Yo recuerdo muy bien el sentimiento participativo y, mayormente, revolucionario de los años '70. Por ese influjo me inicié en los temas de la política, con Cámpora presidente y Perón vivo, a mediados de 1973. Así, fui primero de izquierda y luego peronista. No tardó en llegar el baño de sangre de la triple A y de los militares (1976) y la política se volvió una mala palabra.
En 1978 entré a la universidad y de vez en cuando algún estudiante un poco más viejo pedía que vuelva el comedor universitario. Algunos de los boludones más conspicuos (recuerdo particularmente a una flaquita santotomesina) alegaban como mentando al diablo que no, que eso no era bueno: "Porque ahí se hacía política", bajaba la voz como evitando mentar al diablo. Yo recuerdo qué le pregunté a sus ojos bóvidos que cuál era el problema con la política y recibí sólo silencio y miradas de soslayo. No intentes hacer pensar a cierta gente, es un trabajo intolerable para las pequeñas mentes que prefieren que otros "los piensen".
Luego, el desastre de Malvinas y el resurgir de la vocación política en la juventud, el renacer democrático. Vocación traicionada entre el discursivismo alfonsinista que no llegó ni a educar ni a curar ni a dar de comer con sus hermosas frases y su cobardía desideologizada y el peronismo post triple A de Lorenzo Miguel y la burocracia sindical más recalcitrantemente derechista. Felices pascuas, la casa está en orden, los "héroes de Malvinas" y pacto con los militares para que no se investigue a los genocidas más allá de los 8 jerarcas ya condenados en un juicio que dejó mucho que desear porque se cuestionó y revictimizó a los militantes. Como consecuencia quedaron miles de represores actuando en el ejército y en la policía. A su vez, y a caballo de una inflación récord (1 millón por ciento durante los 5 años y medio de gobierno), empezó a verse la práctica social de las "ollas populares": intentos de nutrir como fuera a la gente que quedaba al margen del sistema. Casi desaparecía ya aquel ímpetu participativo de 2002-2005.
En los años 90 sufrimos el segundo cataclismo (o tercero, considerando la sangrienta etapa videlista): El peronismo derechista, post triple A, mutó en neoliberal con el apoyo de precisamente aquellos sindicalistas de derecha. Nada que nos deba extrañar, ya nos advertía Evita de los burócratas traidores con pretensiones de oligarca. Recuerdo semanas en donde quedaban doscientos o trescientos mil trabajadores sin empleo, de un sólo plumazo. El desánimo social se intensificó y al par se comenzó a trabajar muy fuertemente desde los medios del poder corporativo con el discurso fomentador del descrédito de los políticos (que la mayoría se lo merecían, pero no todos), y por consiguiente de la política. A esa altura ya la antipolítica reinaba en la cultura social argentina.
Se connotaba, se insinuaba, se decía, se gritaba, se repetía y se volvía a repetir que la política no podía cambiarle la vida a la gente, sino para empeorarla. Y que los políticos "son todos iguales", "son corruptos a más no poder", etc. Estos mensajes se reforzaban desde diarios, revistas, radios, televisión y por diferentes sustratos temáticos: comedias, programas serios, informativos. Hasta los quebrantos producto del neoliberalismo (hambruna, desocupación, desfalcos, conmoción social, represión y muerte) fueron utilizados para denostar a la política. El "que se vayan todos" se instaló en muchos de nosotros, grave error.
Pero cierto día asumió el poder una persona que creía que la política podía marcarle la línea al conjunto de los actores sociales, Néstor Kirchner (peronismo de izquierda). La economía se subordinó a la política, pero para eso el mandatario debía preocuparse por informarse y entender de economía. La famosa "libreta de Néstor", en dónde el mismo presidente consultaba con el ministro de economía, diariamente, los valores de superávit, disponible, gastos, exportaciones, importaciones, equilibrio fiscal y otros, fue uno de los instrumentos decisivos. Habitualmente he visto que la gran carencia de las personas preocupadas por lo social es que no entienden, ni quieren entender, las cuestiones finas y la ríspidez de los números que, a la larga, terminan rigiendo sobre el bienestar de las personas. Representan las condiciones de posibilidad de lo social, más allá del voluntarismo.
Entonces aparecieron las herramientas, materiales y bastas, del cambio: el desendeudamiento y su consiguiente cuota de independencia, el superavit no por sí mismo sino como motor monetario para fomentar la producción y el bienestar; y éstos, en conjunto para estimular y orientar la actividad empresaria hacia la creación del trabajo y la disminución de la pobreza. La 'política' empezó a demostrarle a la escéptica sociedad que podía cambiar la vida de la gente. Como consecuencia de estas, y muchas otras, medidas, la pobreza disminuyó de un 60 a un 5 por ciento, la clase media se duplicó, desaparecieron las "ollas populares", consiguieron o recuperaron el trabajo 5 millones de personas y otras 3 millones y medio se pudieron, por fin, jubilar porque entre ellas hubo muchos de los cesanteados (bajo la mentira del "retiro voluntario") de los noventa a quienes la crisis final del neoliberalismo les terminó de comer (si ya no lo hubiera hecho) el magro capital obtenido en las reparaciones económicas (que en su momento parecieron dignas) con las cuales el sistema endulzó el "retiro voluntario". Con esa plata la gente había puesto pequeños negocios, microindustrias y casas de comida; o comprado vehículos para transporte de los cuales luego los bancos terminaron de desposeerlos. En algún momento, esos ex trabajadores dejaron de aportar a las jubilaciones, no pudieron seguir haciéndolo y, entonces, el gobierno kirchnerista reparó el daño que produjo el sistema ... y los jubiló, independientemente del aporte. A su vez, el presupuesto educativo se triplicó y se repatriaron muchísimos cerebros que habían sido forzados a emigrar (un hijo de puta en los noventa mandó a lo científicos a lavar los platos). También se implementaron medidas culturales, promocionando las industrias audiovisual y editorial, con el eje en la revalorización de lo propio, de lo nacional y popular.
Con todas estas medidas, automáticamente, la gente empezó a revalorizar la política y la juventud volvió a creer en ella y a militar.
No obstante quedó un bolsón de personas descreídas y cínicas, mayormente de entre 30 y 50 años: la generación perdida. Ellos siguen diciendo que los políticos "son todos iguales", que la política es sinónimo de corrupción, que nadie milita si no es por un interés espurio.
Una de las frases preferidas de estos analfabetos políticos es mentar a "la casta política". En vano uno puede preguntarle cuál es el requisito para integrar esa casta, habida cuenta de que todos los seres humanos de inteligencia promedio o superior somos "sujetos políticos": opinamos, nos informamos sobre el tema lo queramos o no y, finalmente, votamos. O sea, vivimos en la sociedad de la opinión y la elección, lo aceptemos o no. Claro, muchos de ellos, la gran mayoría, ha optado por transferirle el gobierno de su propia vida a otros, a los medios de comunicación masivos que están hoy, invariablemente, en manos de los poderes económicos más concentrados. Pero aún en estos pobres seres, alguna decisión ya fue hecha: no pensar, no interpretar, no informarse, no chequear, no decidir sino por medio de aquellos actores económicos.
Ahora bien, ¿cuál es la mentada casta? Se supone que la de los políticos profesionales, aquellos que a quienes también se suele considerar como "todos corruptos" e "iguales". Aquí vemos claramente que esto funciona además como una justificación para no militar, para no hacer nada. Claro "yo" no soy corrupto, ni igual, por ende estoy justificado de no hacer nada. La culpa siempre es del otro. Malas noticias: la inacción, la inopia, son lo mismo que la acción cuando lo malsano es evidente y el resultado nos afecta a todos.
Pero cuidado, no estoy diciendo que la antipolítica sea patrimonio de las personas de aquella edad. No todos los que tienen entre 30 y 50 años son analfabetos políticos por vocación o efectivamente. Ni tampoco todos los menores de 30 o mayores de 50 están a salvo de este trágico concepto.
Esta denostación de la política y de sus practicantes les viene como anillo al dedo a los empresarios, a la iglesia, a las corporaciones profesionales y a los militares golpistas que son quienes se candidatean habitualmente para ocupar los lugares de decisión. Pero notemos que ninguno de ellos está sometido al voto periódico, ni a herramientas de control que los evalúen. Es preferible un político que debe validarse cada pocos años y que tiene organismos de contralor de sus actos antes que cualquiera de aquellos.
Más de una vez le he preguntado a los "antipolíticos" que a quien dejarían en el lugar de los políticos. Si a un cura, a un militar, a un empresario, a un rey... Nuevamente, sólo obtuve miradas bovinas dirigidas al infinito.
Creo necesario repetir lo que ya he expresado varias veces: el error de los resistentes a la crisis neoliberal de 2001-2002 fue la frase "que se vayan todos". Lo que hay que hacer es lo inverso: tenemos que "meternos todos" en la cuestión política, social, educativa, ambiental, etc.
Seamos agentes de nuestro futuro y no tristes seres autovictimizados, pendientes de decisiones ajenas.
Anexo: Respuesta de Michel Foucault a la pregunta sobre la política
"Elders: Bueno, haremos lugar ahora a la segunda parte de la discusión, la política. Primero de todo, me gustaría preguntarle al Sr. Foucault por qué está él tan interesado en política, ya que, él me dijo que de hecho, gusta más de la política que de la filosofía.
Foucault: Nunca me he referido, en cualquier caso, a la filosofía. Pero eso no es un problema. (risas de Foucault)
Su pregunta es: Por qué estoy yo, tan interesado en política. Pero si yo le contestara muy simplemente, le diría esto: por qué no debo estar interesado?.
Esto es decir, qué ceguera, qué sordera, qué densidad de la ideología, habría de sobrecargarme para evitar que continúe interesado en el que es probablemente el tema más crucial de nuestra existencia, es decir, la sociedad en la cual vivimos, las relaciones económicas dentro de las cuales esto funciona y el sistema de poder que define las formas de regulación y los permisos y prohibiciones habituales de nuestra conducta?. La esencia de nuestra vida consiste, después de todo, en el funcionamiento político de la sociedad en la cual nos encontramos.
Entonces no puedo contestar su pregunta sobre por qué estoy interesado; puedo sólo contestar por la pregunta por qué no debería estar interesado?.
Elders: Está obligado a estar interesado, no es eso?.
Foucault: Si, al menos, no hay nada extraño aquí sobre cuál es el valor de la pregunta o la respuesta. No estar interesado en política, eso es lo que constituye el problema. Entonces en lugar de preguntarme a mí, debería preguntarle a alguien que no se interese en política y después de su pregunta teniendo buenos fundamentos, estaría en lo correcto al decir ? por qué, maldito, no estás interesado??. ( risas de ambos)"
M. F. Debate Noam Chomsky - Michel Foucault, 1971, moderado por Fons Elders, traducción de Gabriela Montes de Oca (http://www.elhilodeariadna.com/), tomado de http://conocimientoyetica.blogspot.com.ar/2010/04/debate-entre-noam-chomsky-y-michel.html
Esteban Cámara
Santa Fe, 28 de enero de 2014