Uno de mis vecinos es abogado, otro es contador, otro es maestro mayor de obras y construye y/o arregla viviendas por las inmediaciones con su pequeña empresita.
Yo los escuché quejarse desde hace 2, 5, 7 años. Quejarse de los robos, de los planeros, de los piquetes (menos de uno, no del del campo, claro), del populismo, de la shegua, del impuesto a las ganancias, de que no podían comprar dólares y mucho más. Todos votaron a Macri, lógico.
“Ahora sí”, decían. “Se respira libertad”, “Cómo cambió este tipo el clima del país, hay alegría”, decían en diciembre de 2015. “Resultó ser un genio, este tipo”, agregaban. Se codeaban, sonriendo mientras me gozaban con la mirada.
Cuando devaluaron se alegraron, salieron corriendo a comprar dólares. Supongo ahí que se dieron cuenta de que no tenían tantos pesos como para comprar muchos dólares a ese precio. En realidad pudieron comprar apenas un 70%, o menos, de lo que hubieran podido antes, en los tiempos en los que se quejaban de que tenían encima el peso dictatorial de un gobierno populista y su omnipresente AFIP. Pero con menos trámites. Seguramente miraron con envidia a los terratenientes (esos sí no viven en mi barrio) beneficiados por la baja de retenciones a la exportación, que de repente cambiaron la 4x4 y, pensaban justificadamente, que podían aprovechar mucho mejor el límite de compra irrestricto de 2 millones de dólares.
Cuando abrieron la importación se abrazaban en la vereda del barrio, imaginando la de cosas que podían comprar. Pero los precios no bajaron mucho. Es más varios subieron. ¿La gente despedida?, decían, “¡a mí que me importa!”. “Seguro son ñokis”, (con k), o “negros de mierda. “Yo lo que quiero es tener un Iphone como mi primo que vive en Los Ángeles”, decía el Contador. No mencionaba que el primo limpiaba piletas.
De los aumentos de nafta, luz y gas no decían mucho. De los precios de todo, enloquecidos, un poco se quejaron. Pero ya no le echaban la culpa a Moreno y al gobierno, como antes. Dejaron de ser expertos en el precio del pepino en Chile y del osobuco en Kirguistán. Ahora parece que ‘descubrieron’ que a los precios los aumentan los empresarios…
El primero que empezó a sentir el cambio fue el constructor. Lo empecé a ver a cada rato por el barrio. cuando antes salía a trabajar con las primeras luces y volvía ya de noche. El auto que él calculaba cambiar a principios de este año, sigue ahí. Y con la misma abolladura. Claro, varios de sus clientes se quedaron sin trabajo y se le paralizaron más de la mitad de las obras. Parece que tuvo que despedir a la mitad de la cuadrilla.
Después me llamó la atención que el Contador cambió su viejo teléfono celular no por un Iphone, sino por uno chino (no me preguntes la marca), de gama media. Escuché a la esposa rogarle al verdulero, nerviosa: parece que varios de los clientes eran PYMES afectadas por la importación. Varias se fundieron. El tipo luego desapareció del barrio: parece que a la guita la había puesto en la bicicleta financiera de un trucho que se fugó (hay un runrún de que está en Panamá). El contador le quedó debiendo hasta a la niñera, no sólo al verdulero, al almacén, al del taller mecánico que le tuneó el auto. Y a muchos más. Malvendió ése mismo auto nuevo, un Corolla, para cubrir una deuda antes de que lo caguen a palos y a la semana desapareció del barrio.
La esposa del contador, docente, se tuvo que poner a dar clases particulares para poder pagar la luz y el gas. Sí, esa misma que antes se quejaba del impuesto a las ganancias hasta cuando saludaba. La que le metía k a todo: “kaka”, “kuka”, “kukukaka” y te miraba de arriba como si fuera oligarca. Ahora, ya sola, lleva las hijas en bicicleta a la escuela, olvidate del transporte escolar. Jah, ¡hasta va a las marchas pidiendo aumento de sueldo para poder salir de la franja de ingresos de pobreza!
Al abogado lo ví hace un par de días en el súper haciendo malabares para llegar a cubrir con varias tarjetas de crédito un carrito de compra que antes, con el anterior gobierno, estaba muchísimo más lleno. Pobre, uno de sus clientes era el contador, otro el arquitecto. Otros varios eran los dueños de esas mismas Pymes que se fundieron por la apertura de las importaciones. Encima le desvalijaron la casa y al otro día tuvo que ir a atender en su estudio con bermudas y remera gastada. Decí que este verano es largo.
(Ah, al primo del contador lo deportaron, ni el Iphone le dejaron traer. Tampoco el auto, apenas unos cientos de dólares. Pero eso es otra historia.)
Esteban Cámara
Santa Fe, 05 de mayo de 2017
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