La última tarde en Varadero
el mar estaba furioso.
Grandes olas provocaban a la
inmóvil arena.
Se arremolinaban y tronaban.
Generaban cambiantes figuras
de agua azul y
espuma blanca.
Se movían hacia el oeste.
Yo lo atribuí a pueril
berrinche de amante ante la
breve separación,
próxima.
Una hilera de pequeños peces
multicolores
pasó casi entre mis piernas
hacia el oeste.
Insólito, pensé.
Una gran ave color arena
rozó las olas a metros de mi
cabeza
buscando pesca
con precisión jurásica.
Yo no era su presa:
simple espectador.
Volaba hacia el oeste,
siempre.
“Tranquila, agua”, pensé:
“Mañana nos volveremos a ver
desde
unos pocos kilómetros.
también,
hacia el oeste.”
¿Por qué tan ansiosa,
Agua de mar?, susurraba.
Me decía.
Te decía.
Nadaba con mis antiparras
y el lecho marino mostraba
una cantidad inusual de
caracoles.
Su caparazón, cónico,
marrón y blanco.
Recién dias después entendi
el secreto,
agua:
Me marcaban el camino,
los emisarios.
No estabas celosa,
no era berrinche.
Era ansiedad.
Las olas briosas y tus
criaturas,
casi no podían evitar
manifestar
tu ansiedad.
Una ansiedad gozoza.
Infantil y dulce,
traviesa.
Siempre fui un hombre del
agua.
Río, lago, mar
piscina
o lo que fuera.
El agua me ecualiza,
descarga mis nervios
y diluye ansiedades.
Me da fuerza y tranquilidad.
Y poder a mi pensamiento.
Y el oleaje me llevó al día
siguiente
a encallar contra canela
aterciopelada,
náufrago,
indefenso: Suri.
Sé que era ansiedad la tuya,
agua,
porque no fallara lo que se
venía:
quisiste recompensar mi amor
de décadas.
Devoción desconocida aún por
mí,
Yemanyá.
Esteban Cámara
Santa Fe, 15 de mayo de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios son en su totalidad moderados. No se admiten mensajes de odio, descalificaciones, insultos, ofensas, discriminación y acusaciones infundamentadas. El autor se reserva el derecho de no publicar comentarios anónimos.