El señor Osvaldo era alemán y debió haber nacido allá por 1920. Vivía en mi barrio del sur santafesino en mi niñez-adolescencia entre 1960 y 1970, en el edificio de departamentos gemelo del mío, y contiguo, y con su hijo 'el gringo' éramos muy amigos. En Argentina, a diferencia de otros países latinoamericanos, se les dice gringos a los que tienen el aspecto nórdico, no a los que vienen de estados unidos. A los estadounidenses se les dice yanquis, sin más y, al menos hasta los años 70, era raro ver argentinos proyanquis. No es que no hubiera habido cipayos pero, en tal caso, eran probritánicos o afrancesados o germanófilos.
El señor Osvaldo era un tipo no muy alto, pelado con restos de rubio y de ojos claros. No parecía haber sido un tipo deportista o musculoso, a diferencia del gringo. Él hijo nos contaba que el padre tenía una luger y gorras y emblemas nazis y él coleccionaba revistas de la segunda guerra mundial y era bastante hábil dibujando aviones y tanques de aquellos años, especialmente japoneses y alemanes: el pibe era pro nazi, casi como una obviedad. Pero al mismo tiempo jamàs mencionaba cuál era la postura política o la historia del padre, suficientemente grande como para haber peleado en la guerra y llegado a nuestros pagos luego de aquella.
No alcanzo a recordar si alguna vez el gringo dijo "mi viejo dice tal o cual cosa", una cita literal, una opinión asertiva. Tampoco supimos jamás de un grito, un reto que hubiera provenido de él. Más de una vez, luego de cruzarnos con el padre, el gringo me avisaba: "Che, papá te saludó", para que yo retribuyera. Verdaderamente no me daba cuenta. El señor Osvaldo saludaba con un gesto, no hacía las compras y casi no se relacionaba con nadie, a diferencia de su parlanchina mujer.
La verdad, no sé cómo se llamaba, en mi desmemoria lo quise llamar Oswaldt, sólo para darle un nombre alemán. El apellido no viene a cuento. Trabajaba de empleado contable en la empresa de gente de su mismo origen en mi ciudad.
El gringo decía que su madre era judía, que hablaba "judío" y que sus pedos olían a judío. Parecía odiarla pero, vaya a saber, la gente es tan compleja, en todo caso hasta el final visitó a su madre. El gringo de chico era díscolo, peleador y narcisista, y creía que iba a llegar a ser un gran centrodelantero. El problema es que no tenía suficiente altura, ni velocidad, ni demasiada técnica con la pelota y su juego era previsible, reiterativo y carente de reacción. No llegó, aunque lo intentó como nadie. Lo rechazaron los grandes clubes (es muy chico', le dijeron al padre) y los clubes chicos ('es muy grande', justificaron). Sin embargo su voluntad, propia de la genética de sus ancestros, era muy grande y probó con otros deportes hasta que al final se logró ganar la vida con un deporte más o menos exótico que lo llevó a vivir en áfrica y en europa.
Ya dije que cuando chico el hijo de Osvaldo era nazi pero cuando volvió de europa, una vez finalizada la dictadura militar argentina, se había hecho socialdemócrata y respetuoso de los derechos humanos. A mí, con mi historia de izquierdas y persecuciones de la dictadura me reprochó por qué no le había contado de las barbaridades de los militares. Y yo le había contado, pero al toque me dí cuenta de que no me escuchaba. Era común, nadie quería escuchar por aquellos años y miraban para el horizonte cuando uno no podía evitar hablar, con los ojos perdidos tratando de concentrarse en no saber. Igualmente yo no contaba mucho, sabía que podía ser peligroso hablar: sólo hablaba cuando no podía evitarlo. El pensamiento de la pequeñoburguesía era: "algo habrán hecho". Y eso absolvía todo.
Una siesta que el señor Osvaldo, y supongo que su esposa "judía", no estaban en la casa, sólo mi amigo y su hermana más chica, el gringo me quiso mostrar el botín nazi de su padre. Habia mucho más de lo que yo sabía: uniforme completo, cinturones de cuero, gorras militares, botas, emblemas (entre otros, de las SS), la luger, municiones y hasta una granada que según el gringo, todavía funcionaba. Yo no lo creo, pero quien sabe...
Pero lo que más perduró en mi memoria, curiosamente, era una colección de cuadernos de tapa dura, escritos en lapicera con una tinta que ya el tiempo había vuelto sepia. Y con una caligrafía increíblemente prolija que según el gringo era obra de su padre. Los cuadernos estaban tabulados y representaban, evidentemente, una contabilidad (yo en aquellos años iba a una escuela comercial y eso me resultó obvio).
Las columnas tenían nombres que yo no entendía, salvo tal vez, gold o silber, que supuse similares a su significado en inglés, idioma que veía en mi escuela. Pero un rótulo de columna me quedó en la memoria: zahn. Una y otra vez, al recordar ese día, esa palabra volvía a mi mente y decidía averiguar su significado, pero siempre olvidaba hacerlo.
Muy recientemente, gracias a internet pude saber: zahn quería decir diente y el pasado que revelaba respecto de ese hombre minúsculo me sacudió desde adentro de los huesos.
Pero lo más terrible es, me doy cuenta recién ahora, que al señor Osvaldo nadie en el barrio le escuchó jamás la voz.
Esteban Cámara
Santa Fe, 20 de febrero de 2015