Cuando terminó la primera vuelta de las elecciones 2015, octubre, mi depresión fue notoria. Me anoté para un plenario ampliado de la agrupación en la cual creí estar militando (digo creí porque jamás me invitaron a los plenarios comunes) y desgraciadamente cambiaron de lugar de realización sin que yo me entere. Luego me daría cuenta de que hubiera terminado chocando con el resto.
Luego sabría que hablaron de repartir panfletos, ir puerta a puerta, de que el debate no se había podido generar en las condiciones adecuadas. Supongo que con esto último se referían al abrumador predominio comunicacional de los medios del poder económico. Pero, malas noticias, si en 12 años no habíamos podido descontar esta desventaja, mucho menos ibamos a poder hacerlo en el mes que quedaba hasta el ballotaje. Así que de debate, olvidate.
Bueno, descubrí amargamente que queríamos cambiar un resultado adverso... haciendo lo mismo que nos había llevado a él.
Yo me había tomado el trabajo de leer infinidad de comentarios de gente que no había optado por nosotros y sabía que esa estrategia no iba a funcionar: la mayoría estaba cansado de que la estemos zamarreando continuamente, "mirá esto!", "mirá lo otro!", o peor aún, tirándoles consignas que solamente para nosotros dicen algo, lamentablemente.
La estrategia de ir a tirar panfletos al centro de santa fe (transitado justamente por la gente que no nos aprecia, por decirlo suave) o de ir a tocarle el timbre a las viejas interrumpiéndoles la novela (!), yo sabía que no iba a funcionar. Sin ir más lejos yo los puteo a los religiosos que vienen a molestarme en mi casa, así que calculo que la cosa funciona igual del otro lado. Y no nos estábamos dando cuenta. Afortunadamente surgieron sectores afines que hasta ese momento se habían mantenido al margen de nuestra sorda pelea (los científicos por ejemplo, mimados por nuestro gobierno como nunca antes) y logramos repuntar. Aunque no alcanzó.
Apenas un par de meses después, miraba un programa español, Fuerte Apache, conducido por el líder de Podemos, Pablo Iglesias, con Iñigo Errejón y Jorge Alemán (Psicoanalista, escritor, diplomático argentino, ex funcionario del FPV) como invitados, en donde abordaban nuestra derrota, desde la empatìa, porque somos bastante compatibles. Allí, casi al final (a partir del minuto 44'), Alemán pareció plagiarme: diciendo que él había hablado con gente muy sencilla que había votado en contra nuestra (y suya, evidentemente) y el hacía casi las mismas lecturas que habìa hecho yo (Fort Apache: ¿Cambio de ciclo en Amèrica Latina?). Finalizó su párrafo Alemán diciendo que los movimientos populares debían mostrarse más como la normalidad, ante casi una ovación de Iglesias y Errejón. A partir de allí, los anfitriones contaron una experiencia suya en la Facultad de Ciencia Política cuando casi les ganó una agrupación cuyo lema era "Por una facultad normal" ("...y les ganamos por poco", reconocieron). "La gente se cansa de las heroicidades", ... "la cuestión es construir normalidad revolucionaria, aunque sea un oxímorón" (dice, brillante, Errejón).
Hace bastante tiempo que lo vengo pensando: debemos cambiar algo en la forma de comunicarnos con la gente no politizada. No a todo el mundo le gusta el tono belicoso, admonitorio, la permanente autopresentación como el hecho maldito, disrruptivo; el dedito índice en alto. Creo que hay que dejar de representarnos como la piedra, y empezar a actuar como la vidriera. ¿Por qué no? A la mayor parte de la gente no les gustan los debates que nos encantan a los militantes y, de hecho, nos odian un poquitín por ellos.
A la mayor parte de la gente le molesta el debatismo permanente, el zamarreo, el intentar convertir en trascendente cualquier decisión. A nosotros, los militantes, nos gusta el debate, pero no todo el mundo está preparado, politizado, formado, culturizado historiográficamente para abordarlo. Parece innata esta diferencia, hasta genética. La gente quiere vivir sin tantos sacudones. Hay que construir una normalidad de otro signo, una normalidad de lo extraordinario (!), del progreso social. Y eso implica cambiar el gesto adusto, el tono de barricada por otro más amable, alegre, inclusivo más que acusativo. Aunque, claro, sin dejar de lado el contenido (¿No decía el Che "Hay que endurecerse sin perder la ternura"?).
Hace poco Podemos (vuelvo al ejemplo español), hizo un acto en una plaza de Madrid, con bicicleteada previa, inflables, payasos y mimos para los niños, mùsica, humor y, finalmente, discurso. Creo que debemos aprender mucho de ahí.
Hay que referenciarse en ejemplos como estos, con su descontracture (sin rebajar un ápice el contenido): su TuerkaNews, sus juntadas de disfrute, música, humor y ... discurso (sobre todo sin perder la mira). Un ejemplo: Pablo Iglesias entrevista a "Pablo Iglesias" en Feis tu feis (vean el minuto 6.56).
Es interesante aclarar que Podemos, creado en 2014, obtuvo 5.5 millones de votos en 2015, un 22% del electorado español y hoy las encuestas lo dan como contendiendo directamente con el PP por el liderazgo de las elecciones a realizarse en junio de este 2016, hoy aliado a Izquierda Unida (Unidos Podemos), ante el fracaso de la anterior legislatura para formar gobierno.
Es interesante aclarar que Podemos, creado en 2014, obtuvo 5.5 millones de votos en 2015, un 22% del electorado español y hoy las encuestas lo dan como contendiendo directamente con el PP por el liderazgo de las elecciones a realizarse en junio de este 2016, hoy aliado a Izquierda Unida (Unidos Podemos), ante el fracaso de la anterior legislatura para formar gobierno.
Los que me conocen dirán: - "Vos no sos el mejor ejemplo de lo que estás planteando". Y tienen razón, me consta que para esto hay gente mucho más carismática, simpática, mejor comunicadora, más paciente, etc, Soy tal vez la antítesis de lo que vengo a proponer. Pero no puedo dejar de notar el problema y comunicarlo.
Tenemos con nosotros la mayor parte de los músicos y actores, deberíamos aprovecharlos un poco. Imaginate una juntada en un parque grande de Bs. As. con La Renga y Capusotto, Kicillof y Sabatella, bicicleteada previa, payasos, castillos inflables para los pibitos. No sé, creo que si le sumamos a eso la revalorizaciòn de nuestras exitosas políticas públicas inclusivas y el bienestar logrado por el grueso de la población, saliendo precisamente de uno de los peores infiernos que hayamos vivido, ¡no nos para nadie!
Espero que mis cumpas no me tilden por esto de traidor (ya me ha pasado) o que me acusen de basarme en el diario 'del lunes': yo planteo un cambio, lo que pasó, pasó (y yo son tan responsable de ello como cualquiera). Tampoco aspiro a que me den la razón. Me basta con que se cuestionen, se re-piensen en su rol militante y la metodologìa de llegada a los no poliltizados, a doña rosa y al verdulero.
Esteban Cámara
Santa Fe, mayo de 2016