Cuando me mudé, hace más de 20 años (solamente en el monoblock del parque sur viví más tiempo) French era una calle ancha de ripio, sin cantero central. Al norte, muy pocas casas. Al sur, casi no había baldíos. Funcionaba French como una especie de frontera civilización-naturaleza.
Incluso había una pequeña laguna a dos cuadras de casa que se formaba en la época de lluvias copiosas. El resto del año era un bajo, una depresión del terreno. Y no era la única.
Había mucho terreno dedicado a la huerta, producían batata, maíz, tomate y, sobre todo, repollos. Éstos, si uno los miraba al amanecer desde el oeste hacia el este, parecían emitir una extraña luz azulada. Eso me impresionaba mucho. También había pequeños bosques y un cañaveral.
Cerca de dos meses después de mudarme allí, al salir para el trabajo con la Kawasaki por French hacia Aristóbulo, vi cruzar un enorme reptil como de metro y medio o más, a la altura de la laguna y hacia el terreno de un paisano que, por excepción, estaba situado al sur de calle French. Este paisano criaba vacas y tenía también una pequeña huerta que, a diferencia de las otras, parecía ser sólo para consumo familiar.
Aquel animal, con su movimiento serpeante y su color de tonos verdes oscuros y claros, bueno, no era otra cosa que lo que la gente llama Iguana (o Lagarto overo, más propiamente). Creo que, brevemente, mi mente fantaseó con que era un yacaré, más por aburrimiento que por ciencia. El lagarto overo es un animal autóctono (a pesar de lo que diga wikipedia, que no incluye a Argentina en su hábitat), que come pequeños roedores, aves y vegetales.
Luego comencé a verlos más seguido, en diferentes tamaños. Incluso, parecieron venir a vivir muy cerca de casa, así que los veía bastante seguido por la esquina de Siria y el Pasaje.
Son animales tranquilos y no atacan, a pesar de su apariencia jurásica.
Allá por 2010, creo, al volver de trabajar encontré dos losetas de hormigón sellando por ambos extremos mi puente sobre la cuneta de calle Siria, el puente que me permitía subir con la moto y entrar por la parte delantera de mi casa. Inmediatamente saqué esas losetas de allí y las destrocé a golpes de maza. En principio, pensé que era una de las habituales locuras o provocaciones de mis vecinos de calle Siria. Una verdadera imbecilidad, pensé. ¿Quién podía ser tan estúpido de tapar un desagüe en un barrio en donde hay una laguna, en una ciudad que hacía poco había quedado tapada por el río en un tercio de su superficie?
En las semanas siguiente, un olor fétido empezó a esparcirse por la esquina. Era un olor como a algo muerto. Por varios años no tuve ni siquiera una hipótesis de a qué podría deberse. No era olor a gato o a perro muerto, era menos intenso.
Varios años después, mientras limpiaba con mi pareja de entonces, podaba y desmalezaba el frente de mi casa, el otro vecino, el que está sobre el pasaje, se acercó a hablarle a ella. No escuchaba lo que decían, no soy muy de enchamigarme con los vecinos. En particular, éstos, me parecían algo tontos.
Bien, poco después me enteré de que el vecino gordito y rubión le llevó el cuento de que hacía algunos años había visto iguanas metiéndose bajo mi puentecito de la cuneta. Ella le explicó que no debía tenerles miedo, que eran muy útiles y que había que protegerlos. El rubio la miraba con cara de perro que tumbó la olla.
No es difícil imaginarse que era él el que había puesto las tapas en el pequeño puente de la zanja. Probablemente, asesinó por asfixia a una familia de iguanas.
Poco antes la municipalidad pavimentado el pasaje y un par de años después, hicieron lo propio con French, transformándolo en Bulevar. Ya las lagunas habían sido rellenadas, se habían ido. Las huertas nos dejaron sin su resplandor azulado y las casas eran más numerosas que los terrenos baldíos. Nunca más se vieron iguanas por el barrio.
A veces me dicen: ¡Che, como progresó tu barrio!
No sé que responderles.
Esteban Cámara
Santa Fe, 18/01/2021 (modificado 09/02/2021, agregado de foto ilustrativa)
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