viernes, 6 de septiembre de 2019

Seguridad sanitaria

Ésta es una historia vieja (espero), de los tiempos ingenuos. Aunque con los mismos monstruos que nos asuelan hoy en dìa.

Justo el domingo les contaba a unos familiares cómo fueron mis primeros años en el laboratorio del Hospital Cullen, allá por enero de 1983.
Había un bioquímico que le sacaba sangre a un paciente y, con la misma aguja volvía a pinchar a otro, con la sola precaución (sic) de lavar la aguja bajo el chorro de agua de la canilla entre pinchazo y pinchazo. Tiempo después el tipo moriría de cáncer de páncreas. Para mí tenía mucho que ver que este hombre (a quien recuerdo con cariño a pesar de su desaprensión porque me dió lugar en el laboratorio cuando yo no sabía ni tomar la densidad de la orina) hervía los tubos del análisis de glucosa por orto toluidina en la misma pava, y en la misma agua, con la que después tomaba mate. La o-toluidina es cancerígena.
Bueno, aclaremos que el hospital no te daba agujas, salvo una o dos no descartables por cada seis meses, más o menos. Lo mismo con las jeringas de vidrio, de malìsima calidad que supongo que habìan comprado en la época de Perón. Había que lavarlas y 'esterilizarlas' para su reutilización.
Lo que hacíamos ante la falta de agujas era comprar nosotros, con nuestro escasísimo sueldo, una caja de agujas japonesas de primera ... y reutilizarlas, lavándolas con agua de la canilla y esterilizándolas en la estufa del laboratorio.
También teníamos que sufragar de nuestros ingresos las gomitas de ligadura, las biromes, las jeringas (al principio, de vidrio, luego de plàstico) en incluso los guardapolvos. Nada te daban, hasta para el papel tenìamos que gestionar una donación. Éramos una especie de esclavos de laboratorio superdomesticados.
Lo que hacía aquel bioquímico con las agujas que él mismo se compraba, paroxístico, no era tan raro. 
Alguna vez otro colega consiguió prestado de la universidad un termómetro y midió la temperatura de aquella estufa de esterilización: No superaba los 60°. El virus de la hepatitis B, por ejemplo, hubiera sobrevivido. Pero, evidentemente, la enfermedad no era tan frecuente como es ahora. A veces tengo una pesadilla en la que contagiamos a miles de personas con el virus del Sida. No pasó, y por eso entre otras cosas creo que los argentinos somos un pueblo con suerte.
A mediados de 1984 empezamos a oir acerca del SIDA. Como siempre, alguno de pensamiento acotado decía que eso del SIDA eran 'cosas de los yanquis', que nuestra idiosincracia era distinta y que acá no iba a pasar, y que patatín y que patatán... Que en Nueva York habìa prostìbulos para gays que todos les daban a todos, que hasta se meaban unos a otros y qué se yo cuanta cosa. Eso de pensar que uno es distinto, que no va a ser afectado por la violencia o la inseguridad sanitaria, también es ingenuidad.
Yo nunca pensé así, yo sabía que se nos venía encima. El mundo es uno solo.  No preguntes por quién doblan las campanas, ¿no?
No tardaron en aparecer casos, primero importados y luego, creo que por 1986 un pibito drogadicto nos contaba que se inyectaba junto con otros 80 con la misma aguja. Salió positivo para SIDA y yo no me cansaba de avisar: Ojo que se nos viene la maroma. Y se nos vino.
Una vez quise tapar un frasco para hemograma (con anticoagulante EDTA) y, al hacer presión, el frasco se rompió (eran de vidrio). Y yo me corté. Era la sangre de un paciente HIV positivo. No me contagié, pura suerte. Otra vez vi un tubo de centrífuga de plástico mal tapado y le ajusté la tapa de goma. Cuando miré mi dedo índice estaba bañado en sangre. Otro paciente HIV positivo. Tampoco pasó nada, pero de ambos accidentes supe mucho después que no habían tenido mal resultado (siendo ya director de bioquímica me hicieron los análisis) porque los hijos de puta que manejaban la salud pública allá por los '80 y '90 no nos hacían los análisis que hubieran correspondido.
Recuerdo hablar con un pibe que era técnico del banco de sangre del hospital que había aprendido a pinchar venas con nosotros (debió ser por 1987, o despues incluso) y le preguntábamos si hacían el test del sida y el de hepatitis b y nos decía, muy canchero, que no. Hacían VDRL (sífilis), Chagas y Huddleson (brucelosis) y con eso, decía el 'máster' éste, si les daba negativo en todo, entonces 'no debían' tener sida o hep B. Era un verso cualquiera, obvio. Yo no lo podía creer, casi lo agarro a las piñas. Pero en toda la industria era un poco así el enfoque, que yo supiera. Y ya nos estaba por tapar el agua. Habíamos pasado de la ingenuidad y miseria del 83 a la contemplación aterrorizante de la epidemia de Sida y de las otras que se extendían y extendían.
Conseguimos que nos empiecen a comprar agujas descartables allá por el '84, de malísima calidad. Parecían tener como rebabas de metal en el filo y al penetrar la carne se sentía un ruido bastante fuerte. Un 'cri cra cri'. Los pacientes lloraban de dolor.
Seguimos comprando las Terumo algùn tiempo más con nuestros magros sueldos, no sé si de solidarios o porque a nadie le gusta que lo puteen.
Yo que sacaba sangre de arteria me tuve que poner firme más adelante y no sacar sangre a los pacientes de terapia para el 'ácido base' hasta que no me compraran las agujas Terumo para las extracciones arteriales porque era inhumano e insoportablemente peligroso, un chiquero, pincharle tan adentro del brazo o del cuerpo a los pacientes con esas agujas con rebabas de metal en el filo. Amenazaron con sumariarme pero yo me puse firme y conseguí que el hijo de puta del jefe de entonces, lenarduzi, trajera las agujas buenas. No soy tan mierda, ¿ven?
Allá por 1990 tuvimos una reunión con un bioquímico al que decían 'conejo' que estaba puesto por el gobierno a cargo de la administración del hospital. Le exigíamos, yo era el delegado, que compraran jeringas descartables también, porque al lavar las jeringas de vidrio para reutilizar nos podíamos contaminar innecesariamente. El sorete nos re basureó, atancando conque éramos demasiado personal y que debíamos bancarnos el riesgo para que el hospital se ahorre dos centavos por jeringa. Típica amenaza neoliberal.
Pocos años después, 1994, le encontraron un armario lleno de facturas. Eran las facturas reales y no las falsas que él usaba para desfalcar al hospital con una contabilidad 'de utilería'. No se hizo denuncia pero al poco tiempo se fue. Para esa fecha yo ya no estaba porque había ganado el concurso y hecho el posgrado en gestión pública.
Creo que hoy ya trabajan con todo descartable, tubos, jeringas, agujas, con barbijos, guantes, etc. Bien, muy bien.
Hay que cuidarse y cuidar a los demás. Si no cuidás a los que trabajan para el estado, para la salud de la comunidad, seguramente tampoco vas a cuidar a nadie que no seas vos o tu familia.
Hoy me doy cuenta de que nos jugábamos la vida y la de los pacientes para que un par de hijos de putas como aquel 'conejo' se hicieran ricos con los centavos que le estafaban al estado, a decenas de trabajadores y a cientos de miles de pacientes.
Matar a esas mierdas será extremo, pero no hubiera sido para nada injusto.


Esteban Cámara
Santa Fe, 6 de agosto de 2019

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