Corría el mes de abril de 1996 y yo andaba buscando una moto grande, de tipo cross, algo así como Yamaha XT 350, cuando pasé por la vereda de California Motos, en calle Rivadavia de la ciudad de Santa Fe y se me ocurrió preguntar allí. Tenían una XT y le pregunté al vendedor (el famoso 'Negro Yerbé') cuánto salía: si mal no recuerdo la respuesta fue 3.600 usd. Eran tiempos de convertibilidad-dolarización. La moto parecía bastante buena, aunque no era tampoco una joyita. Mientras yo la miraba el negro me pregunta: ¿Y ésa otra no te gusta?, refiriéndose a la moto que estaba a mis espaldas. Cuando me dí vuelta casi me caigo de culo: era una moto más vieja, de los modelos que entraron en los setentas, aquellos bólidos japoneses increíbles, con arranque eléctrico, motores de muchos cilindros, extremadamente confiables y con prestaciones que parecían de otro mundo.
Las motos japonesas lanzadas en la década del 70 a conquistar el mercado yanqui: "Por una vez en su vida, téngalo todo". Amén. |
Un breve flashback: En casa por los años '70 malvivíamos con el sueldo de maestra de mi vieja ella, dos hijos estudiantes y una tercera hija en prisión por razones políticas. La plata frecuentemente no le alcanzaba a mamá para la cuenta del almacén y, por ejemplo, cuando se nos rompía una zapatilla teníamos que esperar a que mamá consiguiera crédito en casa Papini para poder traernos alguna de las más baratas. Imaginen, yo soñaba con esas motos, pero estaban más lejos de mis posibilidades que irme a Japón nadando. Recuerdo particularmente una Kawasaki grande, lujosa, color bordó, cilindrada entre 750 y 1.000 que estaba parada en una vereda de calle 1º de mayo al 1.400 cierta noche de invierno o primavera de 1979 cuando yo volvía de ver a mi novia de entonces. Juro que fantaseé intensamente con robarla (aunque ni siquiera sabía manejar) y huir de ahí. Mi deseo por esa moto fue acallado a duras penas.
Al empezar a trabajar en 1983 lo primero que hice fue comprarme una Zanella 125 vieja, a duras penas andaba. Y luego tuve una Zanella RB 200 cero kilómetro, vendida para comprar un Fiat 600 al nacer Martín, el primogénito. Y más tarde un ciclomotor Garelli 50 cc y una Suzuki enduro TS 125, made in Filipinas. A esta última la había vendido en diciembre de 1994.
Bueno, la moto que me mostraba el Negro en 1996 parecía exactamente igual a aquella de esa noche setentista: una Kawa kz 750 bordó, bicilíndrica, impecable, de pintura brillante, casi sin uso. Dejaron de existir en ese momento todas las otras motos, la XT, las XR, las enduro y las racing. Sólo había lugar para ella. Parecía la misma moto de aquel delirio de añares, pero no podía serlo porque ésta entró en 1992 o 93, importada usada de EEUU. El precio solicitado por el vendedor era de 3.500 usd y yo tenía 1.200 ahorrados y otra novia por ese entonces, y con ahorros también en dólares. Esa misma noche la llamé por teléfono, debió ser un martes y le conté, emocionado, de mi encuentro. A ella, la Pipi, también le gustaban mucho las motos, me entendió y accedió a prestarme lo que me faltara.
Mi KZ en 1997, marzo, recién armada luego del accidente de enero |
Ese jueves, imaginen mi emoción, llegué a la agencia y los mecánicos me informaron que había arrancado inmediatamente, ¡hasta tenía nafta yanqui todavía en el tanque! La moto llevaba sin andar varios años, pero arrancó con brío, majestuosa y con esa voz ronca que hace intuir, a varias cuadras de distancia, un motor potentísimo.
Salí a probarla por Avenida Alem y allí se manifestó mi mala suerte de siempre: Me para un control de tránsito y yo no tenía ni siquiera la tarjeta verde de la moto, ni un contrato de compra-venta, ni era mía. Le expliqué la situación delicada al jefe del operativo y le rogué que me dejara seguir, la moto estaba siendo solamente probada, era imposible que conformara a la parafernalia histérica de requisitos administrativos propios de nuestra cultura formalista. Sin embargo el funcionario prestó oídos, insólitamente, a mi requerimiento y me dejó seguir. Fue tal el susto que ni recuerdo las sensaciones de aquella tarde al manejar por primera vez un vehículo como nunca antes había tenido a mi control, que más que triplicaba la cilindrada del mayor motor que hubiera comandado.
Volví presuroso para la agencia y dejé la moto, funcionaba y no importaba nada más. Quedamos en que la retiraba al día siguiente. Luego, al llegar Pipi de su ciudad (a unos 100 kilómetros de la mía) en la tardecita del viernes fuimos directamente a la agencia y nos fuimos con ella.
Una cosa curiosa fue el domingo, cuando luego de andar todo el fin de semana con lógica precaución porque no tenía la identificación de la moto y faltaba mucho para que esto ocurriera, tras dejar a mi financista en la estación de colectivos para volver a su casa, perdí el silenciador de la moto (que no silenciaba) en algún lugar ignoto. Jamás lo encontré. Así que el lunes a la mañana me fui a consultar y luego de muchas vueltas conseguí que en Vértigo silenciadores me hicieran un múltible y me adaptaran uno que tenían ellos. Todavía está en la moto y le da un sonido muy especial.
En enero de 1997 y en el mismo mes de 1998 tuve sendos accidentes que ya he relatado, además del de septiembre de 2002. Ninguno de ellos grave.
La Kawa en 1998, frente a mi casa |
Misma època de la foto anterior. |
Basavilbaso 1996 |
MotoEncuentro Diamante, 1996 |
MotoEncuentro Diamante, 1996 |
En el Dique Los Molinos, Córdoba, 1996 (Encuentro de Carlos Paz) |
Diamante 1999 |
En Santa Fe no es fácil, hay infinidad de talleres de motos, pero no hay casi ninguno confiable, sobre todo para ese tipo de moto. Tampoco en los primeros años tenía yo suficiente ingreso, así que la Kawa se quedó en casa, lisiada. Recién en 2012 encontré un mecánico que me pareció adecuado y se la llevé en enero de 2013. Resultó no ser aceptable, era algo que podía pasar. La tuvo 14 meses para solamente ponerla en marcha, cambiarle el aceite y la batería y hacerle un puente eléctrico porque se ve que aquel temporal le había arruinado el sistema de la llave de contacto. Pero bueno, lo importante es que la puso en marcha y la saqué de aquel taller sin luz principal ni freno trasero, con el manubrio flojo y sin arranque eléctrico.
Por fortuna, paralelamente había llevado la otra moto, una Motomel Custom 200 de 2011 a otro taller que resultó muchísimo mejor. El mecánico había dejado a ésta última funcionando suave, impecablemente, parecía otra moto y había encontrado gruesos errores en el tallerista anterior.
La KZ al 07/03/2014, recién puesta en marcha |
Sé que no es una moto para andar todos los días por su edad y por la marca (Kawasaki discontinúa los repuestos a los 10 años de fabricación del modelo) y no debo usarla más que un día a la semana.
Pero bueno, es un amor que resistió al tiempo. Y eso es invaluable.
La sensación de manejarla es de nervios y potencia, fuertemente emocional, casi volcado sobre el tanque (sin ser una moto pistera, es de turismo pero con algunos signos de hibridación hacia 'lo racing') y con pulsiones de placer y muerte. El motor ronca y gruñe fuerte pero acompasado y la extraña enfermedad romántica que sufro por los birrodados a motor me produce impulsos oscuros de dejar atrás el tiempo y la seguridad y acelerar hacia ese túnel de destellos laterales oblongos en que se transforma el mundo por causa de una aceleración extrema.
Esteban Cámara
Santa Fe, 21 de marzo de 2014
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