durante los gobiernos kirchneristas, pero sigue faltando. Es necesario que se profundicen las políticas de universalización del acceso a la formación superior para que no dependa el futuro de ningún niño  de en que clase social, en que familia, en que barrio o en que ciudad le ha tocado nacer. 

Al menos, desde el punto de vista educativo, dado que hay múltiples factores que hacen, siguiendo a Picketty, que el 90% de los que nacen en una familia rica serán ricos en su vida adulta sin importan los tontos o perezosos que sean. Mientras que el 90% de los que nacen en familias pobres, serán pobres en su vida adulta sin importar lo inteligentes o laboriosos que puedan ser.

 

 

Esteban Cámara

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