lunes, 18 de mayo de 2015

No se indigne sin indignarse antes

Genial: 'Jueguemos' a QUIÉN LA TIENE MÁS LARGA (a la indignación). Parece que ahora no te podés indignar con "tal" tema si antes no te indignaste con "aquel otro" tema, que es más acuciante, dice alguno. Y así, avancemos en los playoffs de la indignación hasta que quede un sólo problema, del cual todos todos podamos indignarnos sin culpa... Y no hacer nada, porque en mi recóndita maldad yo creo que esas pulsiones van dirigidas precisamente a que no HAGAMOS nada.

Hace poco discutía con un nabo mexicano que, navegando en las aguas de la indignación intencionada decía algo así como que no se debería jugar un mundial de fútbol en Brasil, porque había pobreza. Claro, entonces mundiales y olimpíadas se podrían jugar solamente en Noruega y Suecia. Aburrido.

Lo gracioso es que al quía se le escapaba que en 1986 se había jugado un mundial de futbol en su país con cifras de pobreza peores que la de Brasil actualmente. Por no hablar de que la movida contra Brasil era porque es un gobierno no alineado con EEUU, que si hubiera sido el gobierno de Collor de Mello o Sarney u otro de ese tipo, nadie hubiera cuestionado nada.

En fin, la cosa es que no se puede intentar hacer teoría o análisis político, o cultural o lo que fuera, del colonialismo interno si antes no se ataca al machismo (dice el feminismo). Y otro va a decir que peor que el machismo es la miseria y la exclusión social (progresismo) y peor es ... que se yo, el cambio climático... Y así seguimos. 

Entonces, juguemos los playoffs del campeonato de lo indignante y al problema que gane, indignémonos. Y todos tranquilitos en su teclado, indignémonos como si fuéramos uno solo. Pero no hagamos nada, por favor, no sea cosa que nos quedemos sin tema.


A ver: ¿quién quiere venir a medirme la indignación, que la tengo bien parada?


Esteban Cámara

viernes, 15 de mayo de 2015

Los emisarios

La última tarde en Varadero
el mar estaba furioso.
Grandes olas provocaban a la
inmóvil arena.
Se arremolinaban y tronaban.
Generaban cambiantes figuras
de agua azul y
espuma blanca.
Se movían hacia el oeste.

Yo lo atribuí a pueril
berrinche de amante ante la breve separación,
próxima.

Una hilera de pequeños peces
multicolores
pasó casi entre mis piernas
hacia el oeste.
Insólito, pensé.

Una gran ave color arena
rozó las olas a metros de mi cabeza
buscando pesca
con precisión jurásica.
Yo no era su presa:
simple espectador.
Volaba hacia el oeste,
siempre.

“Tranquila, agua”, pensé:
“Mañana nos volveremos a ver desde
unos pocos kilómetros.
también,
hacia el oeste.”

¿Por qué tan ansiosa,
Agua de mar?, susurraba.
Me decía.
Te decía.

Nadaba con mis antiparras
y el lecho marino mostraba
una cantidad inusual de caracoles.
Su caparazón, cónico,
marrón y blanco.

Recién dias después entendi el secreto,
agua:
Me marcaban el camino,
los emisarios.

No estabas celosa,
no era berrinche.
Era ansiedad.
Las olas briosas y tus
criaturas,
casi no podían evitar manifestar
tu ansiedad.
Una ansiedad gozoza.
Infantil y dulce,
traviesa.

Siempre fui un hombre del agua.
Río, lago, mar
piscina
o lo que fuera.
El agua me ecualiza,
descarga mis nervios
y diluye ansiedades.
Me da fuerza y tranquilidad.
Y poder a mi pensamiento.

Y el oleaje me llevó al día siguiente
a encallar contra canela aterciopelada,
náufrago,
indefenso: Suri.

Sé que era ansiedad la tuya,
agua,
porque no fallara lo que se venía:
quisiste recompensar mi amor de décadas.

Devoción desconocida aún por mí,
Yemanyá.





Esteban Cámara

Santa Fe, 15 de mayo de 2015