miércoles, 7 de febrero de 2018

Seguridad democrática

Esta demanda ciudadana actual de mano dura está desnudando nuestras limitaciones como grupo político a la hora de interpretar el clima social.

Pensábamos, hasta mediados de la década pasada, que la delincuencia estaba basada exclusivamente en la pobreza y, por lo tanto, iba a disminuir significativamente con la mejora económica. No fue así: a pesar de una marcada mejora en los aspectos sociales, los indicadores de delito apenas se modificaron. No planteamos mejoras en cuanto a incremento de seguridad por ninguna vía. Peor aún, en un principio dejamos incólume el autogobierno policial y su rol recaudatorio, al menos en la periferia de la capital, a beneficio de los barones del conurbano.

Es de lamentar que no hicimos lo suficiente en cuanto a control ciudadano de las fuerzas y profesionalización de sus efectivos. La barbaridad asesina de la nueva doctrina que pretenden imponer Macri y Bullrich es vista por la ciudadanía, evidentemente y aunque nos duela, como el único remedio frente a delincuentes que parecen burlarse de los laburantes. Nadie repara en que anteriores endurecimientos de la doctrina (leyes blumberg) no significaron ninguna mejora. Como bovinos enfurecidos, los ciudadanos insisten en ese camino que no va a llegar a ningún lado. Pero de nada sirve quejarse de esto.

Hemos minimizado el fenómeno de la inseguridad durante años (yo me incluyo) y si hago referencia a ello es para que sepamos analizar nuestros errores y, con ello, mejorar nuestras acciones. Muchos compañeros interpretaron el problema como algo ajeno, que afecta a los “burgueses” (‘me cago en la seguridad de la clase mierda’, decía alguien) y hasta se mofaban de ello. No, ese es un grave error, la violencia y los robos afectan principalmente a los pobres, a los trabajadores. Y la gente se cansó, la misma miseria que siembra y reparte el gobierno exacerba el problema y favorece el enfoque represivo que abandera al establishment y a sus representantes en el gobierno.

La gente evidencia estar cansada de la violencia y los robos. YO estoy cansado. A mí me han robado más de una vez por año en estas últimas 2 décadas (la última de ellas en diciembre 2017): nadie debería vivir así. No parece que nos demos cuenta de este cansancio mayoritario, de este malhumor social. Y eso nos cuesta elecciones. De nada sirve que repitamos ese temita boludo del “vamos a volver” si no solucionamos los problemas de enfoque que hacen que no interpretemos el sentir predominante de nuestros conciudadanos y le propongamos una respuesta acorde a nuestros valores e ideología.

El camino de los derechos humanos era útil, a mi juicio, en cuanto a la depuración de las fuerzas y a la baja de la corrupción en su seno, pero no fue suficiente. En su momento no entendí por qué no se crearon nuevas fuerzas de seguridad, con un quiebre dramático, en lo conceptual y formativo, respecto de la historia de ideología derechista, excesos, inmunidad y connivencia que históricamente representaron.

Hoy parece ser aceptado que las ejecuciones extrajudiciales, la mano dura y el balazo por la espalda son la salida a esta situación. No es así, obvio. Pero la gente no tiene la culpa, es que nosotros no hemos sido capaces de establecer la alternativa en el imaginario social. Es una sensación dijimos, negadores (y si bien no es mi caso, insisto no estoy echando culpas ni sermoneando en base al diario del día después). Por otra parte, con una policía corrupta o ineficiente de nada sirve el aumento de las penas. ¿A quién se van a aplicar las penas si nunca se encuentra a los perpetradores del delito? Para que el aumento de las penas surta efecto hay que profesionalizar, mejorar y tecnologizar a los uniformados1.

Por ejemplo: equivocado o no, cuando Berni dijo que a los extranjeros que venían a delinquir había que expulsarlos del país, casi toda nuestra intelectualidad céntrica y bienpensante lo fusiló conceptualmente, hasta pidieron su renuncia y no sé si no lo denunciaron ante el INADI (antidiscriminación). Sentenciaron que su declaración criminalizaba a los extranjeros. No fue así, equivocado o no, no quiere decir lo mismo. ¿Tanto nos cuesta verlo? Es cierto que el problema del delito extranjero es ínfimo, estadísticamente (el problema de base es otro, a mi juicio, pero ya voy a llegar a él). Pero en sí mismo, si un extranjero reincide en delitos de cierta gravedad, ¿es discriminatorio revocarles la ciudadanía y expulsarlos? Si es así, bueno, seré un facho, pero eso pienso.

Yendo al problema de base yo veo lo siguiente:

Los argentinos incumplimos las normas, a cualquier nivel económico y en cualquier cosa.

Carecemos de respeto, somos ignorantes e individualistas:

  • Los ricos evaden impuestos, lavan dinero, coimean a los inspectores cuando cometen alguna infracción de tránsito, tienen empleados en negro y son capaces de robarle hasta a su madre.

  • Los de clase media nos colgamos del cable, negreamos a la doméstica, manejamos para el orto, como si fuéramos los únicos que andan por la calle, contaminamos y mucho más.
En definitiva, desconocemos las normas penales, civiles, de convivencia, impositivas, ecológicas, de tránsito y otras. O, peor, solamente las manejamos teóricamente.

Ahora, yo pienso que la causa mayor de nuestro problema no es ni represiva, ni de calidad policial, ni socioeconómica, aunque de todos estos factores la profesionalización y tecnologización de las fuerzas de seguridad y la inclusión social a la larga van a mejorar significativamente la situación.

A por ello: a mi juicio hay un problema atraviesa a todas las clases sociales y no es de tipo económico (como ya he manifestado), ni educativo (argentina tiene niveles de educación formal más que aceptables), ni policial (no principalmente al menos), ni de legislación penal. El problema es CUL TU RAL.

Voy a hacer un poco de genealogía, basada en mi experiencia, pero también en los relatos de personas conocidas, en la literatura, textos periodísticos, televisión y cine.

Mientras yo crecía, a la policía le teníamos una mezcla de respecto y de miedo. Te podían cagar a palos, pero había cierta idea de que eso sólo ocurriría si nos mandábamos alguna cagada. Teníamos una idea de respeto principalmente basada en la fuerza física, en el uso de armas y bastones.

Luego vino la dictadura militar y se dio rienda suelta a los delitos y violaciones a los derechos humanos más aberrantes. Asesinatos, violaciones, torturas, etc., hasta robos de bebés. De nada se privaron los que debían cuidarnos. Al retornar la democracia, toda la barbarie afloró, se hizo espectáculo.

Aquel respeto que pudimos tener en los uniformados, desapareció. Y muy merecidamente. Pero, lamentablemente, no hubo desde el retorno de la democracia, a mi humilde entender, una política clara de vuelco en la formación, profesionalización, valores y cultura de los uniformados que revirtiera ese sentimiento. Perdimos el respeto, pero debimos perder también a esos uniformados y reemplazarlos por otros.

La policía, por su parte, se dedicó a defender a sus elementos más corruptos y a sus procedimientos más horripilantes, encerrada en una lógica de jauría apaleada. Continuó corrompiéndose y envileciéndose en la defensa de ritos inconsecuentes, retrógrados y violentos2. La doctrina de la mano dura entre ellos jamás se modificó.

He visto una y otra vez cómo los policías arruinan una escena del crimen. En otras latitudes sólo entran a la escena los imprescindibles: el detective a cargo y los técnicos forenses. Todos ellos convenientemente aislados para no contaminar y sumamente cuidadosos evitando pisar huellas y arruinar evidencias. Lo mismo respecto de la cadena probatoria. Aquí en argentina, he visto hasta gobernadores encharcando y contaminando toda la evidencia, y junto a ellos una jauría de jerarcas, curiosos, periodistas, etc. Es lógico que nunca encuentren a nadie, en caso de que quisieran hacerlo.

Retomando, el respeto por los uniformados se perdió y jamás se hizo ningún intento de reconstruirlo. A su vez, aparece el fenómeno mundial de la crisis de representación y se manifiesta en Argentina como anarquismo infantil que lleva a que la gente desconfíe en forma suicida del estado, de los jueces, de los sindicatos, de todo. Lo peor es que hay que desconfiar, eso no está mal, pero no al extremo de darle la espalda y terminar participando del aquelarre. Se llega al extremo de no exigir, en incluso participar de las inconductas, como en “Ladri de biciclette” (Vittorio De Sica), la película neorrealista de 1948.

Pero, si bien el respeto se perdió, no se perdió el miedo. Y eso es muy malo porque origina odio. Ya empezamos a sentir que el policía nos podía no sólo pegar, sino torturar o matar por … cualquier cosa. Hubiera debido ser al revés, pero fallamos como sociedad en cambiar lo malo y conservar lo bueno: hicimos exactamente lo contrario. Y de esto tiene la culpa la escuela, la sociedad, los gobiernos, los medios de comunicación social, los partidos políticos y la propia policía.

Pasamos de una lógica de reverencia basada en el miedo al uniforme y a la violencia legal, a la simple anomia. Claro, en el interín hubo neoliberalismo y una fuerte promoción de la desconfianza por lo colectivo. No es poco.

Hoy el gobierno plantea mano libre a la represión policial, a las ejecuciones extrajudiciales, a la violencia uniformada sin posibilidad de contención. Y la ciudadanía al parecer la apoya. Lo peor que podemos hacer ante esta situación es ignorarla, minimizarla o poner el énfasis en el rol nefasto de los medios de comunicación. Si la inseguridad era una sensación, la gente votó en base a esa sensación. Alguna alternativa a la mano dura debemos presentarle.

Retomando, lo que se debió hacer como sociedad democrática desde el 83 a esta parte es pasar del miedo al poder visible (este es un eje vertical) al respeto entre pares (otro eje muy distinto, horizontal). Un respeto por las normas comunes y democráticas, respeto por los demás y por uno mismo. No vimos claramente la necesidad de ese cambio cultural, y yo me incluyo. No es un camino fácil, como todo cambio cultural llevará décadas, pero necesariamente debemos empezar cuanto antes a transitarlo.

1 En el último robo que sufrí, ninguno de los 7 policías que se apersonaron en mi casa observaron un gran adoquín que había quedado en mi pórtico. Ese adoquín calzaba perfectamente en el abollón que realizaron los ladrones en la puerta y que les permitió forzarla e ingresar a mi domicilio. De esto me dí cuenta yo (una persona patológicamente poco observadora) recién al otro día. Y no hablemos de los horrores ortográficos y de redacción del acta policial, propios de cuasi analfabetos.

2 Me viene a la memoria una historia humorística en el escenario supuesto de un congreso de interpol en donde la policía de distintos países competía por encontrar cuanto antes un determinado conejo. Y allí triunfaba la tecnología japonesa, la organización alemana, la inteligencia británica y otras. La última en aparecer era la policía argentina, con un chancho lleno de moretones, lastimaduras, marcas de cigarrillo y picana al que obligaban a gritar, histéricamente, que en realidad era un conejo.


Esteban Cámara
Santa Fe, febrero de 2018

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