viernes, 26 de enero de 2018

Si el sexo fuera controlado por microsoft

Antes de hacer el amor (ya sea con tu pareja de siempre o una pareja eventual) debieras instalarte o actualizar un programa descargado de la tienda microsoft. Este proceso puede demorar varios minutos.

Lo mismo respecto de la otra parte. (¡Cuidado! Pueden aplicar cargos).

El programa de emparejamiento chequeará el nivel de carga de las baterías de ambos sistemas para evitar fallos por apagado prematuro.

Después, uno deberá hacer una petición de emparejamiento. El otro sistema mostrara un código.

Deberá Ingresar el código en el primer sistema y dar enter.

En caso de coincidir el código, Windows chequeará que los antivirus de ambas partes estén actualizados y sean compatibles. En caso contrario, no podrá realizarse el intercambio. Este proceso puede demorar varios minutos.

Luego chequeará que ambas versiones del sistema operativo sean oficiales, sean del nivel que corresponda (Home, Pro o Enterprise, no se aceptan intercambios basados en versiones beta, de prueba o estudio) y estén validadas por la casa central de microsoft. Este proceso puede demorar varios minutos.

En caso de desconexión se deberá reiniciar el proceso desde el primer paso. Cuidado: de reiniciar muchas veces puede aparecerles la pantalla azul. Cuando esto ocurra, Microsoft recomendará esperar otro día para el intercambio.

De poder finalizar el intercambio, antes de desconectar deberán solicitarlo al sistema que chequeará que no haya procesos incompletos y que la desconexión no vaya a producir daños a las partes intervinientes.




Esteban Cámara
Santa Fe, 26 de enero de 2018

domingo, 21 de enero de 2018

El neoliberal “B”

Una vez conocido el resultado de las elecciones argentinas de 2017, con un porcentaje de 42 % favorable a un gobierno que aumentó el precio de los servicios de luz, gas y agua más de 1000%, despidió innumerables empleados, llevó a la ruina a más de 7000 empresas y endeudó el país en cientos de miles de millones de dólares y, en algún caso, a un plazo de 100 años (todo esto en apenas dos años de gestión), con el consiguiente aumento de la pobreza, el desempleo y el deterioro de los servicios sociales y de salud del estado, me puse a tratar de encontrarle una explicación a tan extraño suicidio social.

Es obvio que ciertos grupos se beneficiaron con este gobierno: los terratenientes, las mineras, los importadores y las entidades bancarias. Ahora bien: eso no debería representar más que un 10% del electorado, exagerando y sumando a otros sectores de altos ingresos (cuadros directivos y gerenciales de empresas multinacionales, profesionales liberales y otros pocos casos) que no se vieron particularmente afectados por las políticas del gobierno. A éste grupo, el verdadero sujeto social del neoliberalismo, lo llamaremos Neoliberal “A” (o per se, o nuclear).


Ahora, el resultado eleccionario citado precedentemente evidencia que cerca de un tercio del electorado es favorable a las políticas de este gobierno neoliberal, al mismo tiempo que es perjudicado por ellas. Vamos a definir a esta población como Neoliberal “B” (o agregado, o impropio, o periférico).

No ignoro el peso enorme de la prédica del 98% de los medios de comunicación (medios de la hegemonía o del poder corporativo, expresión ésta última usada por Noam Chomsky) cuya práctica discursiva mistificadora, tergiversadora e invisibilizadora se ha constituido en una usina de pensamiento neoliberal, individualista, indiferente a los derechos humanos y favorable a la “mano dura”, pero lo que me interesa es analizar las subjetividades que controla y, específicamente, cuál ha sido el efecto en esas miradas, respecto de la sociedad, la política y el estado. O sea, ¿cómo han resultado esos individuos en cuanto a sus valores, intereses, visión, posicionamiento político y herramienta de análisis de la realidad?

Un primer aspecto que he logrado observar en mi limitada casuística individual es una generalizada sub (o inexistente) formación política o antecedentes de militancia, salvando casos aislados de actuación pública destinada exclusivamente a satisfacer necesidades individuales materiales o narcisistas.

Otra característica que abunda es el trabajo no asociativo: Taxistas, cuentapropistas, gente de servicios automotores, empleados de pequeñas empresas (casi únicos empleados) e incluso mucha gente que se desempeña en la economía informal.

Otro aspecto frecuente en estas personas es la escasa incidencia de educación formal, aunque menos extendido que el mencionado en el párrafo anterior.

Como consecuencia lógica de los dos párrafos anteriores, una buena proporción de ese electorado neoliberal “B” tiene ingresos por debajo, marcadamente en algunos casos, del promedio de los trabajadores. Entonces, no es la cuestión socioeconómica la que define su adhesión política al proyecto neoliberal.

El núcleo de la cuestión es cómo está construida la visión del mundo de estas personas, cosa que vamos a tratar de analizar en base a expresiones muy comunes que utilizan.

Ejemplos:

Yo lo que tengo lo gané trabajando, no me lo dio ningún gobierno.

A todo aquel que altera el orden hay que meterle palos. Expresión usada para justificar, incluso, asesinatos.

Las negras se embarazan para que les den un plan.

El negro no quiere trabajar.

El socialismo (o comunismo, la distinción no importa) trae miseria.

El populismo (peronismo) fue la ruina de este país. Hasta 1920 o 1930 íbamos bien.

La empresa pública siempre es ineficiente y/o siempre es mejor (más proactiva, eficiente, creativa, etc.) la empresa privada.

Acá con el populismo había mucho empleado con auto, smartphone o que viajaba al exterior y esa fiesta se tenía que terminar.

Pagaban (¡en tercera persona!) muy poco de luz y gas.

No va a robar porque es rico. Variante: Es de buena familia, bien educado, fue a colegio bilingüe-universidad privada (una o varias de esas variantes), por eso es preferible a los otros, haga lo que haga. Este concepto es muy importante para entender la visiòn.

Sí, le sacaron los medicamentos a los viejitos, pero sólo a los ricos (lo escuché decir a una farmacéutica). Y siguió: Yo conozco gente que tiene estancias y venía a retirar los medicamentos de PAMI en autos de lujo…

Yo, con mis impuestos, mantenía vagos. Muy frecuente de escuchar por parte de gente de ingresos medios-bajos. Supongo que hacer alarde de pagar muchos impuestos los hace sentir como oligarcas.

A mí no me importa nadie que no sea yo y mi familia. Los demás que se arreglen.

Acá viene un extranjero, boliviano, paraguayo, cualquiera, y ya le dan un plan. Vienen a joder.

A estos negros el gobierno les da una casa y ellos no compraron un ladrillo en su puta vida.

Los pibes villeros no quieren estudiar.

No es justo que quienes no aportaron reciban la misma jubilación que los que aportaron. Dicho en referencia a la jubilación de personas con aportes incompletos que se realizara entre 2009 y 2015.

Durante la dictadura militar si vos no eras un hijo de puta los milicos no te jodían.

Los derechos humanos son para los delincuentes, no para los ciudadanos honestos.

A los pobres les da de comer el estado, los ricos no necesitan que los ayuden. A nosotros, la clase media (que somos los que pagamos los impuestos), nadie nos da nada. Este es un caso estremecedor de falacia múltiple.

Acá cualquiera hacía cualquier cosa. Idea de libertinaje.

Estos comentarios fueron escuchados en taxis, verdulerías, a vecinos o compañeros de trabajo, o leídos en facebook o en comentarios a notas de diarios digitales. Algunas de estas frases se vienen repitiendo desde hace décadas, otras son nuevas.

Me he abstenido de recopilar contenidos textualmente repetidas provenientes de los medios de comunicación (a los que llamo conceptos “golondrina”, por su carácter circunstancial) porque, casi invariablemente, el que las dice no puede argumentar en su fundamento. Es más, a los pocos días ya no la recuerda y la ha reemplazado por otra consigna mediáticamente instalada. Trato de enfocarme a lo que se expresa reiteradamente y que sugiere estar sustentado por un mapa conceptual propio más o menos permanente.

Estos conceptos se pueden suponer como provenientes de individuos con una fuerte disociación social, desclasamiento, individualismo, necesidad de orden impuesto por el miedo (respeto a la autoridad basado en la amenaza), odio/miedo (caras de la misma moneda) por los pobres, racismo, desconocimiento de la historia y escaso refinamiento intelectual.

En los casos que pude conocer cercanamente, se trata en general de personas con una clara autopercepción de fracaso y disvalor, con ingresos y formación muy por debajo de las expectativas que pudo tener en algún momento. Su vida consiste en mantenerse a flote, tratando de conservar bienes bastante escasos. Suelen embanderarse como contribuyentes impositivos, remarcando esa condición y considerándola como excepcional, erróneamente. Sus palabras suelen revelar una permanente queja sub-discursiva respecto de que el estado o la sociedad no le dan a él los servicios, el estatus y/o el crédito que se merece. No pone en duda la posición de los económicamente poderosos, por mediocre que sea el beneficiario de herencias o títulos comprados, pero actúa casi con histeria el resentimiento que le produce la asistencia del estado a la gente de escasos recursos y el consiguiente acortamiento de la distancia con ellos.

Este grupo social se ha volcado en masa (en 2015 y 2017) a votar al neoliberalismo (aunque no siempre fue así), no obstante resultar tan perjudicado por sus políticas económicas como cualquier otro grupo popular (se entiende que el término popular deja afuera a los beneficiarios naturales del esquema político y económico, a los que definimos al comienzo como Neoliberales “A”). 

Pero ese daño que está soportando no les importa demasiado, porque su goce consiste en que otro la pase peor: que les saquen la asistencia a la pobreza y la discapacidad, que los aumentos tarifarios afecten a ese grupo en mayor medida que a él (cosa que ocurre naturalmente, porque cuando los ingresos son menores la incidencia de los costos fijos es mayor), que les quiten las becas de estudio, dejen de dar netbooks a los estudiantes de bajos recursos, terminen el apoyo al “curro” de los derechos humanos, entre otras satisfacciones que reciben de gobiernos como éste.

El Neoliberal “B” aprueba la violencia represiva del gobierno, el asesinato de Rafael Nahuel, la criminalización de las protestas sociales, la persecución contra los mapuches en la Patagonia, la violenta represión de la manifestación popular en las jornadas de diciembre. Todo ello le produce una resonancia agradable, en sintonía con su idea de orden, impuesto sobre cualquier perturbación por mínima que sea[1] y a cualquier costo.

Una de sus gratificaciones es sentir que aquellos que él pensaba que no merecían asistencia (los negros, los vagos, los villeros, los afectados por el terrorismo de estado), la pierdan o les sea reducida significativamente. Y que eso aumente la distancia entre él y los que están “por debajo” (aunque esta diferencia exista sólo en su cabeza).

Esa fue la herida narcisista que le produjeron las políticas anteriores: sentir que “los negros”, “los inmigrantes”, “los villeros”, aspiraran a esos mismos módicos lujos de los que él disfrutaba. Que pudieran tener un LCD, un smartphone, auto, vacaciones, cielorraso, aire acondicionado eran cosas que este grupo de personas considera que solamente las personas “bien” (ellos y los ricos) podían tener.

Por esto ha votado a un gobierno que lo perjudica. A pesar de que su situación socioeconómica es peor que antes, siente que el neoliberalismo ha venido a “poner las cosas en orden”, en su lugar tradicional: ha restablecido la diferencia, ya sea material o simbólica, entre las clases sociales.



Esteban Cámara

Santa Fe, 19 de enero de 2018

[1] Un caso que me sorprendió muchísimo fue la defensa de varios lectores de un diario respecto del asesinato de un chico que según su familia no pudo frenar a tiempo en un control de tránsito y según los uniformados quiso evadirlo. “Quiso evadir el control, está bien que lo mataran”, algo muy parecido a esta barbaridad sentenciaron varios.

El rancio aroma del anti-multiculturalismo

Me dan bastante gracia los europeos o yanquis que se quejan del multiculturalismo, la nueva moda del derechismo palurdo. Los leo a menudo en medios europeos y en RT. Ya sé, los tipos son neofascistas: no se les puede pedir mucho intelectualmente.

Más de una vez estuve a punto de rogarle a alguno que me explique cómo van a hacer para echar de Francia a todos los árabes, o a los albaneses de Italia, latinoamericanos de España, jajajajaja. Por no hablar de las otras ochenta nacionalidades que hay por todas partes. Es gracioso.

¿Van a separar a las familias 'mixtas'?

¿Van a deportar a todos?

¿Asesinar?

Me doy cuenta de que en realidad deberían darme miedo y no risa. Así, exactamente así, empezaron los nazis.

Para distender un poco quiero traerles esta entrevista a Nadir Dendoune, un hijo de argelinos nacido y criado en Saint Denis, norte de París. En su libro Un perdedor en el techo del mundo se basó la película francesa 'El ascenso' que se puede ver por Netflix. La película ha sido despojada minuciosamente de cualquier toque de conflicto multicultural que pudiera tener el original. Así y todo sirve como entretenimiento, la recomiendo.

Pero para entender realmente lo que significó la hazaña de Dendoune, recomiendo lean la siguiente entrevista. Fuente: Jeune Africa (link al final). 

Nacido de padres argelinos, este hijo de los suburbios de París fue a plantar dos banderas en la cima del Everest: la de Francia y la de Argelia.
Nadir Dendoune posee tres pasaportes: uno francés, uno argelino y uno australiano. Nació en Saint-Denis, "donde los reyes de Francia están enterrados". Subió a la montaña más alta del mundo, pero enfrenta día a día otro Everest: encontrar su lugar en la sociedad francesa. ¿Cómo logró Nadir Dendoune escalar el Everest en 2008? Él lo cuenta todo, con humor y muchos sentimientos, en su último libro, Un perdedor en el techo del mundo (JC Lattès). Una aventura que comenzó a despertar sospechas... "Cuando llegué allí, planté las banderas de Francia y Argelia. También desplegué una tarjeta con el "93" escrito, el número del departamento que me vio nacer. Libération escribió un artículo sobre mí, luego pasé por Seven to Eight, en TF1. Me di cuenta de que los periodistas inicialmente no creían en mi historia. ¡Pero es tan grande que no lo puedes inventar! Dijo, resaltando que todavía tiene un certificado oficial de Nepal...
"Con este desafío, estaba donde nadie esperaba... ¡Estaba completamente desinhibido! Crecí en la política del fracaso. Durante treinta años, reproduje un discurso de victimización. Es cierto que nacimos en el lado malo de la periferia, ¡pero debemos cambiar eso! Las barreras, en gran parte nos las ponemos nosotros mismos... Quiero decirles a los niños de las ciudades: podemos tener éxito, incluso si, para eso, debemos mentir, transgredir. Mentir es lo que hice antes de la expedición. Salí sin entrenamiento especial, con un par de zapatos comprados en emergencia en Old Camper, inventé el CV de un escalador -Mont Blanc, Kilimanjaro- para tener el derecho de ponerse los clampones especiales de los glaciares. "Durante el descenso, viví los ocho días más hermosos de mi vida. Lloré de alegría y dije "lo logré". Me tomó cuatro meses recuperarme físicamente. Fue excepcional, pero no soy excepcional. Solo puse un pie delante del otro. "
Transgredir, Nadir Dendoune siempre lo hizo. Por necesidad. Sus padres son argelinos, el padre es trabajador, llegó a Francia en 1950 y la familia tiene nueve hijos. Nadir es el más joven. "¡Nueve franceses! Es Francia quien debería darle las gracias y darle la legión de honor a mi madre", se ríe. Después de una infancia "súper feliz", la adolescencia fué caótica. "Hasta preuniversitario, estaba con hijos de doctores y profesores en la escuela, había una mezcla real. Pero en la universidad, todos pidieron una exención. Nos quedamos sólo los de las clases ‘peligrosas’. En sexto, mis amigos eran tres o cuatro años mayores que yo... los seguí. En 1989, unos meses antes del bachillerato, estuvo involucrado en una pelea. Sentencia: dos semanas en prisión. "No estoy avergonzado de este período. Pero me di cuenta de que podría haberme convertido en un gangster. Crecí en un mundo violento que mis padres no esperaban cuando vinieron a Francia. Golpes, drogas duras circulando en las ciudades, desempleo y falta de futuro."
Entonces, la historia toma la apariencia de una novela de aventuras. Nadir Dendoune "despega", según el término del político y escritor Azouz Begag. Gracias a sus años de entrenamiento en atletismo, tiene la oportunidad de obtener un diploma en el Racing Club de France, el equivalente a una licenciatura en comunicación comercial, luego se matriculó en la comunicación en París XIII-Villetaneuse. La avidez de otros lugares lo pica: en 1993, con su mejor amigo, organiza una gira por Australia en bicicleta. "Fue allí donde me sentí completamente francés. Cambié la imagen que tenía de mí mismo. Fui galo durante tres meses. Cuando volví, el cielo se derrumbó sobre mi cabeza. Todavía era "inmigrante". Terminé la universidad y en agosto de 1994 me fui. Vive en Australia hasta 2001. Él fué sucesivamente conductor de autobús sin licencia (otra vez haciendo trampa...), obrero, profesor de deportes, cocinero. "Para celebrar mi nacionalidad australiana y hacer más ruido contra el SIDA, hice un recorrido en bicicleta por el mundo, Sydney-París, en asociación con la Cruz Roja Australiana. El 21 de abril de 2002, estaba en Alemania. Eran las elecciones presidenciales en Francia y vi la cara de Le Pen en la televisión. Yo, que me había reconciliado con Francia, me dije: "¡Qué hermoso comité de bienvenida!" Mi país no había cambiado. Las bolas. Volví y voté en la segunda ronda.” Él vuelve a París, pero no por mucho tiempo.
En 2003, parte a Irak para convertirse en un escudo humano. "Durante esta guerra, perdí mi costado ‘flor azul’ (ingenuo). Tuve que recoger cuerpos. Vomité. El olor a cadáveres a veces vuelve a mí...". Para exorcizar, envía correos electrónicos y cuenta su experiencia. A su regreso, los publica. Su primer libro se llama Diario de guerra de un pacifista y fue lanzado en 2005. Mientras tanto, se ganó la beca Julien Prunet, que ofrece hasta un año en el centro de entrenamiento para periodistas en un curso considerado "atípico". Su charla y su curso detonan, sorpresa. "Aprendí mucho de mis compañeros de clase, y ellos aprendieron mucho de mí. Yo era el único tipo de mundo. Me dio las armas para defenderme y me abrió las puertas. Nadir Dendoune es hoy un reportero de imagen independiente. Le gusta decir que, gracias a su trabajo en France 3, “conoce Francia mejor que nadie". Tal vez esta es la razón por la cual las oraciones de Nicolas Sarkozy le indignaron tanto. Y escribió en 2007 ‘Carta abierta a un hijo inmigrante’, dirigida directamente al presidente. ‘Para colmo él (Sarkozy) encabezó el Día Sin Inmigrantes el 1 de marzo. "Francia lo amas o lo dejas", fue la gota que derramó el vaso. No lo soporté. Culpo a Nicolas Sarkozy por traer las ideas de los lepenistas al más alto nivel del estado. Mañana, si me caso con una chica francesa, nuestro hijo seguirá siendo considerado de origen inmigrante. Muchos no quieren imaginarnos como Pierre, Paul o Jacques. A nadie se le ocurriría decir que Sarkozy pertenece a la segunda generación de inmigrantes... Ser francés no es ir a misa y comer cerdo. A fuerza de oírme rechazar mi diferencia, fui hacia esta diferencia... Cuando era niño, me avergonzaba mi segunda identidad. Francia no te permite ser francés y argelino. ¿Tengo que cortarme la pierna? Plantar la bandera argelina en la cima del Everest fue rendir homenaje al viaje de mis padres. Allá arriba, reconcilié mis dos identidades’. "Reconciliado, tranquilo, desinhibido ... ¿Cuál será, mañana, el nuevo desafío de Nadir Dendoune? "No puedo ir más arriba", responde, travieso. Me enorgullece decir que soy de los suburbios. Y que soy un aventurero.

Fuente: Jeune Afrique 



Traducción Esteban Cámara - Google

jueves, 4 de enero de 2018

El doctor gervason

El doctor era un abogado muy bien afeitado, quincuagenario y flaquito, siempre de saco marrón. En quinto año era mi profesor de historia en quinto año en el nacional. Creo que lo teníamos tres veces en la semana, hora de cátedra simple, cerca del final de la mañana.

Ah, guarda, no confundir: teníamos un vecino que era abogado y del mismo apellido, padre de uno de mis más grandes amigos, pero que yo sepa no tenía ninguna relación con aquel profesor.

Yo tenía 16 años y a fines de marzo de ese 1977, apenas empezadas las clases, unos tipos de civil con armas cortas y largas habían allanado ilegalmente la casa de mi familia y se habían llevado a mi hermana, la mayor de nosotros. A mí casi me mataron cuando salí de la pieza del fondo, pero a eso ya lo conté demasiadas veces.

Éramos las ovejas negras del barrio, con mi familia. Mis padres estaban separados desde hacía casi una década, algo raro para aquella época. Mamá siempre había sido muy independiente y trabajaba de maestra desde los 18 años, una maestra justa y firme, muy laburadora y responsable. ‘Pero’ también era gremialista, de izquierda. En nuestro barrio, un grupo de edificios habitado por familias de clase burguesa con aspiraciones (incluyendo varias familias ‘bian’, bien venidas a menos), era lugar común considerar que mi madre estaba loca y/o que era una borracha.

Y mi hermano, el segundo, era de izquierda, pero nada que ver con las organizaciones armadas. Era de una izquierda nacional y popular, que interpretaba al peronismo desde el socialismo y revindicaba la Patria Grande de Bolívar (esa de la que muchos se enteraron recién allá por 2004 cuando la contracumbre del ALCA).

Yo también militaba en ese grupo desde mis doce años, cuatro menor que él y a pesar, precisamente por la edad, de la oposición inicial que intentó. Tuve que amagar irme a la UES para que no me hinchara las bolas y me dejara hacer mi voluntad. Podrá pensarse que lo mío era seguidismo, pero yo sentía fuerte devoción por Salvador Allende y creía sinceramente en la vía democrática al socialismo y en la unidad de américa latina contra el imperialismo. Desconfiaba de las organizaciones armadas porque no veía que estuvieran los obreros en esa lucha. No estaban. Y yo, tan pequeño como con 12 o 14 años, ya sabía que los trabajadores eran el sujeto de la revolución. Amaba al Che, era como un padre, pero no creía en el foquismo y en la idealización de la violencia. Bueno, a decir verdad, tampoco conocía el término foquismo en aquel momento, pero tenía bien caracterizado el fenómeno.

Un tiempo antes de que yo me desilusionara del FIP (así se llamaba aquel partido que describí en el punto anterior), mi hermana, en cambio, la mayor de nosotros, entró con todo a la JUP de la universidad católica. Ella estudiaba filosofía y la JUP, la juventud universitaria peronista, se encolumnaba en la Tendencia revolucionaria del Peronismo, como la JP (juventud peronista), la UES (estudiantes secundarios), la JTP (juventud trabajadora peronista) y otras organizaciones que constituían la periferia del fenómeno montonero. Asambleas, panfleteadas, pintadas, no más que eso hacían los ‘periféricos’ como mi hermana, porque las acciones militares estaban estrictamente reservadas a la oficialidad de montoneros.

Para el primer aniversario del golpe militar iba a venir Videla (cabeza de la junta militar de la dictadura) a nuestra ciudad, Santa Fe, y para hacer buena letra, las patotas (grupos de tareas policial-militar, violentos y fascistas) de la ciudad, hicieron el día anterior una gran redada entre los periféricos de la zona. Cayeron el 90%, creo yo, de los también llamados `perejiles, en la jerga pesada. Entre ellos mi hermana. Todos fueron secuestrados el miércoles 23 de marzo de 1977, como una cacería de pichones que todavía no podían volar. Fueron torturados, violados y mucho más, toda la mierda de la que la peor dictadura militar de nuestra historia era capaz.

Bueno, disculpen este largo interludio pero era para situarlos en lo que era mi vida en aquel último año de secundaria. Ya mamá no militaba para aquel momento, tampoco mi hermano. Ni yo, desilusionado en 1975 por el apoyo del partido al gobierno de Isabel Perón que había mutado en preludio de dictadura, con grupos de tareas parapoliciales y paramilitares, que pronto dejarían de necesitar el prefijo ‘para’…

Al día siguiente de aquel templado miércoles de marzo de allanamiento, estrés, gritos, sensación de muerte inminente, incertidumbre y miedo, creo que fui a la escuela igual. Fui con gran temor de que me echaran por ser familiar de un demonizado, de un ‘terrorista subversivo’. Pero nadie pareció tomar nota. Yo también hice mi parte: pasaba a mil kilómetros por hora por la puerta de la preceptoría para que el gordo cara de bobo de Esquive, el jefe de preceptores, no me viera. Tenía cara de bobo, pero su comportamiento era sádico, paranoico, de violencia apenas contenida. No dije nada a nadie de lo que había pasado, ni siquiera a mis compinches, Luis, Liche y el Ruso. No iba a hablar del tema por un par de años, tenía miedo.

Debo volver a gervason, el profesor de historia y abogado que tenía unas tres clases de una hora a la semana con nuestra división (creo que era la “C”). Bueno, el tipo llegaba media hora más tarde de cuando debía y en los diez minutos que le quedaban se la pasaba hablando de política y denostando a “los barbudos”, como les decía a la gente de izquierda. Esos diez minutos los destinaba íntegramente a agradecer a las fuerzas armadas (“esta gente”) por salvarnos de esos barbudos que nos iban a someter a las más grandes iniquidades, que nos iban a quitar las casas, los autos, la comida y nos iban a dejar como espectros polvorientos al costado de los caminos. Cosas por el estilo decía, una y otra vez, durante diez minutos tres veces a la semana. Que nos iban a quitar los hijos, la sonrisa, las ganas de vivir y nos iban a mandar a un campo de concentración a cosechar papa, azúcar, bosta de caballo o cualquier cosa. Era obvio, además del delire, que el tipo se referenciaba un poco en la leyenda de los ‘barbudos’ de Fidel y el Che, ¡al menos según el “maiami jeral”!.

Estaba obsesionado contra la libertad, a la que llamaba libertinaje, y sermoneaba continuamente en defensa de morales medievales y de una honestidad de fachada, anticuada e impostada. Su mundo era binario y, al mismo tiempo, caricaturesco: la gente bien contra los barbudos.

“De todo eso nos ha salvado esta gente”, y gervason pronunciaba esta gente con los ojos en blanco, una honda resonancia y gesto de busto de bronce, la mano derecha a la altura de los ojos y con el dorso al frente en señal de respeto y reconocimiento. Luego sabríamos que “esta gente” había tirado personas vivas de los aviones y había asesinado a sangre fría a indefensos, torturado, desaparecido, robado bienes e incluso criaturas, e innumerables atrocidades más.

Jamás nos habló el doctor acerca de la historia argentina del siglo XIX, que era lo que se suponía que tenía que dar.

Por suerte para agosto se enfermó, tal vez se atragantó con las barbas que vomitaba, discursivamente, tres veces por semana.

Ante su falta, vino una profesora, ahora sí, de historia, y joven, que en dos meses nos puso al día. Y empezamos a hablar en clase de Rosas, Mitre, Roca, Urquiza y otros, como debía ser. Me doy cuenta ahora de que Mitre, y algun otro, también usaron barba, pero esa disposición de arreglo masculino de la pilosidad facial ya no era el tema a resaltar.

Claro, la profesora llegaba a horario y eso le daba una ventaja enorme por sobre el discurseador anti barbudos. La nueva educadora nos asignaba a cada uno un tópico para investigar y exponer. Luego de la exposición del alumno, el curso debatía sobre la base de preguntas guía que ella elaboraba, o acotaciones que surgían de algún compañero.

El doctor ya no volvió más y confío en que gracias a eso la mayoría de nosotros terminó la secundaria con alguna idea de lo que habían significado aquellos tiempos y personajes que tuvieron que ver con la organización del país.

Nosotros, los compinches, nos cagábamos de risa del tipo y notábamos su deshonestidad y su hipocresía. Dudo que muchos más en el curso se hubieran dado cuenta. Estaba robando el sueldo yendo un cuarto del tiempo que le correspondía y por el que se le pagaba. ¿Qué digo?: en realidad no aportaba ni un cuarto: no aportaba nada. No preparaba la clase, no tocaba ni por asomo el tema curricular. Al menos podría haber divagado sobre aquellos tiempos históricos. Pero no, él estaba obsesionado con 'los barbudos', lo de ese presente.  Seguramente lo desestabilizaba alguna fuerte pulsión homosexual por la masculinidad que expresa una barba de guerrillero sudoroso en un uniforme verde olivo y a caballo.

Por suerte para él, su “esta gente” que no usaba barba y tenía los uniformes inmaculados, lo había podido salvar de ser sometido a sus instintos por aquellos sucios barbudos que al parecer poblaban sus pesadillas.



Esteban Cámara

Santa Fe, 4 de enero de 2018