viernes, 27 de diciembre de 2013

Una vida perfecta

El hombre, por primera vez en su vida, pudo mirar hacia atrás. Y lo que vio le gustó: Tenía casa, auto, profesión, posgrados, hijos y distinciones internacionales. Había cambiado para bien la vida de muchos de sus conciudadanos. Había viajado por el mundo a pesar de su origen humilde.


Los hijos vivían con su madre, no muy lejos. Ya eran muchachones grandes, de universidad y trabajo. Él no los había criado pero tampoco estaba disconforme con el resultado aunque hubiera querido alguna vez criar a un hijo él. 

Alguna vez había pensado en adoptar a alguna criatura pero nunca se animó. No se tenía la suficiente confianza en sí mismo para ello, la de ser capaz de cuidar a otro siendo el único, todo el tiempo. A veces ocurría lo que él llamaba, por ejemplo, "períodos de eclipse", en donde el tiempo pasaba demasiado rápidamente mientras él no reparaba en nada ni en nadie, aislado.

Estaba cerca de la jubilación y vivía solo. Había tenido varias parejas pero ninguna lo aguantó ('era demasiado adicto al trabajo', dijo una mujer). O él no las aguantó ('era demasiado quisquilloso y exigente', dijo otra). Estaba bien con su soledad.

De a poco empezaron los achaques: Algún problemita sexual, hipertensión, caída de dientes, entre otros. Nada grave hasta ese momento, pero no vislumbraba que fuera a mejorar la cosa. Y, obviamente, era lo contrario.

En su profesión sentía que había llegado a un punto muerto: Los superiores lo respetaban pero no confiaban en él como para encargarle ninguno de los temas difíciles que había demostrado saber manejar. Él pensaba que esa desconfianza, más que política, era porque le tenían envidia o miedo al sentirse lejos de sus logros. Tampoco los criticaba, pero se sentía inútil... teniendo tanto para dar.

Últimamente casi todo el tiempo se sentía, según sus palabras: "como un corte de carne del supermercado, envuelto en plástico, envasado al vacío".

Luego de esa primera vez que miró hacia atrás volvió a hacer durante semanas repaso de sus logros, varias veces, y se dio cuenta de que estaba satisfecho: Había obtenido la mayor parte de sus metas. Es cierto que tal vez algo prematuramente, pero tenía la fuerte corazonada de que ya no iba a lograr nada más.

Un viernes, luego de hacer algunas compras especialmente en la ferretería, le habló por teléfono a uno de sus hijos comprometiéndolo a que el domingo a la tarde pasara por su casa (que ya era demasiado grande para él) porque lo necesitaba para un trabajo en el patio y en la cochera aledaña. Que llevara las llaves que le había dado hacía mucho porque tal vez no fuera a llegar a tiempo para abrirle.

El sábado a la noche comió muy bien, descuidando la dieta. Tomó bastante también, insólitamente relajado y alegre como hacía años no estaba.

En algún momento de esa madrugada revisó concienzudamente todas las puertas al exterior para que estuvieran cerradas sólo con llave, no aherrojadas. Eso no era tan raro, sólo que esta vez lo hizo con una escrupulosidad inusitada. Siempre se susurraba a sí mismo en esos momentos: 'por lo que puta pudiera', sólo que esta vez al decirlo tenía una sonrisa extraña. Dejó un cartel en el living para su hijo ('andá para el patio', decía) y se fue para el fondo con la cuerda que había comprado días atrás.





Esteban Cámara
Santa Fe, 2011

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