La ciudad, rodeada por ríos y lagos, tenía un problema de cotas: Tendía a inundarse ante crecientes o lluvias copiosas.
Sus habitantes debatían el tema casi continuamente y se quejaban. Que la culpa era de la geografía, decía uno. Que la culpa era del gobierno, decía los más. Que habría que mudar la ciudad, decían los menos. Cada uno prácticamente tenía el culpable y la solución.
Dije "casi continuamente", porque en los meses de creciente, al final del verano, los mensajes por twitter y otras redes sociales y los llamados a las radios y televisoras, y las cartas a los diarios se multiplicaban. Por el contrario, el resto del año, del problema de la inundación no se hablaba mucho.
Un día un tipo, cansado de tanta palabrería, agarró una pala y empezó a construir un dique. Consiguió luego, nadie sabe cómo, bolsas y arena y, poco a poco, con ayuda de su señora, sus hijos y algunos pocos amigos, fue construyendo un dique. Alguien le prestó una máquina vial y la defensa tan paciente y artesanalmente construida se fue perfeccionando. ¡Y lo hizo en los meses secos!
Vaya a saber por qué razón, si el tipo no era simpático a los dueños de radios y diarios, o si les estaba afectando algún interés, las noticias sobre él no eran muy buenas, a pesar de lo que estaba haciendo. La gente lo empezó a llamar "el boludo del dique" y nadie se sumaba a sus esfuerzos. El tipo seguía, sin importarle demasiado, al menos aparentemente, este discurso de los medios. La prensa y, obviamente la mayoría de la gente "bien", se mofaba de él o lo criticaban duramente ("vaya a saber qué intereses tiene"), decían.
Al llegar el final del primer verano, el dique resistió. Pero la prensa dijo que era porque las lluvias no habían sido demasiado fuertes. Y en ese caso, 'seguramente', la lluvia no había sido suficiente para las cosechas de los campos cercanos. Y eso tal vez fuera culpa, 'tal vez', del boludo del dique. Nadie veía un vínculo mínimo entre el dique y la "escasez de lluvias" que decían los medios, pero la mayor parte de los comerciantes y profesionales de la ciudad lo repetían con mucho convencimiento y se asentían con la cabeza unos a otros con tanta vehemencia que prácticamente nadie lo ponía en duda.
No faltaron unos pibitos que se decían 'rebeldes iconoclastas' que empezaron a hacer diabluras, extrayendo parte de la tierra y de las bolsas del dique, o atravesándolo con palos y caños y entreabriendo el material. Otros, los productores rurales aquellos a quienes habían convencido de que el dique era la causa de sus 'mermadas' cosechas (merma nunca verificada, por cierto), empezaron a atentar contra el dique más abiertamente, directamente con sus máquinas agrícolas o pasando con sus lanchas (tenían muchos medios económicos para hacerlo) por los cursos de agua, con violencia y cerca de las defensas, para agrietarlas.
Los iconoclastas decían que la única solución posible era trasladar la ciudad a una provincia cercana, más alta, o al desierto. O subir su nivel con pilotes unos diez metros. O convertirla en una segunda Venecia. O abolir las lluvias. Pero más allá del enunciado no iban: no decían cómo se podía esto hacer, ni planificaban, ni presupuestaban. Era más fácil criticar el dique.
Los iconoclastas decían que la única solución posible era trasladar la ciudad a una provincia cercana, más alta, o al desierto. O subir su nivel con pilotes unos diez metros. O convertirla en una segunda Venecia. O abolir las lluvias. Pero más allá del enunciado no iban: no decían cómo se podía esto hacer, ni planificaban, ni presupuestaban. Era más fácil criticar el dique.
El segundo año, el dique resistió a duras penas, hubo algunas filtraciones. Los medios dijeron que el boludo del dique era un amateur, que no sabía lo que hacía y que los diques no se hacían así. Casi textualmente se repitió eso en las peluquerías y verdulerías de la ciudad. Los taxistas eran, cuando no, casi monjes de la denostación del dique y siempre mencionaban una altísima fuente confidencial que les había dicho que lo del dique era una verdadera porquería y estaba tan mal hecho que daba risa.
El tercer año el dique volvió a resistir, a pesar del sabotaje casi incansable de los barones del agro y los rebeldes iconoclastas. Nadie reparo, ni tampoco en el año anterior, de que se demostraba que el dique no tenía nada que ver con ninguna merma de las lluvias. El "boludo del dique" (que mientras tanto seguía apuntalando la defensa como podía, con los escaso medios suyos y de su gente) era criticado hasta en los concursos de baile y los prostíbulos.
Había una coincidencia casi total en la ciudad de que el problema era el dique y no el nivel de los suelos, las lluvias, o la inacción de casi todos menos el 'boludo del dique' y su gente.
Pasaron los años y los sabotajes y el dique seguía resistiendo, aunque cada vez menos (decían) y el boludo del dique era cada vez más criticado. Era ya un chiste de oficina: cuando alguien la cagaba lo llamaban el 'boludo del dique de hoy'.
Un día, los señores campesinos se esmeraron y los jóvenes iconoclastas (o diqueclastas) hicieron su máximo esfuerzo (se dice que consiguieron herramientas de los primeros y de una ciudad vecina, celosa de las riquezas). Tuvieron la bendición de que ese verano las lluvias fueron mucho más intensas de lo habitual.
El dique colapsó y la ciudad se inundó casi enterita.
Hubo consenso en que la culpa era de "el boludo del dique".
Esteban Cámara
Santa Fe, 17/06/2014