A mí me gusta mucho caminar. Y camino mucho. Esta semana, sin ir más lejos, he caminado unos 40 kilómetros, más otros 5 que los hice al trote. Ah, y más de 30 en bicicleta.
Cuando estuve en Cuba calculo que habré caminado un promedio de 10 kilómetros por día. Siempre en los viajes camino mucho, es la mejor manera de conocer. Mis piernas han caminado casi todo París, Madrid, Barcelona, Toledo, Tarragona, San Isidro de Tenerife, La Habana, Santa Clara, Bayamo, Holguín, Baracoa, Valparaíso, Viña del Mar, Florianópolis, Torres y muchas ciudades de mi Argentina. Les gusta sobre todo caminar por las playas, dejando huellas de pies como pensamos, ellas y yo, que caminaban los primeros hombres buscando el sabor y la proteína de los moluscos.
Ellas nunca, prácticamente, me fallaron. Sin prometer nada, me llevaron a todas partes como amigas fieles. Les debo mucho, por eso les voy a pedir algo, más adelante.
A mí no me dan miedo los paros del transporte, tengo bicicleta, además. Bueno, claro, y la moto, pero hablo de lo que hace trabajar mis piernas. Siempre supe que ellas me van a llevar a cualquier lado, con tiempo y paciencia que yo les ponga. Me llevaron incluso, ya con 52 años, en bicicleta, 18 kilómetros de camino de montaña y muy destruído desde Baracoa a Maguana. Ida y vuelta, bajo el ardiente sol del mediodía cubano. En algunas cuestas tuve que bajarme y terminarlas caminando pero, lógico, estaba desacostumbrado luego de 3 años de no pedalear a causa del robo de mis rodados en 2010.
A mis piernas les gusta el trabajo, cuando pasan los días y no salgo a caminar se ponen inquietas, siento como un hormigueo suave, entre nerviosismo y amagos musculares de insubordinarse y salir a la disparada, desbocados. Tal vez haya algún espíritu de perro o caballo que se les haya metido en el otro mundo que no hay antes de éste.
Paradójicamente, cuando nado, mis piernas trabajan menos que los brazos, salvo que me concentre. Se ve que ahí en el agua se hacen las vagas. Capaz que piensan que sólo es para ellas la actividad en donde se apoyan sobre algo sólido. Pero si pongo atención y las guío con la mente, patalean como las mejores, haciendo espuma y ayudando a los brazos a impulsar más lejos, más rápido, mi cuerpo.
Mis piernas son cortas y muy musculosas, fuertes. Pateaban bastante fuerte a la pelota de fútbol y la izquierda era apenas un poco, muy poco, menos hábil. Yo era bastante rápido gracias a ellas y eso rendía en fútbol y sóftbol.
Hoy que se acerca la hora tengo miedo de fallarles. Sé que no falta tanto para ese día en el que me echen en un hoyo, dentro de una jaula de madera. ¿Qué será de mis piernas entonces? Sospecho que no van a morir con el resto. Tal vez se encabriten al pasar tantos días acostadas en ese estrecho espacio y ver que no tienen el desahogo de trajinar veredas y potreros.
Por eso, una sola cosa les pido: Si escuchan un murmullo como de pasos apagados o pataditas contra la tapa del ataúd, seguro son ellas. Les pido un gran favor: Abran la caja y sáquenlas, serrúchenlas del resto muerto y déjenlas libres apoyadas sobre el piso. Pónganles algunas de las muchas zapatillas que he tenido, en lo posible las de horma ancha y tela con agujeritos para que respiren los pies. A mis piernas, ésas las ponían contentas como potrillitos al sacarlos al campo abierto.
Mis piernas no los molestarán, se los juro. Se irán caminando como siempre, a paso firme y sin pausa para cualquier lado, hasta perderse en el horizonte. Sé que no es mucho lo que les pido. Se los ruego.
Esteban Cámara
Santa Fe, 19 de octubre de 2013
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