El yacaré (Caimán yacaré), es un reptil sudamericano del orden Crocodilia, familia Alligatoridae, que alcanza 2.50 metros de longitud, también llamado caimán hocico angosto, caimán cascarudo, yacaré gargantilla, yacaré-hú (en lengua guaraní), niagariack (pilagá), ananok (mocoví) y laedock (toba). Habita las áreas de esteros desde el centro de Sudamérica hacia el sur, llegando hasta las provincias argentinas de Santa Fe y Entre Ríos.
Nadie tiene ni la más puta idea de cuándo nació aquel animal. Algún viejo desdentado anda diciendo que su abuelo le contaba que, siendo niño, el yacaré era cachorro y a veces lo veía en la margen desierta del riacho. Cuenta la leyenda de la zona que de joven el yacaré era peligroso y se había masticado a algunos cazadores furtivos y a algún delincuente que se quiso refugiar en los intrincados canales de nuestro ancho y caudaloso río de llanura. Parece incluso que fue el causante de que cierto policía con fama de malo que se aventuró por el paraje jamás volviera a torturar a los detenidos. Otros dicen que esto es puro cuento, que el animal se alimenta sólo de pirañas y otros peces, sin hacerle asco a nutrias, ratas y carpinchos que se le pongan a tiro. Pero que nunca mató a un humano.
Lo cierto es que no hay nombres de víctimas y esto parece darles la razón a estos últimos.
El yacaré hace muchos años se hacía ver por la gente de las islas, asoleaba su lomo en las márgenes más solitarias de canales y riachos en las siestas de invierno. Hasta se organizaron partidas de caza pero nunca lo encontraron, siquiera. Luego de éstas se fue haciendo cada vez más infrecuente avistarlo. Y cuando lo veían era cada vez más lejos del poblado, cada vez más en las islas más distantes, las del centro de los bajos, en los esteros de más al norte. Pero esos parajes tienen una fama negra, de asesinatos y espectros aterradores y son pocos los que quieren aventurarse por allí.
Hace décadas que nadie lo ha visto claramente, pero varios aventurados refieren haber visto un negro y escamoso gran lomo en alguna ribera lejana. Es hoy una bestia enorme, sabido es que los reptiles no dejan de crecer y a éste en particular se lo supone más que centenario.
Es en el pago una leyenda que causa temor y reverencia. Se lo cree mágico y algunos piensan que avistarlo da buena suerte. Otros muchos le temen, lo suponen hambriento de carne humana.
Sólo yo sé la verdad. El yacaré supo ser humano, un humano solitario, rebelde y tozudo, amante de la libertad y enemigo de la injusticia. Creció sintiéndose diferente de sus coetáneos, un poco al margen. Sociofóbico y distante, no todos apreciaban su parquedad y su simple dureza.
Le encantaba ir desde niño a la isla, a pescar y nadar, sólo o acompañado. Odiaba las armas que algunos querían llevar y de alguna manera logró prohibirlas, al menos para los que fueran con él. Decía que les tenía asco, pero yo sospecho que en él, como siempre, el asco es el nombre de pila del miedo.
Con el tiempo, este hombre vio morir a sus padres, hermanos y amigos de la infancia. Envejecía lento, lento, tanto que vio arrugarse a hijos y sobrinos. Fue entonces que se refugió permanentemente en la isla: Sabía que ya poco podría proteger a sus familiares y no quería apenarlos con el espectáculo de su muerte.
Pero el hombre, a quien le encantaba comer pescado, nadar, el agua, el río y la isla, poco a poco se fue volviendo más oscuro y su piel se tornó insólitamente gruesa y escamosa. Y cada vez se iba mudando más lejos de las otras casas y su rancho fue haciéndose más simple hasta convertirse en un tosco emparrado de ramas y hojas secas.
El último que supo de él fue un sobrino, ya anciano, que lo buscó durante meses en el laberinto de islas. Cuando lo avistó le dijo que lo visitaba para decirle que se iba del pago Y como integrante mayor de la familia, sentía el deber de avisarle que ya no quedaba nadie de su sangre.
Ahí cortó por completo los lazos con lo humano y se fue quedando cada vez más tiempo en el agua. De a poco le fue creciendo una cola enorme y sus manos y pies se convirtieron en garras. La boca se le fue alargando, se volvió un hocico aterrorizador repleto de dientes. Por último, un párpado extra le creció en los ojos, tal vez para protegerlo en sus inmersiones que se hicieron cada vez más prolongadas y frecuentes. Pero lo único que le preocupó fue que la piel escamosa se le hizo cada vez más y más gruesa.
Digan lo que digan yo sé que vive, todavía, en una isla del centro del estero más lejano.
Esteban Cámara
Santa Fe, septiembre de 2013
Santa Fe, septiembre de 2013
"A veces soy autista.
ResponderEliminarMe encierro para sentirme perdido
dentro de la belleza." Onel Pèrez Izaguirre, poeta contemporàneo, Santiago de Cuba