Mientras esperábamos las visitas a mi hermana Ana en la GIR (centro de detención santafesino cuyas siglas significan Guardia de Infantería Reforzada, las fuerzas de choque o tropas especiales) muchas veces veíamos al grupo de detenidas en el que estaba mi hermana siendo llevadas, pero ellas, esposadas generalmente con las manos en la espalda, no bajaban la vista, iban como si un alfiler invisible les pinchara el mentón si llegaban a bajar la cabeza.
A los 13 meses de detención, la pasaron a Villa Devoto, cárcel ubicada en el barrio porteño del mismo nombre. Las presas políticas estaban destinadas al pabellón 5 y los restantes pabellones alojaban presos sociales. Cada pabellón tenía varios pisos compuestos por unas veinte celdas donde se hacinaban 4 detenidos. Al último piso las chicas les decían "Los chanchos": Eran las celdas de castigo, las "tumbas" como se les dice popularmente.
En el penal al principio, por ejemplo, no les permitían tener libros, supongo que la idea de los torturadores era que enloquezcan. Tampoco naipes para jugar a la baraja, al truco o a la loba o a la escoba del quince. Entonces ellas tomaban ese pequeño cartón que viene en el paquete de yerba, en la parte superior, y lo dibujaban como si fuera una carta y así llegaban a completar los 40 dibujos que permiten un alivio para esas 24 horas de encierro los 7 días de la semana. Pero esas cartas caseras tampoco estaban permitidas: Cada tanto, los guardias requisaban las celdas y les quitaban su única diversión.
Mamá le llevaba a Ana cada 6 semanas una provista de yerba, jabón y algunas otras pocas cosas que le permitían llevarle. Claro, capaz que ustedes pensaban que la yerba se las daba el estado terrorista que las había encarcelado. ¡Sí claro, como no! En una época ni harina les permitían, pero ellas se las ingeniaban para hacer tortas con el pan que sobraba. Con los pocos huesos que venían en el puchero hacían adornos, puliendo los huesos contra el piso o las paredes de la celda hasta que parecía marfil. Se significa acá el uso de la frase "Trabajo de preso". Luego al hueso le machacaban encima una monedita también pulida a mano contra el cemento y repujada con algún hierro que alcanzaban a desprender de la mapostería o de un fleje de los catres. Le pasaban al hueso por un agujero hecho también con el hierro una cuerdita, o un hilo de lana trenzado y ya tenían un adorno. Yo tengo uno de esos.
Una hora al día podían salir al patio, al sol, en el mediodía o siesta. El resto del día debían permanecer en el pabellón, en compañía de todas las otras que estaban detenidas en el mismo, al menos entre las 8 de la noche y las 8 de la mañana, cuando cerraban las celdas.
Los presos y presas de la dictadura tenían ordenado llevar la vista baja y no mirar a los ojos a los uniformados.
Los presos y presas de la dictadura tenían ordenado llevar la vista baja y no mirar a los ojos a los uniformados.
Mucho más adelante les permitieron libros y usar unos telares pequeños, hechos por ellas mismas con maderas y clavos. Yo durante varios usé orgulloso una colorida bufanda 'Made in Devoto' que Ana me diera: azul, roja y amarillo azafrán.
Como éramos del interior nos permitían juntar las visitas semanales y verla seis días seguidos cada seis semanas. Yo pude ir apenas 4 o 5 veces a Villa Devoto, a Buenos Aires, básicamente porque no teníamos plata para el viaje. Mamá no se perdía ni una visita, era capaz de hacer sangrar las piedras pero a su pichoncita herida no la iba a dejar de ver por nada del mundo.
Cuando iba yo, a veces paraba en la casa de unos familiares del barrio de Villa Urquiza, pero con más frecuencia todavía en Bernal, en el municipio de Lanús, en la casa de un sobrino de mamá. Llegábamos desde Santa Fe, luego de un viaje nocturno de 500 kilómetros y nos trasladábamos directamente hasta el barrio de Villa Devoto, en el colectivo. Llegábamos a las cercanías de la prisión cerca de las 9 de la mañana y desayunábamos en alguno de los dos barcitos que recuerdo estaban cerca del portón de ingreso, tratando de matar el tiempo hasta las 11.30, hora en que empezábamos a formar las colas. "Los políticos por acá y los comunes por allá", decían los guardias, refiriéndose no a los detenidos sino a sus familiares y lo decían con infinito desprecio y violencia contenida. Recuerdo particularmente a uno obeso y autoritario, un pobre infeliz ignorante y estúpido que se creía poderoso y que seguramente no hubiera podido ser otra cosa en la vida más que un guardiacárcel de la dictadura.
Luego de la cola empezaban a dejarnos entrar por entre cuatro o cinco portones metálicos que se movían con estruendo, intimidantes. Bien podría ser así el descenso al infierno. Luego pasabamos a un cuarto en donde entregábamos para su revisación la harina, el azúcar, la yerba, los jabones que traíamos y mientras tanto pasábamos a unos especies de locutorios en donde nos revisaban exhaustivamente. Y a las mujeres mucho más, sobre todo si eran jóvenes y bonitas... ¡Hasta nos retaban si llevábamos reloj, porque decían que adentro podíamos esconder drogas! Era todo una gran burla porque a nuestros familiares sólo los podíamos ver a través de un grueso vidrio blindado y nos escuchábamos por intermedio de un micrófono de hierro fundido empotrado en la mesa del que salía un tubo que se hundía y pasaba al otro lado del vidrio dibujando una "U" para rematar exactamente igual en el extremo opuesto. Era imposible en esas condiciones pasarles ni siquiera ... aire. Pero bueno, ya casi nos habíamos habituado a esas crueldades dictatoriales.
Una sola vez tuvimos una visita de contacto en los casi cuatro años de visitas al penal de Villa Devoto, a diferencia de la GIR en Santa Fe, y fue para las pascuas de 1981.
Más o menos por aquella época un grupo de hinchas de Unión de Santa Fe hizo algunos desmanes en un viaje a ver un partido de su equipo en Buenos Aires y detuvieron a todos los ocupantes de uno de los micros que los trasladó allí. Pocos días después de salir nos vino al ver el Turco, un amigo de mi hermano: Él había sido uno de aquellos detenidos por treinta días. Nos contó que había logrado ver a Ana cuando a él le habían asignado que baldeara uno de los corredores de la penitenciaría y pasó un grupo de detenidas, esposadas y entre ellas, mi hermana: "¡Iban con la cabeza en alto!", repetía una y otra vez el Turco, maravillado.
Esteban Cámara
Santa Fe, 2014