viernes, 3 de mayo de 2019

Equilibristas del horizonte

Allá por 1979 volvìa caminando a mi casa cerca de la medianoche, cuando por calle Primero de Mayo un par de cuadras al sur de Brigadier López vi una Kawasaki bordó, flamante, grande, no recuerdo si 700 cc, 800 o 900. Creo que nunca sentì un impulso tan intenso de robar algo. Lleguè a imaginarme subiéndome, forzando el encendido y yéndome hacia el sur haciendo rugir ese motor portentoso. No lo hice, jamás hice cosas de ese estilo y tampoco sabría como. Pero el enamoramiento resultó más duradero de lo que yo hubiera pensado.
Es necesario aclarar que siempre me gustaron las motos.
La Kawa y todas las demás estaban a años luz de mis posibilidades, porque muchas veces apenas teníamos para comer.
Luego, el dos de mayo de 2003 empecè a trabajar en un hospital de emergencias. Los primeros seis meses como contratado y al cobrar mi primer sueldo como empleado permanente (duplicado porque los sueldos del contrato venían con atraso así que cobré juntos octubre y noviembre) lo gastè casi todo en una moto. Claro, nada que ver con aquella Kawasaki: era una destartalada Zanella 125 de 1967. Una foto familiar con esta moto salió en una película sobre la represión, Memorias Desveladas.
Desde la izquierda: mi Zanella 125 - 1967, hermano, Papá, hermana Ana María y ex cuñado Néstor. 1984, Santa Fe. A la foto la debo haber tomado yo. Captura de pantalla de los tìtulos de la pelìcula Memorias Desveladas, Argentina, 2011, Big Mole producciones.
Al tiempo (1986) pude pasar a otra Zanella, RB 200, cero kilómetro, color rojo. Se hizo desear porque la pagué con un plan de ahorro previo. Veinticuatro meses pagando para salir sorteado a una cuota de terminar (octubre). Se hizo desear, mayormente por culpa de los hdp de la concesionaria que la entregaron 3 meses tarde, enero, luego de pasar mucho trabajo, excusas insólitas, inundaciones, crisis argentinas y todo eso. Resultó muy buena màquina, y pude hacer algunos viajes de cercanías, 100 km o menos (daba para más, lo sé). La cambié en diciembre de 1987 por un Fiat 600 (1968): unos días antes había nacido Martín, mi primer hijo.
Luego en junio de 1989 volví a los birrodados, apenas un ciclomotor (Garelli), 0 km, color crema que se fundió el primer día. En la concesionaria me lo cambiaron por otro del mismo color con el que no tuve problema.
Más tarde, en septiembre de 1993, con la Garelli y algunos ahorros compré en Rafaela una Suzuki TS 125, enduro, roja y nueva. Empezamos mal, porque el motor fallaba, ralentaba y se aceleraba por su cuenta y me tuvo visitando talleres por un mes y medio. Jamás le encontraba la regulación del chicler de baja. Los improvisados talleristas de motos (99% charlatanes) me dijeron cualquier cosa. Finalmente le encontró el problema el hermano de la chica con la que salía, por el simple expediente de pasar la mano cerca del cilindro. La junta de tapa de cilindro estaba soplada y por eso era todo el trastorno. Hechura filipina, aclaro. En la concesionaria cambiaron la junta no sin renegar antes, pero la moto estaba en garantía. Quedó muy bien. Cierta vez se me cayó en la ruta la cacha derecha y no me dí cuenta del todo. Sentí que algo me pegaba en la pantorrilla, pero recién cuando llegué a Santa Fe me dí cuenta de la faltante.
Martín y Matías con la Suzuki, allá por 1994
La verdad, un fierrito, hice muchísimos viajes de 100 kilómetros (a Rafaela, siempre) y era una delicia, a pesar de las vibraciones fruto del motor que era de dos tiempos, como todas las anteriores.
La vendí en 1995, con todo el dolor del alma porque nunca le pude conseguir la cacha que se perdió y necesitaba la plata para comprarme una computadora. A pesar de mi dolor por desprenderme de esta buena herramienta, hice bien porque la informática fue la base de ciertos éxitos laborales que apuntalaron mi nueva carrera, ya lejos de los hospitales, la sangre y la enfermedad.
A principios de 1996, con un sueldo bastante mejor empezó a picarme de nuevo la pulsión de las motos, esos aviones que vuelan a ras del suelo. Eso eran para mí. Me gustaban bastante las Yamahas XT 350, una enduro  potente. Caminando por el centro de la ciudad pasé por la vereda de California Motos, que había importado centenares de motos usadas (operatoria permitida solamente entre 1991 y 1994) y supuse que debía tener alguna XT. Entré y me atendió el Negro Gerbé. Me llevó frente a una XT cuyo estado no era una gloria y empecé a dudar. Salía u$s 3.500. En un momento dado, yo no me decidía, me dice ¿y esta otra no te gusta?, por la que estaba a mis espaldas.
Era una Kawasaki KZ 750cc, casi nueva, color bordó que luego me daría cuenta de que era igual, a la que vi aquella noche de 1979. Era una moto salida de fábrica en 1979, como aquella, sólo que había llegado a EEUU y anduvo apenas unos 7.400 kilómetros antes de que un problema de transformador la detuviera. Salía lo mismo que la XT, pero era como una actriz de hollywood comparada con esa vecina de escasa belleza y poca simpatía.
KZ750 B4 1979 foto de febrero de 1997, luego de un accidente.
Fue amor a simple vista. Pasaron años hasta que recuperé aquel recuerdo de 1979 y me dì cuenta de que había encontrado una casi réplica de aquella moto de calle Primero de Mayo a la que nunca hube de volver a ver. El amor verdadero, perdura, ni el olvido lo vence.
Pedí prestado unos cuantos dólares (2.000) a mi novia de entonces y conseguí lastimosamente una rebaja de 300. Puse los 1.200 restantes de mis ahorros (el total a esa fecha) y un glorioso viernes la pagué y la terminaron de aprontar. El sábado a la mañana me la llevé a mi casa y pasamos el fin de semana de aquí para allá. El domingo a la noche perdí el caño de escape. Creo que a mì solamente me ocurren esas cosas. Lo busqué y lo busqué cuando sentí el cambio de ruido del motor pero no lo encontré.
Fue bueno en definitiva porque le conseguí otro el mismo lunes a la mañana y era un escape tipo competición que sonaba como los dioses y hacía andar bien al motor. Era mediados de marzo.
En el negocio me hice amigo del Negro y otros moteros que viajaban a los encuentros del motos. En agosto, ante la inminencia del primer encuentro de motos de Diamante (E.R.) decidí sumarme. Viajé solo el viernes a la tarde porque mi novia de entonces llegaba de Rafaela y no podía salir antes. Los demás de la banda salieron al mediodía o a la siesta. Encima tuve un problema con el contacto positivo de la batería y con el peso del equipaje más el nuestro la moto no arrancó. Estaba un poco desesperado pero al sacar el equipaje y probar yo sólo la moto arrancó sin problemas. Igualmente me fui lo màs rápido que pude hasta California Motos y el del taller me lo arregló enseguida. Volví a casa (por suerte eran unos 3 kilómetros, solamente),  cargamos la moto y partimos cerca del anochecer. Llegamos ya de noche cerrada y encontramos enseguida a los amigos. Allí lo conocí a Talo, a Rubén y a Cachorro, buena gente. Les mando un abrazo y espero que estén bien.
Basavilbaso 1996, la KZ y las Magnas 1.100 del Negro y el Talo
Diamante 1996, hora de emprender el regreso a Santa Fe. Disculpen el deterioro de la foto.
No se rían: Ese pelo renegrido es mío. Dique Los Molinos, Córdoba.
La cuestión es que ahí empezó lo mejor de mi vida como equilibrista del horizonte: los viajes, ya sea a los moto-encuentros o no. Diamante, Carlos Paz (Córdoba), Villaguay, Basavilbaso, etc. Y, el mejor de todos, Punta del Este - La Paloma (marzo de 2000).
Siempre nos preguntaban cual era el sentido de viajar a los encuentros ¿qué era lo que encontrábamos ahí? Es difícil explicarle a alguien que no esté enfermo de la misma pasión por las motocicletas, de ese gusto arenoso por planear a ras del suelo y sentir que uno es parte del paisaje, no el prisionero de un cubículo de chapa y vidrios, casi inerte.
El viento que pega en el casco y el torso cansa y duele, pero puede ser también una droga emparentada con el alma de la libertad. El olor del asfalto a la siesta, las volutas que trazan los cuerpos en las curvas, la inclinación extraña que produce el viento lateral en los jinetes y sus corceles de metal, el olor de los árboles y de los campos: Viajar en moto es un poco volar.
Dicen que los Asperger solemos sentir pasión por alguna clase de medio de transporte. La mía fueron  y son las motos.
Siempre digo a los incrédulos que a la moto se la ama o se la sufre. No hay neutrales. Se ama la libertad, la falsa ingravidez, el horizonte irrefrenable ... y con mayor encono que aquel disgusto con el que los otros sufren el frío, la lluvia, la resistencia del viento, la sensación de peligro. 
Es uno u otro, y supongo que algún diablo de color de la lava tira los dados cuando nace cada bebé. Y sale 'moto' o 'no moto'. 
Si no te gusta está bien. Pero a nosotros dejanos la moto, la ruta, los viajes, los encuentros, el viento, la lluvia y el olor de los campos prontos a cosechar, destinado a ser asesinado, arteramente, por el acre smog de las ciudades. 



PS: A la Kawa la tuve que vender en 2016 por falta de tiempo y dinero para arreglarla luego de corte de cadena de distribución y otras ñañas. Hoy tengo una Honda Invicta CB 150 (2014, azul, comprada 0 km): Buenísima.


Esteban Cámara
Santa Fe, 3 de mayo de 2019


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