Una vez conocido el resultado de las elecciones argentinas de 2017, con un porcentaje de 42 % favorable a un gobierno que aumentó el precio de los servicios de luz, gas y agua más de 1000%, despidió innumerables empleados, llevó a la ruina a más de 7000 empresas y endeudó el país en cientos de miles de millones de dólares y, en algún caso, a un plazo de 100 años (todo esto en apenas dos años de gestión), con el consiguiente aumento de la pobreza, el desempleo y el deterioro de los servicios sociales y de salud del estado, me puse a tratar de encontrarle una explicación a tan extraño suicidio social.
Es obvio que ciertos grupos se beneficiaron con este gobierno: los terratenientes, las mineras, los importadores y las entidades bancarias. Ahora bien: eso no debería representar más que un 10% del electorado, exagerando y sumando a otros sectores de altos ingresos (cuadros directivos y gerenciales de empresas multinacionales, profesionales liberales y otros pocos casos) que no se vieron particularmente afectados por las políticas del gobierno. A éste grupo, el verdadero sujeto social del neoliberalismo, lo llamaremos Neoliberal “A” (o per se, o nuclear).
Ahora, el resultado eleccionario citado
precedentemente evidencia que cerca de un tercio del electorado es favorable a
las políticas de este gobierno neoliberal, al mismo tiempo que es perjudicado
por ellas. Vamos a definir a esta población como Neoliberal “B” (o agregado, o
impropio, o periférico).
No ignoro el peso enorme de la prédica del 98%
de los medios de comunicación (medios de la hegemonía o del poder corporativo,
expresión ésta última usada por Noam Chomsky) cuya práctica discursiva
mistificadora, tergiversadora e invisibilizadora se ha constituido en una usina
de pensamiento neoliberal, individualista, indiferente a los derechos humanos y
favorable a la “mano dura”, pero lo que me interesa es analizar las subjetividades
que controla y, específicamente, cuál ha sido el efecto en esas miradas,
respecto de la sociedad, la política y el estado. O sea, ¿cómo han resultado
esos individuos en cuanto a sus valores, intereses, visión, posicionamiento
político y herramienta de análisis de la realidad?
Un primer aspecto que he logrado observar en mi
limitada casuística individual es una generalizada sub (o inexistente)
formación política o antecedentes de militancia, salvando casos aislados de
actuación pública destinada exclusivamente a satisfacer necesidades
individuales materiales o narcisistas.
Otra característica que abunda es el trabajo no
asociativo: Taxistas, cuentapropistas, gente de servicios automotores,
empleados de pequeñas empresas (casi únicos empleados) e incluso mucha gente
que se desempeña en la economía informal.
Otro aspecto frecuente en estas personas es la
escasa incidencia de educación formal, aunque menos extendido que el mencionado
en el párrafo anterior.
Como consecuencia lógica de los dos párrafos
anteriores, una buena proporción de ese electorado neoliberal “B” tiene
ingresos por debajo, marcadamente en algunos casos, del promedio de los
trabajadores. Entonces, no es la cuestión socioeconómica la que define su
adhesión política al proyecto neoliberal.
El núcleo de la cuestión es cómo está
construida la visión del mundo de estas personas, cosa que vamos a tratar de
analizar en base a expresiones muy comunes que utilizan.
Ejemplos:
Yo lo que tengo lo
gané trabajando, no me lo dio ningún gobierno.
A todo aquel que
altera el orden hay que meterle palos. Expresión usada para justificar,
incluso, asesinatos.
Las negras se
embarazan para que les den un plan.
El negro no quiere
trabajar.
El socialismo (o comunismo, la distinción no
importa) trae miseria.
El populismo
(peronismo) fue la ruina de este país. Hasta 1920 o 1930 íbamos bien.
La empresa pública
siempre es ineficiente y/o siempre es mejor (más proactiva, eficiente,
creativa, etc.) la empresa privada.
Acá con el populismo
había mucho empleado con auto, smartphone o que viajaba al exterior y esa
fiesta se tenía que terminar.
Pagaban (¡en tercera persona!) muy poco de luz y gas.
No va a robar porque
es rico. Variante: Es de buena familia, bien educado, fue a
colegio bilingüe-universidad privada (una o varias de esas variantes), por eso
es preferible a los otros, haga lo que haga. Este concepto es muy importante para entender la visiòn.
Sí, le sacaron los
medicamentos a los viejitos, pero sólo a los ricos (lo escuché decir a una farmacéutica). Y
siguió: Yo conozco gente que tiene
estancias y venía a retirar los medicamentos de PAMI en autos de lujo…
Yo, con mis impuestos,
mantenía vagos. Muy frecuente de escuchar por parte de gente de ingresos
medios-bajos. Supongo que hacer alarde de pagar muchos impuestos los hace sentir como oligarcas.
A mí no me importa
nadie que no sea yo y mi familia. Los demás que se arreglen.
Acá viene un extranjero,
boliviano, paraguayo, cualquiera, y ya le dan un plan. Vienen a joder.
A estos negros el
gobierno les da una casa y ellos no compraron un ladrillo en su puta vida.
Los pibes villeros no
quieren estudiar.
No es justo que
quienes no aportaron reciban la misma jubilación que los que aportaron. Dicho en referencia a la jubilación
de personas con aportes incompletos que se realizara entre 2009 y 2015.
Durante la dictadura
militar si vos no eras un hijo de puta los milicos no te jodían.
Los derechos humanos
son para los delincuentes, no para los ciudadanos honestos.
A los pobres les da de
comer el estado, los ricos no necesitan que los ayuden. A nosotros, la clase
media (que somos los que pagamos los impuestos), nadie nos da nada. Este es un caso
estremecedor de falacia múltiple.
Acá cualquiera hacía
cualquier cosa. Idea de libertinaje.
Estos comentarios fueron escuchados en taxis,
verdulerías, a vecinos o compañeros de trabajo, o leídos en facebook o en
comentarios a notas de diarios digitales. Algunas de estas frases se vienen
repitiendo desde hace décadas, otras son nuevas.
Me he abstenido de recopilar contenidos textualmente repetidas provenientes de los medios de comunicación (a los que
llamo conceptos “golondrina”, por su carácter circunstancial) porque, casi
invariablemente, el que las dice no puede argumentar en su fundamento. Es más,
a los pocos días ya no la recuerda y la ha reemplazado por otra consigna
mediáticamente instalada. Trato de enfocarme a lo que se expresa reiteradamente
y que sugiere estar sustentado por un mapa conceptual propio más o menos
permanente.
Estos conceptos se pueden suponer como
provenientes de individuos con una fuerte disociación social, desclasamiento,
individualismo, necesidad de orden impuesto por el miedo (respeto a la
autoridad basado en la amenaza), odio/miedo (caras de la misma moneda) por los
pobres, racismo, desconocimiento de la historia y escaso refinamiento
intelectual.
En los casos que pude conocer cercanamente, se
trata en general de personas con una clara autopercepción de fracaso y
disvalor, con ingresos y formación muy por debajo de las expectativas que pudo
tener en algún momento. Su vida consiste en mantenerse a flote, tratando de
conservar bienes bastante escasos. Suelen embanderarse como contribuyentes
impositivos, remarcando esa condición y considerándola como excepcional,
erróneamente. Sus palabras suelen revelar una permanente queja sub-discursiva respecto
de que el estado o la sociedad no le dan a él los servicios, el estatus y/o el
crédito que se merece. No pone en duda la posición de los económicamente
poderosos, por mediocre que sea el beneficiario de herencias o títulos
comprados, pero actúa casi con histeria el resentimiento que le produce la asistencia
del estado a la gente de escasos recursos y el consiguiente acortamiento de la distancia con ellos.
Este grupo social se ha volcado en masa (en 2015 y 2017) a votar
al neoliberalismo (aunque no siempre fue así), no obstante resultar tan
perjudicado por sus políticas económicas como cualquier otro grupo popular (se
entiende que el término popular deja
afuera a los beneficiarios naturales del esquema político y económico, a los
que definimos al comienzo como Neoliberales “A”).
Pero ese daño que está soportando no les importa
demasiado, porque su goce consiste en que otro la pase peor: que les saquen la
asistencia a la pobreza y la discapacidad, que los aumentos tarifarios afecten a
ese grupo en mayor medida que a él (cosa que ocurre naturalmente, porque cuando
los ingresos son menores la incidencia de los costos fijos es mayor), que les
quiten las becas de estudio, dejen de dar netbooks a los estudiantes de bajos
recursos, terminen el apoyo al “curro” de los derechos humanos, entre otras satisfacciones que reciben de gobiernos
como éste.
El Neoliberal “B” aprueba la violencia
represiva del gobierno, el asesinato de Rafael Nahuel, la criminalización de
las protestas sociales, la persecución contra los mapuches en la Patagonia, la violenta
represión de la manifestación popular en las jornadas de diciembre. Todo ello
le produce una resonancia agradable, en sintonía con su idea de orden, impuesto
sobre cualquier perturbación por mínima que sea
y a cualquier costo.
Una de sus gratificaciones es sentir que aquellos que él pensaba que no merecían asistencia
(los negros, los vagos, los villeros, los afectados por el terrorismo de
estado), la pierdan o les sea reducida significativamente. Y que eso aumente la
distancia entre él y los que están “por debajo” (aunque esta diferencia exista sólo
en su cabeza).
Esa fue la herida narcisista que le produjeron
las políticas anteriores: sentir que “los negros”, “los inmigrantes”, “los
villeros”, aspiraran a esos mismos módicos lujos de los que él disfrutaba. Que
pudieran tener un LCD, un smartphone, auto, vacaciones, cielorraso, aire
acondicionado eran cosas que este grupo de personas considera que solamente las
personas “bien” (ellos y los ricos) podían tener.
Por esto ha votado a un gobierno que lo
perjudica. A pesar de que su situación socioeconómica es peor que antes, siente
que el neoliberalismo ha venido a “poner las cosas en orden”, en su lugar
tradicional: ha restablecido la diferencia, ya sea material o simbólica, entre
las clases sociales.
Esteban Cámara
Santa Fe, 19 de enero de 2018