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Mate de hoy, mientras escribía esto. Foto de EC, derechos correspondientes
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Desde hace algunos meses estoy viendo a youtubers, tiktokers y otros dándole a probar nuestra infusión regional (compartida en toda el área de influencia guaranítica: Uruguay, sur de Brasil y Paraguay... no se pongan agresivos) a ingleses, estadounidenses, chinos, coreanos, etc.
El pueblo guaraní, originalmente un pueblo del caribe, se fue extendiendo hasta el sur, convirtiendose en una de las culturas dominantes de la región noreste argentina, Paraguay y sur de Brasil. Llegó por la zona fluvial y de islas del sistema de los ríos Paraná y De la Plata hasta las inmediaciones de lo que es hoy Buenos Aires. En la jurisdicción del Tigre, área metropolitana de Buenos Aires se encontró un poblado guaranítico de cerca del 1.300, o sea en la segunda expansión guaranítica.
Muy simpáticas reacciones de aquellos a quienes les hacen probar el mate cebado en la calle. Algunes lo detestan (supongo porque el mate amargo es, realmente, muy amargo), a otres les gusta porque les recuerda al té.
Hemos visto en los últimos años a Hetfield (bajista de Metallica), Stephen King, Matt Damon, Michael Bubblé, Cristiano Ronaldo, Antoine Griezmann, Zoe Saldana y otras personalidades de cuyo conocimiento podría decirse que es global, tomando mate. Según Infobae (medio que no considero muy recomendable dado que generalmente está dedicado a hacer operaciones de tipo político), también son consumidores de yerba mate (sin mayores precisiones acerca de la forma de ingesta): Meg Ryan, Madonna, Anthony Kiedis (cantante de Red Hot Chili Peppers) y Gwyneth Paltrow, entre otros.
Obviamente, Messi, el Papa Francisco, Viggo Mortensen, Anya Taylor Joy y otres de origen argentino o que vivieron aquí en su infancia y adolescencia tambien son afectos al mate.
Yo no soy particularmente aficionado, prefiero el café. Ahora, realmente, el mate es una hermosa costumbre social que nos hace interactuar con compañeres de trabajo o estudio, amigues, familiares y cualquier persona más o menos cer3cana, reforzando los lazos sociales, fortaleciendo vínculos grupales y favoreciendo el intercambio de comunicación. Cuando estoy escribiendo, trabajando o estudiando, sí, casi que es una necesidad para mí cebarme unos mates. Como ahora por ejemplo. Me gusta usar la yerba tipo barbacuá, por su sabor ahumado. La Merced, por ejemplo. El problema es que, como con el café, me produce mucho insomnio y a veces, acidez estomacal.
Recuerdo haber leído hace muchos años una nota en Clarín escrita por Claude Levy Strauss sobre su participación en una ceremoniosa mateada campera en el sur de Brasil. No lo pude volver a encontrar, debió haber sido publicada en la primera mitad de la década de los noventa, aunque supongo que el material era muy anterior. Terminaba diciendo algo así como que tomar un mate era apropiarse de un sorbo del sabor intenso de la selva sudamericana salvaje. Discúlpenme si mi mala memoria falseó la frase del famoso antropólogo.
Ahora bien, me puse a pensar mientras me levantaba qué pasaría si la costumbre del mate se globaliza y ocurre como en tantos otros casos de apropiación cultural y, lo que es peor, económica, por parte del capitalismo multinacional.
Ya me parece que veo a los fondos buitre desmontando ingentes áreas de la selva misionera y desplazando a las poblaciones criollas y originarias para suplantarlas por inmigrantes del sudeste asiático o del áfrica. Y, luego, plantearnos que si un neoyorquino puede pagar 25 u$s el medio kilo de yerba en Manhattan por qué no tendríamos nosotros que pagar lo mismo, que somos quienes más valoramos el producto...
Ya sé, no debería dar ideas.
Y luego vendría un presidente como Macri que le daría la razón a los pobres fondos buitre, fijando el precio de la libra (sic) de yerba mate en dólares (como hizo Maurizio con la energía eléctrica y el gas en 2016) y aumentándola a 30 dólares, ya que estamos (no olvidemos su comisión en el negocio). Y su ministro de Economía argumentaría que sólo nos está costando lo mismo que un par de pizzas, que nos dejemos de joder y les paguemos a sus patrones lo que ellos digan.
No sé bien por qué, pero no me parece que esa película vaya a terminar bien.
Mientras escribía esto escuchaba "La Oma", chamamé de Daniel Altamirano y Pedro Favini, versión de Altamirano (LINK). La Oma (abuela en alemán), era Marta Hoffner, una inmigrante alemana de 70 años que vivía en despojada soledad en el monte, cerca de San Bernardo en el centro del impenetrable chaqueño. "Tiene los ojos azules/Como el agua de los mares/Porque vino de muy lejos/Y el cielo quedó en su sangre... En su ranchito de barro/Calienta a leña su pava/Conversa con un lorito/Que es con el único que habla", dice un fragmento del poema.
Esteban Cámara
Santa Fe, octubre de 2022