miércoles, 26 de octubre de 2022

El canto del arpista

 Tomado de La Brújula Verde

Una rarísima letra encontrada en la tumba del faraón Intef VII (siglo 46 antes del presente)

Sejemra-Herhormaat Intef (al que se conoce como Intef VII) fue un faraón que reinó durante el Segundo período intermedio del Antiguo Egipto, entre los años 1593 y 1588 a.C., pero solo sobre el Alto Egipto con capital en Tebas.

Perteneciente a la XVII dinastía, tuvo que convivir con el dominio hicso del Bajo Egipto, gobernado por Apofis I, faraón de la XV dinastía. Serían sus sucesores los que vencerían a los hicsos, dando comienzo al Imperio Nuevo.

A su muerte fue enterrado en la necrópolis de Dra Abu el-Naga. Sin embargo, en su corto reinado de apenas cinco años (solo unos meses según otros investigadores) no le dio tiempo a preparar ni su sarcófago ni su tumba, por lo que hubo que usar un sarcófago común, no de los utilizados habitualmente para la realeza (izquierda). 

Cuando le comprás al trucho del barrio

Lo raro de esta canción es lo pesimista de su texto, en contraposición de los cantos rebozantes de optimismo y alabanzas de la vida eterna predominantes en situaciones similares.


Las generaciones se desvanecen y desaparecen, otras ocupan su lugar en el tiempo de los ancestros.
Los dioses que vivieron antaño reposan en sus pirámides.
Los nobles y los bienaventurados están enterrados en sus tumbas.
Habían construido casas cuyo emplazamiento no existe ya.
¿Qué ha sido también de ellos?
He oído las palabras de Imhotep y de Hardedef que se citan en proverbios y han sobrevivido a todo.
¿Qué ha sucedido con sus posesiones?
Sus muros se han desplomado, sus dignidades han desaparecido como si no hubieran existido nunca.
Ninguno vuelve de allá abajo que nos cuente cuál es su suerte, que nos cuente lo que necesitan, y tranquilice nuestro corazón hasta que nosotros lleguemos a ese lugar donde ellos ya han llegado.
Que tu corazón, pues se apacigüe. El olvido te es favorable.
Obedece a tu espíritu por tanto tiempo como te sea posible.
Unge tu frente con mirra, vístete con lino fino, perfúmate con las maravillas verdaderas que forman parte de la ofrenda divina.
Aumenta tu contento para que tu corazón no languidezca.
Sigue tu deseo y tu felicidad, colma tu destino sobre la tierra.
No expongas tu corazón a la inquietud hasta el día en que te alcance la lamentación fúnebre.
Aquel cuyo corazón está hastiado no oye su grito. Y su grito no salva a nadie de la tumba.
Haz, pues, del día una fiesta, y no te sientas harto.
Mira, nadie lleva consigo sus bienes.
Mira, ninguno vuelve de los que se han ido.


Fuente, La brújula verde: El canto del arpista




 

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