Se trata de un país nuevo: Imbecilina.
Muchos de sus habitantes, imbéciles es el gentilicio, votan a políticos que
espían los teléfonos de sus ciudadanos, pero no a escondidas: ¡Lo hacen bien a
la vista de todos! Tampoco les importa que quien ellos votaron haya vaciado de
recursos los hospitales y los techos de las escuelas les caigan en la cabeza a
sus hijos. Están orgullosos de ser imbéciles.
Otros imbéciles votan a payasos que no tienen ni media idea de política,
salvo la de liberar a monstruos asesinos encarcelados después de mucha lucha
contra la impunidad de la que disfrutaron hasta hace no mucho tiempo.
La mayoría de los imbéciles odian a un gobierno que bajó la desocupación del
30% al 7% y la pobreza del 60% al 8%. Parece que odiaran todavía más a ese
gobierno porque le dio trabajo a 5.000.000 de obreros industriales. Para qué
hablar del odio que les da a los imbéciles que 3.000.000 de personas se hayan
podido jubilar, a pesar de haber aportado irregularmente a la seguridad social.
Algunos imbéciles que recién hace poco consiguieron un trabajo se mofan y luchan
por inhabilitar las políticas de subsidio a los desocupados, beneficio del cual
disfrutaron hasta ayer.
Los pequeños comerciantes imbéciles se quejan de las restricciones a la
importación porque quieren venderles baratijas fabricadas en el extranjero a
sus muchos clientes obreros industriales. Añoran las políticas de apertura
económica que tendrían a esas mismas personas (ya no obreros) a las puertas de
su negocio, pero no para comprarle, sino para robarlo o pedirle una limosna.
Los empleados imbéciles despotrican contra una inflación del 20 % anual,
seguramente añorando cuando no había inflación porque ellos no competían por
los productos a la venta, dado que no ganaban nada o le pagaban en billetes de
“Monopoly”.
Los imbéciles odian a muerte a un Secretario de Comercio cuyo único pecado
es hacer que los productos de consumo masivo cuesten en su país 20% menos que
en los países circundantes. Los imbéciles repiten un discurso ajeno, el de
grandes empresarios que están en guerra con el país.
Los imbéciles del campo despotrican y no ven las horas de que gobierne alguien
que les baje las retenciones, así les licúe las ganancias a menos de la mitad
abaratando las divisas extranjeras. Prefieren ganar mucho menos, pero sin
compartir nada.
Los imbéciles se dicen apolíticos, pero hacen ruidosas y agresivas
manifestaciones políticas con cacerolas y pancartas nazis. Desean la muerte,
insultan, discriminan y agreden a periodistas, mientras dicen ser víctimas de
una dictadura que no les permite libertad de expresión. Se quejan de las
restricciones a las compras de dólares y a la importación de artículos
suntuarios. No parecen darse cuenta de que gracias a esas políticas, los
obreros pueden comprar en sus comercios, o ser clientes de sus estudios o
pacientes de sus consultorios. Ya se olvidaron de que la irrestricción de
aquello produjo la desocupación, el hambre, las ollas populares, los saqueos y
las muertes entre compatriotas por un paquete de fideos. En su pretendido
apoliticismo ignoran ferviente y fielmente que son convocados por un partido
político que, de llegar al poder, llevaría al desastre aquel al país,
nuevamente.
Los imbéciles deliran de odio contra el uso de los fondos jubilatorios para
fomentar el consumo, la industria, el comercio, el empleo. Querrían que a esa
plata la pusieran bajo el colchón, como hacen los ignorantes. No saben, o no
les importa, que la plata en el colchón no da dividendos, ni fomenta la
economía.
Gran parte de los imbéciles plañen por la libertad de genocidas aberrantes,
secuestradores de niños, torturadores y asesinos, legítimamente juzgados y
encarcelados.
Algunos se mofan de la lucha de las madres de plaza de mayo,
parodiando su pañuelo y agregándoles leyendas imbéciles.
Las imbéciles, enfundadas en tapados de piel, dicen pasar hambre o llevan a
sus empleadas a golpear las cacerolas por ellas, para no esforzarse.
Por suerte, el país de los imbéciles es una minoría dentro de otro país más
grande y más sabio.
Pero ojo, si Imbecilina se extiende, algún día puede ganar las elecciones un
mafioso que va a liberar a las hienas, va a abrir la economía, va a fundir las
empresas y dejar a millones en la calle. Claro, va a tener a aquellas bestias
recién liberadas de su lado para meterles bala y/o desaparecer a los recientes
desocupados imbéciles que se animen a protestar, tarde. Esas hienas
seguramente van a asesinar, como en los setenta, a los hijos de los imbéciles
que sean lo suficientemente lúcidos para oponerse a sus políticas y, en todo
este desastre, el mafioso va a tener de su lado el silencio de los periodistas
imbéciles comprados por los grandes empresarios y sus capitanes…
Cualquier semejanza con la coincidencia es pura realidad.
Modificado del original publicado en Facebook el 26 de julio de 2011
Esteban Cámara
Santa Fe, 29/09/2012
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