jueves, 21 de junio de 2018

Creencias y responsabilidad política

¿Es ético que un diputado decida sobre la base de sus creencias? Hace poco me había planteado esta pregunta pero hoy, en pleno debate en el parlmento argentino por la despenalización del aborto y ante una inusual avalancha de diputados que manifestaron basar su decisión en sus convicciones, dogma religioso, creencia o pertenencia política histórica, creo necesario empezar a indagar en el tema.
Partamos de un supuesto: yo soy hincha de determinado club de fútbol y ante un eventual empate en otros aspectos ¿es válido elegir un candidato a intendente, por caso, porque es hincha del mismo club que yo? He escuchado alguna vez hablar a gente que está convencida de que es así. Yo, por el contrario, estoy persuadido de que no debería tener nada que ver.
Otro supuesto: supongamos que usted es comerciante y le es requerido apoyo para algún candidato ¿realmente es valiosa la consideración de si el candidato es también comerciante?
Un tercer supuesto: yo soy trabajador, soy proletario, ¿debería votar a un dirigente sindical o a otro trabajador, por el sólo hecho de serlo?
Por último: ¿Es válido votar a un vecino, por el sólo hecho de serlo o adjudicando a esta situación alguna importancia por mínima que fuera?
Creemos que hay aspectos mucho más importantes para considerar ante una elección que éstos, a saber:
  • La ideología que ha guiado la actuación política del candidato, o las motivaciones que lo llevan a presentarse frente a la ciudadanía (‘Por qué’).
  • El programa de acción o plataforma política que presenta como elementos de sustentabilidad de su candidatura (‘Para qué’).
  • La convicción y fortaleza que haya manifestado para defender su ideario frente a las presiones y estrategia de los actores del poder opuestas a ellas (‘Personalidad/Actitud’).
  • El historial ético y la honestidad manifestada en el historial del postulante, como indicio de fidelidad a lo manifestado (El ‘Quién’).
Frente a estos pilares de análisis, la vecindad, la pertenencia socio-laboral, la ocupación o la particular afición deportiva, claramente, pierden casi todo su valor, si es que alguna vez lo tuvieron.
Respecto de la pertenencia de clase, sobran ejemplos en el mundo de desclasados, de sujetos de procedencia humilde que traicionaron a sus vecinos y compañeros de clase para venderse al poder económico. Y también a la inversa: Engels, Fidel Castro y el Che fueron personas de origen más o menos acomodado que eligieron clara y tajantemente la causa de los más postergados y son ejemplos de lucha desinteresada por su inclusión y derechos.
De manera similar, ¿es válido que un representante político fundamente su elección en, por ejemplo, su adopción de determinado credo religioso? Esta situación es bastante aceptada pero, ¿es bueno esto? Los representantes electos deben decidir lo mejor para el común de la población en el momento y lugar en el que, en el marco rápidamente cambiante de la dinámica social, se encuentre la posibilidad de la decisión.
Antes de continuar necesito que se me otorgue la licencia de efectuar una digresión: cuando se trata de derechos de una parte de las personas, sobre todo cuando se trata de minorías, no es lógico argumentar la necesidad de fundamentar la decisión en una herramienta plebiscitaria. Si los derechos de las minorías deben plebiscitarse y no basarse en la lógica humanitaria y democrática, en el estado que haya adquirido la cultura civilizatoria en una sociedad en un momento preciso, entonces se hace muy tangible el riesgo de que las minorías nunca vayan a tener ni el más mínimo derecho. En este supuesto, los beneficios del reconocimiento de derechos a una minoría se debe entender como una mejora del clima civilizatorio, de la tolerancia y la aceptación de las diferencias que va a resultar inequívocamente beneficioso para el conjunto de la sociedad.
Como ejemplo de lo que antecede, permítaseme remitirme a lo ocurrido a partir de 1492 en España con la persecución y expulsión de intelectuales, comerciantes, artesanos y profesionales musulmanes y judíos, hecho que acarreó el consiguiente empobrecimiento cultural e industrial de la sociedad española. Como consecuencia de esto, las ingentes riquezas que ingresaron en el país fruto del saqueo del continente americano posibilitaron un escaso agregado de valor, comparativamente, si consideramos que otras sociedades tales como las existentes en la europa nórdica, fueron infinitamente más beneficiadas al proporcionar a la sociedad española manufacturas (porcelanas y tejidos, entre otros) y servicios (por ejemplo, financieros) mucho más finos y elaborados que los existentes en el país y llevándose a cambio lo más sustancial de la opulencia rapiñada a los pueblos del 'nuevo' mundo.
Retomando el tema principal, es lógico, incluso obvio, que las experiencias, los intereses (tanto colectivos como individuales), la procedencia social, las creencias religiosas y la ideología de base van a influir en las decisiones de las personas, pero hay muchos otros elementos que un representante debe tener en cuenta. Y creemos que el fin fundamental de cada opción política debe pasar mucho más cerca de la valoración de las opciones respecto del siguiente listado de objetivos generales, entre otros, que de los factores mencionados en este mismo párrafo:
  • ¿Es bueno para los ciudadanos en general, para la sociedad o para el bien común, lo que el representante decida? (Mérito).
  • ¿Es la decisión un aporte a la inclusión social o una ampliación de derechos? (Mérito).
  • ¿La decisión es extemporánea o representa una necesidad de la época, del clima civilizatorio y/o de justicia en el que se encuentre esa sociedad y cultura? (Oportunidad),
  • ¿Es mejor la nueva decisión que la, o las, alternativa ya existentes o que se pudieran adoptar en lugar de aquella? (Conveniencia).
La incidencia de la ideología y creencias del representante político en la valoración de estos aspectos, repito, es muy fuerte. Seguramente la valoración que se haga de oportunidad, mérito o conveniencia de cada opción va a estar tamizada, atravesada, sesgada por la ideología, los valores y las creencias de la persona.
Pero el sólo hecho de que una persona cierre sus argumentos, los automatice con base en sus creencias, ideología o historia, anula la amplitud y la riqueza que el análisis y valoración pueden aportar al fundamento y argumentación de toda decisión. A su vez es dable cuestionarse si esa persona, al escudarse en sus creencias, no está ocultando detrás de ello (justamente al expresarlo de tal manera habilita esta sospecha) y en la intimidad de su pensamiento, una forma diferente de ver la solución al problema.
La pertenencia a un determinado dogma sólo puede tener valor justificatorio de una posición dentro de una comunidad puramente homogénea respecto de ese mismo dogma. Para ser más explícito, ejemplificando: la remisión a un mandato bíblico no tiene el menor sentido si dentro de la comunidad existen personas que descreen parcial o totalmente de ese texto religioso.
Por estas razones, claramente, no se debe reducir las decisiones exclusivamente a lo establecido como norma canónica por las creencias individuales, sino atenerse, en una praxis de honestidad interna que debe ser inmaculada, a la elección de la mejor alternativa para el conjunto de los ciudadanos en base a preguntas de jerarquía similar o superior a las cuatro anteriores.

Esteban Cámara
Santa Fe, junio de 2018

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