domingo, 31 de marzo de 2013

Los ladrones del Poblenou

Aquel sábado de noviembre de 2007, otoño en el hemisferio norte, había viajado a Barcelona desde Madrid en una siesta bastante calurosa. El vuelo de RyanAir (¡la más low cost del mundo!) llegó a Girona y me tomé un colectivo para cubrir los 100 km hasta Barcelona.

La primera impresión no fue buena, el bus me había dejado en la vieja estación Nord, bastante alejada de Sants donde estaba mi hotel y lo que parecía predominar a la vista eran construcciones en curso, casas comunes y polvo.

No sin cierto sobresalto, nadie parecía conocer la calle Melcior de Palau, llegué al Hostel y me bañé para volver a salir, desesperado por conocer la rambla y volver a mi gran amor, el mar. Bueno, las ramblas no eran lo que yo hubiera esperado (avenidas costeras) y ya se hacía de noche, así que no valía la pena llegar hasta el mar. Al otro día fui al Port Vell, al mar y me empecé a sentir más cómodo en Barcelona. El lunes hice el City Tour, ya casi enamorado de la ciudad condal, lloré porque sí al tocar un muro interior de la Sagrada Familia y caminé extasiado por Parque Güell.

Dejé para el martes mi esperado contacto íntimo y sacro con el Mediterráneo, el primero de mi vida. Tomé el Metro y bajé en la estación Llacuna, en un barrio de talleres y casas modestas. A unas pocas cuadras de caminata llegué al mar, me calcé los auriculares y largué la lista de los Redonditos de Ricota mientras caminaba por la arena de las playas Marbella y Nova Marbella. Ese día pensaba hacer "el gasto" en restaurant, el único que me iba a permitir en el viaje sin reparar en costos. ¡Y a orillas del Mediterráneo!

Cuando empecé a sentir la típica acometida del hambre fui al chiringuito más cercano, Escribá. Pedí un aperitivo de mariscos (torrejas de gambas) y, como principal, las "Langostitas con cebollas caramelizadas" y una gaseosa de naranja. El aperitivo resultó magro y desabrido, pero las langostitas resultaron ser unos putos langostinos, 4 para ser más exactos y con menos carne que el dedo de un cuis. Ah, la gaseosa .. qué terribles hijos de puta: ¡60 cm3! ¡No daba ni para un trago! 

Llamo a la moza y le pregunto: ¿Éstas son las langostitas? Puez claro, aduce medio insolente. No, le digo yo, éstos son simples langostinos y unos de los más famélicos que yo haya visto en mi vida, que vinieron a dar con sus restos sobre un tercio de micro cebolla mal caramelizada. Puez no, que ezto y que aquello, porfiaba la tipa. Puez aquí lez dezimos langoztitas, berreaba y no sé que más, Sí, pensaba mientras tanto, y yo a mi verga le digo 'Máximo', pero a vos qué te importa.

-La cuenta, la interrumpí. Pagué y me fui sin darle propina. Que ladrones hijos de puta: Fue la comida más cara y magra de todo el viaje. Pensar que comía completos y sustaciosos kebabs a un décimo de ese costo cerca de la gare du nord en París y con una lata de bebida cinco veces más grande. O en el restoran hindu familiar no muy lejos de allí donde comi entrada, plato principal, guarnición y postre por menos de un cuarto del costo del mugroso Escribá.

Me alejé de allí indignado y con hambre y me metí para adentro buscando un simple bar de pueblo donde comer un bocata de atún o de tortilla. La cosa no era fácil, cruzar la avenida litoral es casi imposible fuera de los pasos peatonales sobreelevados. Una vez hecho esto fui hacia el norte del Poblenou pero no me pareció que me acercara a lo que buscaba. En eso me para un tipo morocho, corpulento y alto que me pide en inglés que lo ayude a encontrar la estación frnacia de trenes. Yo le dije que era turista y que no lo podía ayudar y lo dejé pagando, aunque quedé con un cierto sentimiento de culpa. Di un par de vueltas antes de volver para el sur y me lo volvi a encontrar. Me volvió a pedir ayuda (primer indicio de problemas, cuando uno se cruza en esas circunstancias con otro turista no le vuelve a preguntar) y yo pensé que era medio boludo. Esta vez me paré a ayudarlo y mientras miraba el mapa me acerqué a la esquina para ver esos horribles carteles de mármol con letras presuntamente medievales tan difíciles de leer. Tenés que ser mago para poder leerlos desde un auto en movimiento.

En eso se me vienen encima dos tipos medio mal vestidos, tambien morochos, no parecían catalanes para nada y me dicen: ¡Policía de Barcelona! mostrando una diz que credencial de cartón que tranquilamente podría haber hecho una hija mía jugando. Me piden el pasaporte y se los doy. Lo mismo al otro tipo, que dice ser italiano. Entonces empiezan a acusarnos de que cambiábamos dólares. Yo les decía, no muy convencido de que fueran policías, que estaba tratando de encontrar la estación Francia en el mapa.

En un momento dicen: ¡A ver las billeteras! y el otro tipo se la da. Yo lo miro con asombro, con cara de 'no podés ser tan pelotudo' y me doy cuenta de que es un cómplice, Los miro sonriente y les digo casi entre risas: A la billetera no te la doy, casi como un reproche pícaro. Estuve a punto de decirles, a modo de explicación: "Soy Argentino", experto en ese tipo de avivadas como la que elos intentaban. Pensé que me iban a cagar a trompadas entre los tres, dos de ellos muy corpulentos y me iban a robar igual. Yo tenía toda la plata encima, unos mil trescientos euros, aunque el 90% en un cinturón oculto sobre el torax.

Pero para mi sorpresa me dicen: "Está bien, vaya" (¿?), cosa que hago inmediatamente, Tal vez me salvó que era pleno día y estábamos en una avenida abierta o tal vez fueran los ladrones mas ingenuos del mundo, no sé. Justo a la vista del lugar del intento de robo, a menos de 100 metros, veo un barcito del tipo que estaba buscando y me meto. Mientras comía mi bocata de atún, por supuesto con pantomaca, miraba por la ventana pero habian desaparecido los tres.

A los ladrones del Poblenou nunca más los ví. Ni a los falsos policías, los ingenuos, ni a los del chiringuito Escribá, los más hijos de puta. 

Si vuelvo a Barcelona, pasaré a escupirlos. Promesa.        




Esteban Cámara

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