Tal vez nunca antes un mundial fue tan mal recibido en un país como este de Brasil 2014, con infinidad de huelgas, protestas públicas, un aluvión de imágenes denigrantes y furibundas quejas por las redes sociales.
Insisto, es algo nunca visto. Por el nivel de las críticas, pareciera que el Brasil se hubiera convertido en el Brazil de la película orwelliana de la década de 1980 (Brazil, UK 1985, de Terry Gilliam)), paradigma de la represión y el control del pensamiento.
Ahora bien: ¿Cuál es el argumento contra un evento que puede potenciar el turismo, los ingresos y la imagen de un país hasta límites insospechados. ¿Realmente es imprescindible manifestar semejante nivel de hostilidad a un acontecimiento que se puede dar cada medio siglo y que puede significar el ingreso de miles de millones de dólares a un país?
Se argumenta que hay pobreza y grandes déficits en salud pública y transportes en el país organizador y que se gastaron ingentes recursos mediante maniobras sospechadas de corrupción. No voy a entrar en éste último tema porque no es mi materia, no soy investigador y opino que esos aspectos deben ser probados fehacientemente ante la justicia, no en pseudojuicios de facebook o de programas de televisión.
Respecto de que el gasto es suntuario siendo que Brasil ostenta grandes déficits en materia social siempre fui de la opinión de que las carencias de una determinada sociedad no son excusa para que se renuncie a toda inversión, sobre todo cuando esa inversión puede, como en este caso, significar enormes ingresos. Los integrantes de comunidades con problemas de vivienda digna pueden sentirse con razón molestos por la construcción, por ejemplo, de un gran hotel de lujo para turistas en las inmediaciones de sus moradas, pero no hay que olvidar que ese mismo hotel puede significar, mediante empleos y adquisición de productos o servicios durante su construccion u operación, la oportunidad de mejorar las vidas de muchos integrantes de la comunidad. Lo mismo puede decirse del deporte y todas las atracciones y espectáculos. Todo depende de cómo se socializan, o no, las utilidades.
Por otra parte me resulta curiosa la virulencia "de izquierda" (¿?) contra un gobierno que se apartó, desde la época de Lula del seguidismo proyanqui y que redistribuyó la riqueza como ninguno, a punto tal de lograr un récord impresionante en reducción de la pobreza y del hambre. El infantilismo de izquierda, el izquierdismo bobo y mal llamado trosko, deberé concluir junto con tantos pensadores, termina siendo de derecha, funcional a la oligarquía e inútil para todo servicio al pueblo.
La represión violenta e ilegal de las protestas, igualmente, no es justificable y exhorto al gobierno de Dilma Rouseff a evitarla. Igualmente me decepciona que no se haya juzgado en su país a los represores de las dictaduras militares y que la problemática LGBT sea tratada con un enfoque retrógrado, victimizatorio y no inclusivo.
Al margen de lo último, no puedo dejar de ver en esta efervescencia antimundialista y/o antibrasileña la mano artera de los medios del poder corporativo y, como siempre detrás de ellos, a los intereses imperialistas enemigos desde siempre de latinoamérica, de la patria grande, de la UNASUR y de la CELAC.
Esteban Cámara
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