Una monstruosa inundación causada por lluvias infrecuentes causa el anegamiento de cerca de un tercio de esa ciudad de casi 500.000 habitantes. Hubo 150.000 evacuados y cerca de 30 muertos. Se crearon unos 500 centros de evacuados en escuelas, galpones abandonados, instalaciones municipales, parques y plazas de la ciudad y también muchos autoevacuados, que se refugiaron en casas de parientes no afectados por el fenómeno.
No voy a hablar aquí de las causas de la inundación porque ya lo hice en otros artículos de este mismo blog. Voy a hablar del subdesarrollo mental de ciertos funcionarios.
El día 29 de abril, siendo Director de Bioquímica y Farmacia de la Provincia de Santa Fe y ya al tanto del desastre recibo el llamado de mi superior, el Subsecretario de Salud. Quería que le lleve al denominado Comité de Crisis tres de los botiquines de medicamentos de emergencia que habíamos empezado a armar para la ocasión y que estaba previsto que se envíen a los centros de evacuados para la atención de salud de sus refugiados. La semana anterior habíamos diseñado con el personal de la Dirección un botiquín para aproximadamente 300 consultas, considerando las más frecuentes enfermedades a atender en una inundación. El viernes anterior habíamos empezado a armar algunas de las cajas con esa composición y las habíamos enviado a una localidad al norte que ya se había inundado. El lunes y, sobre todo, el martes habíamos estado trabajando a full con la preparación de más y más cajas de medicamentos. La ciudad, mientras tanto, se inundaba.
Le pregunto al funcionario (entonces viceministro de salud) con qué auto llevar los botiquines y me dice, cortante, que los lleve en el mío. Bueno, si bien no soy muy manso que digamos me voy para el comité de crisis haciendo acopio de toda la buena voluntad posible atendiendo al sufrimiento de mis conciudadanos. Ya era de noche y tuve que navegar con mi viejo Renault por las calles anegadas. Fue un milagro que no me dejara por el camino (exhalaría su 'último aliento' unos años después). Al llegar al comité de crisis en el centro de la ciudad (en el Ministerio de la Producción), lo primero que veo es a tres autos del Ministerio de Salud en la puerta (junto a otros muchos de otras reparticiones). En el primer piso, cómodamente sentados, departiendo amablemente, varios choferes de mi ministerio se aburrían frente a sus tazas de café. Me acerco a las oficinas del Ministro de la Producción y encuentro a mi superior, muy de trajecito y corbata tomando café, cómodamente apoltronado. Le entrego los botiquines pensando que eran para algún centro de evacuados y me doy cuenta de que era al sólo efecto de hacerse ver frente a los medios de comunicación y los otros funcionarios que allí estaban presentes. Arriesgué mi auto y hasta mi integridad física para que semejante inepto se hiciera publicidad. Y mientras yo pasaba nervios preguntándome si mi viejo auto iba a sobrellevar esas enormes lagunas urbanas, funcionario y choferes tomaban café tranquilamente, relajados.
Con el correr de los días prácticamente me quedé a vivir en mi despacho. Comía y dormía ahí, días hábiles, sábados, domingos y feriados. Iba a mi casa solamente a bañarme. Ese primer mes dormí solamente tres días en mi casa. Con el Jefe Zonal de Salud, Juan Carlos Sánchez y nuestros respectivos colaboradores vivimos en aquellas oficinas, nosotros en planta baja y ellos en el subsuelo. Nos encontrábamos de madrugada a veces, ojerosos y estresados, para resolver algún problema mientras nuestro jefe en común tomaba café en el comité de crisis (de saco y corbata) o, más probablemente, descansaba tranquilo en su camita. Nunca, jamás, pasó por nuestras oficinas, ni siquiera en los meses más álgidos. Ni que tuviéramos la peste.
De resultas de tanto estrés, agotamiento y falta de descanso perdí gran parte de mi memoria y capacidad de concentración durante varios años.
Finalizada la emergencia, luego de 4 meses de agotamiento ajeno, el tomador de café nos pidió a ambos un informe de lo actuado. Lo hicimos. Con esos informes el Doctor Tardivo, de saco y corbata, se fue a México a presentar nuestro trabajo durante las inundaciones.
A fines de ese año cambió el gobierno. El tomador de café siguió desparramando ineptitud y estolidez en su anterior cargo. Eso sí, siempre de saco y corbata.
Tanto Juan Carlos Sánchez como yo fuimos relevados de nuestros cargos. Al menos yo (supongo que también aquel compañero de desvelos, pero no me consta) recibí un diploma del anterior gobernador en reconocimiento de lo actuado.
Esteban Cámara
Santa Fe, 09 de septiembre de 2013
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